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2 abril, 2018

La luz de Paco Camarasa

Escritores hay muchos, cada día más. Libreros no hay tantos, y cada día son menos. Lectores hay menos de los que a uno le gustaría, y no me atrevo a pronosticar si van a más o a menos. Lectores, libreros y —con moderación— escritores como Paco Camarasa, sólo había uno, y ya no está con nosotros para alumbrarnos.

He elegido abrir estas líneas con una de muchas fotografías que compartimos en su templo de la calle de la Sal de Barcelona, la librería Negra y Criminal de la que fue creador, impulsor y alma y cuerpo junto a su inseparable e imprescindible Montse Clavé. Es de la puesta de largo de Yo vivía aquí, la antología poética de Carlos Zanón que publicamos en Playa de Ákaba —fue uno de nuestros primeros títulos— y que presentamos en la librería en la víspera del día de Reyes de 2013. Aparece Paco en primer plano; a ambos lados, flanqueándole, el poeta protagonista del acto —y sucesor suyo como comisario del festival BCNegra, su otra gran creación— y un servidor, en esa ocasión en lides de editor, lector y presentador del libro.

La fotografía es de Úna Fingal, otra de las autoras de Playa de Ákaba —vaya aquí el crédito y el agradecimiento— y es posible que por haberse hecho al vuelo y en el apretado espacio de la librería no sea de una extraordinaria calidad gráfica, pero se me antoja que su valor simbólico es máximo.

El lector, librero y finalmente escritor —con su Sangre en los estantes (Ediciones Destino), insustituible en la biblioteca del buen aficionado a la literatura negrocriminal, un adjetivo que también le debemos a Paco— aparece en ese primer término que solía rehuir, revestido de la luz que sabía irradiar a quien le escuchaba. Zanón y el que esto escribe parecemos iluminados por esa luz. Y pocas veces un efecto óptico o una metáfora se revelarán más pertinentes.

Y no sólo porque Paco nos iluminara con su sabiduría, inagotable, exhaustiva y nunca pretenciosa, a cuantos queríamos leer buenos libros, entre los que nos encontrábamos los dos de la foto y todos los que iban por su librería; sino porque también supo iluminar con su criterio sólido y su prescripción, siempre vehemente y generosa, la existencia de muchos escritores para que pudieran ser así descubiertos por quienes podían y debían gozar de su escritura. Por su librería y su festival pasaron prácticamente todos los que eran: desde los más ilustres a los recién llegados, en quienes Paco sabía olfatear un talento que tenía la osadía de proponer al lector cuando aún no estaba bendecido por las críticas o las ventas.

La recomendación de Paco Camarasa era una bendición en sí misma. Porque no mentía, no buscaba quedar bien, sabía de lo que hablaba y todos sabíamos que era tan insobornable como entusiasta de un género que muchos despreciaban porque no sabían remover en sus entresijos con su lucidez y su radar infalible.

Gracias a él muchos leen más y mejor y algunos de los que escribimos podemos hacerlo como sin él no habríamos podido: con la convicción de que al otro lado hay un público lector consciente y apasionado que nos exige dar lo mejor de nosotros mismos, pero a cambio nos otorga el lugar, la atención y el aprecio que durante décadas se le negaron a la literatura negrocriminal entre nosotros.

Eso te debemos, Paco, y tantas otras cosas, que ahora ya no vamos a poder pagarte, porque como los buenos y los verdaderos te hartaste de dar y te fuiste antes de que se te pudiera devolver casi nada. Dio tiempo, es verdad, a que te llegaran algunos reconocimientos, pero sin duda muchos menos de los que te correspondían.

Escribo estas líneas el mismo día que despacho las galeradas de la próxima novela, la primera que no podrás leer. Te echaré de menos ahí, y en las reuniones del jurado del premio de novela negra de RBA, que compartimos desde la primera edición, y en la batalla hermosa y perdida —ninguna que no lo sea merece la pena, tú y yo lo sabemos— de hacerle un hueco a la literatura en un tiempo y un lugar que son más propicios a otras historias y otros afanes. Y cada vez que pase por la calle de la Sal, donde cayeron algunos mejillones y algunas botellas de vino tinto, la combinación ineludible con la que Montse y tú celebrabais cada libro que allí se presentaba, y donde vivimos bellos momentos con tantos amigos —incluidos algunos otros que también nos dejaron, como el maestro Francisco González Ledesma y, hace apenas unos días, el siempre inteligente e irónico Philip Kerr— recordaré todo lo que fue capaz de contener aquel local mínimo y providencial.

Ahí, en esa librería tuya y de Montse que tuvo que cerrar porque los lectores dejaron de ser leales a la forma de entender y amar los libros que practicabais, viví alguna de las experiencias más portentosas de mi vida como escritor. Como la de aquel sábado de 2012 en que me pasaste tantos centenares de libros para firmar que estuvimos más de cuatro horas para poder terminar la tarea. Lo cuento para que conste que no cerraste porque no supieras vender libros —nadie vendió nunca tantos de los míos de una tacada— sino porque quizá, me atrevo a sospechar, los lectores que quedamos ya no sabemos comprarlos.

Ahora todo eso queda atrás y perviven tu enseñanza, tu luz y tu recuerdo. Dales de mi parte un abrazo a Paco, y a Manolo, y a Philip —y ya puestos, a Ray, que tú sabes que yo soy de los suyos—, y bebeos algo a la salud de los que nos quedamos por aquí, cubriendo como podemos la trinchera que vosotros sabíais defender como nadie. Intentaremos estar a la altura: el próximo vino tinto y el próximo mejillón, el próximo festival y el próximo libro, van por ti.

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3 Comentarios
  1. Gracias por la nota y la semblanza. Desde Buenos Aires también lo recordamos y lamentamos su pérdida. Extrañaremos su sabiduría, su sapiencia y generosidad.

  2. DEP, se desprende de tus palabras que debió ser una estupenda persona.

    • Lo fue, y un magnífico prescriptor. Que lo sigue siendo en el libro que nos dejó para compartir su conocimiento y sabiduría.

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