Nadie vale más que otro

   

Edición original, noviembre 2004

 

Edición bolsillo, 2005


Reedición bolsillo, 2011

 

El resumen del editor

En Nadie vale más que otro, Lorenzo Silva nos convierte de nuevo en testigos privilegiados de las pesquisas de los célebres Chamorro y Bevilaqua pero en esta ocasión el lector tendrá la oportunidad de adentrarse en cuatro casos diferentes en los que se pondrá en juego la pericia y perspicacia de esta pareja de investigadores de la Guardia Civil. El asesinato de una mujer en el que todas las sospechas recaen en un marido con un largo historial de malos tratos, la violación y muerte de una niña, el hallazgo de un cadáver de un delincuente común donde todo parece indicar que se trata de un ajuste de cuentas y el crimen contra un inmigrante en un pequeño pueblo son los cuatro asuntos que tienen como nexo, además de suceder todos en periodos estivales, el hecho de ser crímenes tan cotidianos como los que se leen a diario en los periódicos, alejados de la extravagancia y de la sofisticación y, en consecuencia, tan reales como la vida, o la muerte, misma. Casos, no obstante, en los que la línea recta no es necesariamente el camino más corto y en los que casi nada es lo que a simple vista parece.

Lorenzo Silva nos ofrece cuatro relatos contundentes, sin fuegos de artificio, en los que demuestra que la cotidianidad y la realidad pueden ser la base para la mejor literatura

Un apunte del autor

Este libro va precedido de un prólogo, que creo que puede valer también aquí:

Hace ahora diez años, allá por el verano de 1994, entraron en mi vida Chamorro y Bevilacqua, la pareja de guardias civiles protagonistas de una novela que por entonces andaba maquinando, El lejano país de los estanques, y que escribiría finalmente a fines del verano del año siguiente. Esa novela, tras pasar el trámite ya casi proverbial de ser rechazada por algunas editoriales, la publicó en 1998 Ediciones Destino, y fue distinguida con el Premio Ojo Crítico de ese mismo año y la simpatía de la crítica y no pocos lectores. En el año 2000, una segunda novela con estos personajes, El alquimista impaciente, recibía el Premio Nadal y por ese camino acercaba a la pareja de picoletos a un público mucho mayor. Unos personajes surgidos casi por casualidad, en una especie de apuesta conmigo mismo por crear unos investigadores criminales genuinamente españoles, que indagaran casos acordes con la realidad actual del país en el que vivo, adquirieron así una importancia insospechada. Con ese estímulo, y el de mi propia complicidad con ellos, me sentí impelido a perpetrar una tercera novela, La niebla y la doncella, que ratificó el tirón de las anteriores y casi me convirtió en rehén del sargento y su ayudante. Desde que se publicó esta última entrega, el otoño de 2002, la pregunta que más me toca escuchar es cuándo saldrá la cuarta de la serie.

Lo primero que debo decir de este libro es que no es la cuarta novela de Chamorro y Bevilacqua, aunque en el momento en que redacto estas líneas estoy en ella y espero que acabe existiendo. Lo que aquí recojo son cuatro relatos de la pareja que en diferentes momentos, intercalados entre las novelas, fui escribiendo por motivos dispares, y que nunca antes habían visto la luz en un libro. La idea de reunirlos aquí, como ha sucedido en alguna otra ocasión, se la debo a los lectores, en concreto a los que, habiendo conocido alguno de estos relatos a través de la página de internet www.lorenzo-silva.com, se mostraron interesados en disponer de ellos en el soporte tradicional. Apenas junté material suficiente para justificar un libro, me pareció que debía hacerles caso.

El resultado es el presente volumen. El título, Nadie vale más que otro, está tomado del primero de los relatos, y es una afirmación que me parece representativa del talante y la filosofía vital del sargento. Los cuatro relatos, aun escritos en momentos diversos, entre 2001 y 2004 (uno en cada año de los que abarca ese periodo), tienen un doble hilo común: son todos ellos historias estivales, y los casos de que se trata no son esos crímenes recalcitrantes y a veces algo retorcidos que se suelen ingeniar para las novelas, sino homicidios cotidianos, hasta vulgares, de los muchos que los investigadores resuelven con relativa rapidez. Hay quien cree que sólo puede hacerse literatura desde la fantasía y la evasión de la realidad, ya sea reinventando el pasado a conveniencia u otorgándole al presente una faz anómala y forzadamente misteriosa. Pero Bevilacqua y quien le escribe creemos que el misterio que verdaderamente nos concierne es el de las cosas cotidianas, incluso el de las gentes y los asuntos vulgares y rutinarios, que sólo lo son, en el fondo, cuando vulgar y rutinario es el ojo que los mira.

Espero que el lector, y en especial el que ya lo es de antiguo, encuentre en estas páginas aquello que después de mucho pensarlo he llegado a creer que constituye el discreto encanto de este paradójico sargento (y ex psicólogo en paro) y de su concienzuda y ya insustituible ayudante: en cada cosa que hacen se les puede reconocer como gente cercana, como dos pringados que salen adelante como pueden, que aciertan tanto como se equivocan, y que son quienes son más allá de lo que les toca resolver y de los prejuicios que frente a su oficio puedan existir. En suma, y si se me permite la expresión, dos de nosotros

Sirva este libro (que sólo podía publicar Destino, la casa que confió en ellos cuando otros no lo hacían) para celebrar esos diez años y para agradecer la generosidad de tantos lectores.

La cal de la crítica...

En 1998 saltaba desde las páginas de El lejano país de los estanques una pareja de investigadores de lo más peculiar. La formaban el sargento de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua, Vila para los amigos, y la cabo Virginia Chamorro. El golazo acababa de marcarlo Lorenzo Silva. Había creado unos personajes que estaban vivos, que respiraban, y cuya pista pudimos seguir –y disfrutar– en El alquimista impaciente (2000) y en La niebla y la doncella (2002). Nadie vale más que otro reúne cuatro nuevas pesquisas de esta pareja de picoletos. Cuatro relatos que, como aclara el autor en la nota introductoria, «tienen un doble hilo común: son todos ellos historias estivales, y los casos de que se trata no son esos crímenes recalcitrantes y a veces algo retorcidos que se suelen ingeniar para las novelas, sino homicidios cotidianos, hasta vulgares, de los muchos que los investigadores resuelven con relativa rapidez». Un –a simple vista– ajuste de cuentas en un campo deportivo, la violación y estrangulamiento de una niña a manos –parece ser– de uno de sus tíos, el asesinato a hachazos de una mujer –obra, salvo que se demuestre lo contrario, de su marido, que la maltrataba– y un crimen en el seno de una comunidad ecuatoriana son las tramas que ocupan ahora a Vila y Chamorro. ¿Que estos relatos no tienen el vuelo de una novela? Tampoco lo pretenden. Sólo son un aperitivo para que los admiradores de la pareja –y somos unos cuantos– vayamos afilándonos los dientes mientras llega la próxima entrega de la serie, en la que Vila y Chamorro continuarán haciendo lo que mejor saben: «Fisgar en la vida de los demás cuando les sucede lo más excepcional de todo, que es dejar de vivirla».

Antonio Fontana, Blanco y Negro Cultural

Un camello de medio pelo que intenta llegar a más, una ninfa rural que no eclosionará en mujer, una esposa maltratada y un donjuán ecuatoriano son las cuatro víctimas escogidas para otros tantos casos breves del sargento Bevilacqua, en esta nueva aparición con la que Lorenzo Silva ha querido premiar a sus lectores más fieles, reuniendo en un volumen historias gestadas al calor de cuatro estíos. Ninguno de los difuntos lleva una vida enrevesada, no son personajes de postín, sino una muestra de esas víctimas demasiado cotidianas a las que ya hemos aprendido a olvidar a la hora de pasar las hojas de un periódico, o al contemplar los desmanes de cada telediario, tal vez por ello Bevilacqua se emplea tan a fondo, para demostrarse, a sí mismo primero, y a los deudos después, que «nadie merece que lo maten y no haya quien se preocupe». Este psicólogo frustrado, cuarentón eternizado por voluntad propia en su rango en la Benemérita, tiene un aire al Plinio de García Pavón, pero más moderno y urbano, y su escepticismo es una de las mejores bazas empleadas por Silva para aderezar su relación con la cabo Chamorro, más idealista y joven, pero también menos transigente. Entre ambos investigadores parece ir trazándose el amago de otros contactos, algo que queda en suspenso y que quizá su padre literario guarde como as en la manga para futuras aventuras. No son casos muy complejos, sino asuntos conocidos, casi de manual sociológico: violencia familiar, pederastia, ajustes de cuentas, xenofobia, nada que, por desgracia, se salga de lo común, la realidad que tenemos delante es una fuente inagotable de argumentos, pero Silva la complementa con el oficio del género negro, con variedad en las muertes (balazo, estrangulamiento, hachazo, asfixia) y sospechas tópicas que se deshacen como nubes de humo antes de la sorpresiva resolución final, demostrando así que también sabe moverse a su antojo en la narración breve. El lenguaje directo de la pareja de sabuesos, y la objetividad, para lo bueno y lo no tan bueno, con la que el sargento muestra los entresijos de la Guardia Civil, le han granjeado, sin duda, un hueco en el corazón de un público que aún sigue aguardando la cuarta entrega larga de sus andanzas. Ojalá no nos haga esperar demasiado.

Antonio Parra Sanz, La Verdad.

Nada mejor para cerrar el año que comentar un libro de lectura agradable, un libro inteligente, cómplice, grande en su sencillez: la nueva entrega del guardia civil Bevilacqua y su compañera Chamorro en sus pesquisas investigadoras, como unos Sherlock Holmes y Watson de tricornio en la España actual. El escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) inventó estos personajes hace ya más de seis años para hacer algo parecido a novela negra a través del verde de la benemérita y en un país de claroscuros como éste. Con El lejano país de los estanques algunos caímos ya seducidos por una literatura eficaz y resultona, con una sensación que se fue afianzando en posteriores entregas y que alcanzó su cénit (más para la fama que para sus fieles) en El alquimista impaciente, la novela que sirvió a Silva el premio Nadal en el año 2000, y que el arriba firmante no considera precisamente la mejor de la serie. Silva escribe mucho y muchos géneros, al margen de las peripecias de estos guardias civiles, pero estábamos esperando ya una nueva ración de Bevilacqua, y aquí está, aunque en lugar de plato grande es en forma de aperitivo. Nadie vale más que otro reúne cuatro relatos protagonizados por nuestra pareja de sabuesos beneméritos. Algunos ya habían sido publicados en otros formatos y medios, pero aquí conforman un todo que nos devuelve las mejores sensaciones de esta serie negra de uniforme verde. Como siempre, los casos nos conectan con la actualidad más cercana, desde los malos tratos mujeres a la inmigración, porque Silva, en la mejor estela del género, se vale del suspense para hincar el diente a los grandes temas de la sociedad actual. Disfruten.

Mitxel Ezquiaga, El Diario Vasco

Lorenzo Silva recoge en este volumen cuatro novelas cortas con otras tantas “historias estivales” –según palabras del autor– protagonizadas por los dos investigadores de la guardia civil que surgieron hace diez años de la pluma del autor: el sargento Bevilacqua y la cabo Virginia Chamorro.Quiere esto decir que nos encontramos, una vez más, ante cuatro narraciones de misterio, planteadas en torno a cuatro crímenes rápidamente resueltos por los investigadores. Advierte el autor que los casos de estos relatos “no son esos crímenes recalcitrantes y a veces algo retorcidos que se suelen ingeniar para las novelas, sino homicidios cotidianos, hasta vulgares”. Así es, en fecto, y conviene destacar el esfuerzo del escritor por rehuir en esta ocasión todo asomo de truculencia o cualquier fácil artificio para abultar la tensión de la intriga, tal como enseñan los recursos más explotados y reconocibles del género. Reducidas a la máxima desnudez posible, la solución de estas historias puede parecer en algún caso decepcionante por su simplicidad –como el recurso al ADN entre los únicos tres sospechosos de “Un asunto familiar”– o por la aparición de una confidencia que, como la de los ucranianos de “Un asunto vecinal”, permita localizar inmediatamente al culpable. La muerte de un narcotraficante ocasional, la violación y asesinato de una niña, los homicidios de que son víctimas una esposa inconstante y un inmigrante ecuatoriano demasiado aficionado a las faldas, no exigen grandes esfuerzos a Bevilacqua y su compañera. A cambio de este aflojamiento de la intriga, los escuetos relatos –puestos siempre en boca del sargento– permiten matizar un poco más el perfil de los investigadores, que va completándose en cada entrega, a la vez que dejan diseminadas una serie de observaciones acerca de problemas de la sociedad actual: el paro, la inmigración, las actitudes racistas, la inestabilidad sentimental, los excesos de la pasión desbocada. Como sintetiza Bevilacqua: “Vivimos en un país cuyos habitantes, al llegar a la mayoría de edad, han visto dos años y medio de televisión. Eso lo hace cada vez más estrafalario e impredecible” (pág. 138). Silva ha escrito unas narraciones entretenidas –lo que es muy de agradecer–, pero sin dejar de insuflarles ciertas dosis de crítica social, en la línea de la mejor novela negra –Hammett, Chandler– que ya inspiraba Noviembre sin violetas, la primera y ya lejana obra del autor, que ahora, a la luz de estos nuevos relatos, convendría revisar. Además, Silva es un buen escritor. Sus diálogos, que integran sin exceso fórmulas coloquiales, son cada vez más ajustados, y tiene un excelente oído para los tics idiomáticos carecterizadores, como demuestra la entrevista de Chamorro y Bevilacqua con el ecuatoriano Augusto Walter Losada en “Un asunto vecinal”.

Ricardo Senabre, El Cultural

 

...y la arena

Disuena, en cambio, el uso reiterado –que sería preferible reducir– de algunos anglicismos propios de ámbitos burocráticos, como “inusual” por ‘infrecuente, insólito’, o “evaluar” por ‘analizar, estudiar’.

Ricardo Senabre, El Cultural



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