A solas







Una sala sin decoración. Un hombre y una mujer, cada uno sentado a un lado de una mesa desnuda. Se están mirando a los ojos. La mujer está derecha en su asiento. El hombre, algo echado hacia atrás.


HOMBRE: Me perdonará la crudeza, pero en veinte años que llevo de juez, y después de haber tenido delante a un buen puñado de tarados, nunca había oído una bobada semejante. ¿No le parece que alguien en su situación debería esforzarse un poco más?

MUJER: Soy perfectamente consciente de mi situación, señoría. No crea que no he pensado, y más de una vez, lo que le estoy diciendo.

HOMBRE: Me permito discrepar. De que sea tan consciente, quiero decir. Siento que sea una mujer, pero me veo obligado a avisarle que si sigue por ahí no pienso regatear esfuerzos para machacarla.

MUJER: ¿Siente que sea una mujer? ¿Y qué tiene que ver eso?

HOMBRE: (Sonriendo). Mire, aquí estamos solos usted y yo y, francamente, lo que piense o deje de pensar acerca de mí me trae sin cuidado. Así que me voy a dar el gusto de explicárselo sin morderme la lengua. Muchas de las cosas que pasan, estoy convencido, tienen que ver con haber dejado que las mujeres se metieran donde no valen para estar. Y eso es malo para los demás, pero también es malo para vosotras, que os mezcláis en asuntos que os vienen grandes. Así pasa lo que pasa, que en seguida os amontonáis, os ponéis histéricas y metéis la pata, como la has metido tú.

MUJER: Eso es lo que dice usted.

HOMBRE: Eso es lo que digo yo, y lo que va a ir a misa, ya lo verás. Nuestro error es que muchos todavía estamos educados por mujeres de antes, y pensamos en las mujeres de antes, y cuando la cagáis os tenemos una consideración que no hay por qué teneros. Que desde luego yo no pienso tenerte a ti. De eso te estoy avisando.

MUJER: ¿Ahora me tutea?

HOMBRE: Sí, por qué no.

MUJER: No somos amigos, que yo sepa.

HOMBRE: ¿Y?

MUJER: Es posible que se crea por encima de mí, pero no lo está. Ni ahora ni en ninguna circunstancia, señoría. En este país, todos somos iguales ante la ley. Si no recuerdo mal, eso dice la Constitución.

HOMBRE: (Despectivo). Bueno, pues tutéame tú, si quieres.

MUJER: No quiero tutearle. Prefiero mantener la distancia. Incluso prefiero mantenerle el respeto. Aunque acabe de darme motivos más que sobrados para perdérselo.

HOMBRE: No vas a conmoverme con eso.

MUJER: No aspiro a conmoverle.

HOMBRE: ¿Quieres dártelas de dura?

MUJER: No me las doy de nada. Soy dura, más de lo que se imagina, pero tampoco presumo de eso.

HOMBRE: ¿Ah, sí?

MUJER: No le voy a contar mi vida. El caso es que he tenido que endurecerme contra mi voluntad, así que no tiene ningún mérito.

HOMBRE: No seas modesta. Es una debilidad y una pérdida de tiempo. Por eso yo no lo soy.

MUJER: Eso salta a la vista. Lo que me estoy preguntando desde hace unos cuantos minutos es por qué ha querido que habláramos a solas. ¿Sólo para dar rienda suelta a su misoginia?

HOMBRE: Eres ingeniosa, muchacha, eso te lo reconozco.

MUJER: Tampoco trato de ser ingeniosa. ¿Qué es lo que quiere decirme a solas? Si sólo va a amenazarme, o a compadecerme por no tener pilila, por mí podemos seguir la función con testigos.

El hombre da un respingo, notoriamente descolocado.

HOMBRE: Vaya, vaya. La gata saca las garras.

MUJER: Deje las gatas para sus fantasías, si no le importa.

HOMBRE: Uy, qué susceptible.

MUJER: Insisto. Dígame algo que justifique este aparte.

HOMBRE: También eres valiente, por lo que veo. Otra en tu lugar se tentaría la ropa antes de ponerse tan flamenca.

MUJER: No veo qué voy a ganar asustándome.

HOMBRE: Cualquiera lo vería.

MUJER: Será que no soy cualquiera.

HOMBRE: (Serio de pronto). Escúchame. Voy a creer por un momento que no eres idiota del todo. Que sabes valorar los pros y los contras de una situación, y las diferentes maneras de afrontarla. Aquí podemos ir por las malas, como hasta ahora. Es una apuesta arriesgada, y cuando esas apuestas salen mal, el precio es alto. Para ti, de hecho, sería altísimo. Tan alto como perderlo todo.

MUJER: Subestima mis posibilidades, señoría. No he nacido ayer.

HOMBRE: Mira, igual que te digo que puedo ir a por todas contigo, también puedo ser comprensivo, incluso te ofrezco mi mejor disposición, si te avienes a abordar esto de una manera constructiva, y no como lo has abordado hasta ahora.

MUJER: No le sigo. ¿Qué me propone, exactamente?

HOMBRE: Que te olvides de eso que has dicho antes. Que admitas que te tiraste a la piscina. Que todo sucedió de otro modo.

MUJER: Sucedió como he dicho.

HOMBRE: Las pruebas no lo respaldan. Te destrozarán. Me en-cargaré personalmente de que te destrocen, si no das tu brazo a torcer.

La mujer no responde en seguida. Le sostiene la mirada al hombre. Éste la examina con suficiencia, como esperando a que ceda.

MUJER: Tengo pruebas. Las suficientes.

HOMBRE: ¿Esos testigos que dijiste?

MUJER: Y una versión que es coherente, y que puedo defender ante quien haga falta. Es más de lo que tiene usted, señoría.

HOMBRE: Permíteme suponer que de eso yo sé algo más que tú. Los testigos, y más esos que tú tienes, no valen nada ante un tribunal que los examine como Dios manda. Y la coherencia está más en tus deseos que en la realidad. No pongas a prueba ese edificio que te has construido, porque se te va a caer encima y te va a aplastar.

MUJER: No lo creo. Además, no me está ofreciendo nada. No se negocia con quien no da nada a cambio.

HOMBRE: En eso tienes razón, me he olvidado de especificar mi contrapartida. Estoy dispuesto a ser generoso contigo. Muy generoso, de hecho. Tanto como a lo mejor ni te imaginas.

MUJER: (Irónica). ¿Ah, sí? Creía que no se apiadaba de las mujeres. Y si puede saberse, ¿hasta donde llega esa generosidad?

HOMBRE : (Mirándola de frente y procurando causarle el máximo efecto). Hasta el máximo. Hasta borrar todo esto como si nunca hubiera sucedido. Pon que tengo el día compasivo. Que no quiero ensañarme con una mujer que se ha comportado de forma atolondrada.

MUJER: Eso va en contra de lo que decía antes.

HOMBRE: No. Me ratifico en que si insistes en meter la pata haré que lo pagues, por muy mujer que seas y muy atolondrada que estés. Pero si rectificas, las cosas pueden ser muy diferentes.

MUJER: Olvídelo. No voy a rectificar. Haga lo que le parezca oportuno. No le tengo ningún miedo. Si eso era todo…

La mujer hace ademán de ponerse en pie.

HOMBRE: (Fuera de sí). Un momento, joder.

MUJER: No emplee ese lenguaje. No tengo por qué soportarlo.

HOMBRE: Estás tonta perdida, niña. No sé de dónde diablos sa-cas esa seguridad, pero esto es un embolado que te supera por todas partes. Dudo mucho que entiendas siquiera el contexto jurídico del asunto, y más aún que conozcas la jurisprudencia que exis-te en relación con casos como éste. Que yo, en cambio, me sé al dedillo.

MUJER: No lo dudo. Pero no me tome por ignorante. He estudia-do algo, lo suficiente como para saber que va de farol. Lo que me devuelve a mi idea de que esta conversación se ha terminado.

HOMBRE: (Casi angustiado, de pronto). Eh, no, no puedes…

MUJER: (Interrumpiéndole y levantándose). ¡Guardia!

El hombre se queda paralizado en el asiento. Entra en la sala un guardia civil uniformado. Se dirige a la mujer.

GUARDIA: ¿Sí, mi sargento?

MUJER: Vuelva por favor a ponerle las esposas a su señoría, por delante, para que esté más cómodo. Y devuélvalo al calabozo hasta que venga su letrado para proceder al interrogatorio formal.

GUARDIA: A la orden, mi sargento.

HOMBRE: ¿Es necesario lo de las esposas?

MUJER: No se trata de nada personal. Es el protocolo de seguridad. Además, se le imputa un crimen violento.

HOMBRE: No tienes ninguna prueba, te voy a destruir.

MUJER: Deje ya esa cantinela, ha conseguido que me duela la cabeza de tanto repetirla. Ahora, en el calabozo, repáselo todo y espero que se le ocurra otra manera de enfocar lo que tiene encima. Recuerde que tenemos una denuncia previa de su esposa por amenazas. Recuerde que cuando la puso nos indicó además la denominación de las sociedades a través de las que canalizaba usted todos esos cobros incompatibles con su cargo. Fue mala idea hacerla a ella única administradora, creyendo que siempre la ten-dría sometida. No olvide, tampoco, que hay dos personas que atestiguan su presencia en el lugar del crimen en torno a la hora en que se produjo. Y ya que se pone, piense en algo más: hemos tenido dos días para investigar, y no es nuestra costumbre perder el tiempo.

HOMBRE: ¿Qué insinúas?

MUJER: No sea ingenuo. ¿Creía de verdad que me habría atrevido a detenerlo sin atar un poco más los cabos?

HOMBRE: ¿Qué más tienes?

MUJER: Todos los movimientos bancarios de esas dos sociedades pantalla, con el detalle de pagos, pagadores, fechas e importes. Con la fecha de la retirada de los fondos por su esposa, que coincide casualmente con la víspera de su muerte. Y el SMS que le envió usted justo después de que el director de la sucursal, también tenemos registrada la llamada, le informara de la operación que acababa de hacer su esposa. Sabe lo que significa lo que le digo, ¿verdad?

HOMBRE: (Abatido). Que otro juez os ha autorizado todo eso.

MUJER: Exacto. Ya ve, señoría, no estoy tan sola como le dio la impresión. Pero significa algo más, a mi modesto entender.

HOMBRE: Y me temo que vas a decírmelo.

MUJER: Por qué no. Tampoco usted se cortó antes. He tenido delante a unos cuantos delincuentes gilipollas, pero suele suceder que los más gilipollas de todos son los que se creen más listos.

HOMBRE: (Mirándola con odio). Voy a dar la batalla igual.

MUJER: Allá usted, señoría. Yo también. Y no apuesto ni un céntimo por usted. (Al guardia). Lléveselo, por favor.

El guardia saca al hombre del cuarto. La mujer se queda mirando la mesa y tras un breve momento de reflexión menea la cabeza y sale también.

TELÓN







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