La mejor presentación para 
"Del Rif al Yebala"

Presentación Zaragoza, 8 de Noviembre de 2001

Magdalena Lasala

Buenas tardes a todos ustedes y gracias por su asistencia a este acto de encuentro con Lorenzo Silva y dos de sus obras, "El nombre de los nuestros" y "Del Rif al Yebala, viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos", libros editados por Destino a lo largo de este año 2001. Es verdaderamente un placer para mí estar esta tarde aquí, con ustedes y con Lorenzo Silva para hablar de estos dos magníficos libros, y es además un honor que me enorgullece sinceramente servir de oficiante en este acto de introducción o presentación en Zaragoza de los mismos. Estos dos títulos que nos acompañan, por obra y gracia de Lorenzo Silva, vienen a sacudir con su fuerza literaria nuestra conciencia de lectores y nuestra memoria como españoles; respiran esa pasión intensa que muy pocos libros contemporáneos poseen, porque están escritos desde la potencia que da creer firmemente en algo, y desde la certidumbre profunda que da comprender que tu misión como escritor es transmitir la verdad de lo que sabes. Son obras que escuecen vivificadoramente, que no nos van a dejar indiferentes ante su mensaje y después de cuya lectura nos sentimos transformados en alguna parte de nuestro interior.

"El nombre de los nuestros" fue publicado en Destino en marzo de este año 2001, y en la actualidad lleva su segunda edición. "Del Rif al Yebala, viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos", es el más reciente, publicado también en Destino en septiembre de este 2001, y es el verdadero objeto de esta presentación literaria. Las referencias entre ambos son inevitables y su consecuencia resulta casi lógica; diría yo que uno te lleva al otro, que uno te inicia en la sorpresa y el otro ahonda en el descubrimiento de la rememoración y el recuerdo desvelado que ambos te traen.

Lorenzo Silva nació en Madrid, a mitad de los sesenta y en el año 2000 ganó el Premio Nadal con "El alquimista impaciente", premio que lo consolidó como autor ante el gran público, aunque como escritor ya lo avalaban títulos de alto nivel literario, como "La flaqueza del bolchevique", que fue finalista del mismo premio en 1997, "Noviembre sin violetas", "El lejano país de los estanques", Premio Ojo Crítico en 1998, y "El ángel oculto", entre otros.

Con menos de cuarenta años, sin duda que Lorenzo Silva está afianzado como escritor español de indiscutible calidad, con un estilo muy ágil, directo, cercano y muy sólido en su expresión que a su incuestionable buen oficio une la perspectiva de la emoción, la parte apasionada que él no elude, y lo cual redondea cualitativamente su producto final; sin embargo, en estos libros a los que hoy nos referimos su trabajo de escritor se amplía, se amplifica con una dimensión impactante. Estos libros nos refieren sin ambajes episodios de la historia reciente de España que una parte de los españoles desconocen y otra parte de ellos no quieren recordar.

Cuando el recuerdo duele, la memoria se resiste a revivirlo. Quizá sea esa la razón por la que en España todavía no se habla abiertamente de una parte de su historia política, la que concierne al colonialismo practicado en el protectorado de Marruecos, en los años veinte de nuestro recién acabado siglo XX. En "El nombre de los nuestros" Lorenzo Silva recrea la tragedia humana vivida por los soldados españoles destinados a luchar contra los marroquíes, novelando la crónica de una realidad trágica, absurda vista con los ojos de hoy, y horrible desde cualquier perspectiva. Esta obra es a mi modo de ver una novela histórica, aunque no hayan pasado cien años todavía desde aquello, porque forma parte de los hechos que configuraron también el tipo de país y de mentalidad que es la España de hoy, aunque, como otros momentos de su historia más lejana, se haya intentado ignorarla o dejarla dormida. Lorenzo Silva la saca del olvido, la despierta a nuestra conciencia de hoy, y realiza una novela dura, hermosa, desnuda, que cumple una de las funciones más importantes de la literatura: lleva al lector a la reflexión obligada sobre aquella parte de nuestra historia, sobre la utilidad de la memoria, sobre los conceptos que mueven las acciones, sobre la realidad presente y sobre qué tipo de futuro podemos estar ya construyendo, aceptando la historia como una oportunidad de análisis para no repetir lo negativo, o ignorando su recuerdo y dejando el futuro a merced de poder repetir los fallos anteriores. En reconocer el pasado está siempre la oportunidad de redención del presente y la incuestionable fuerza para proyectar un mañana construido sobre la sabiduría de lo aprendido; resulta cuando menos curioso el empecinamiento en cerrar los ojos a la necesidad del ser humano de de crear algo mejor, pues sin duda a eso es a lo que, negando o silenciando el pasado, estamos cerrando nuestras puertas.

Seguramente muchos de ustedes conozcan ya "El nombre de los nuestros", pero como dije al principio, la considero referencia obligada como preámbulo para hablar de la novela más reciente objeto de nuestro encuentro aquí hoy, "Del Rif al Yebala, viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos". Ambos trabajos pertenecen, a mi modo de ver, al tronco común de una herencia que Lorenzo Silva toma entre sus manos de escritor para desentrañar sus huellas, sus mensajes, sus ecos, y elaborar un bebedizo que agita hasta la convulsión nuestras entrañas de lector. Esa raíz común es su propia familia, ese abuelo con su mismo nombre, que sirvió de sargento en Marruecos entre 1920 y el 26, al que intuimos a lo largo de las páginas, latente, lacónico y rotundo, como el único y escueto comentario que lo define:

"Aunque mi abuelo paterno murió cuando yo era pequeño, todavía pude verle alguna vez con la oreja pegada a su vueja radio, para superar su sordera y poder oír los cantos marroquíes que las emisoras del otro lado del Estrecho retransmitían durante todo el día.

-Me gusta oírlos, a los morillos –solía decir-. Me trae recuerdos.

Mi abuelo nunca contaba casi nada de la guerra. Si acaso, pequeñas anécdotas de campamento, pero jamás acciones de combate. Cuando mi padre o cualquier otro le preguntaba cómo había sido la campaña, respondía con su laconismo de andaluz de los montes:

-A tiro limpio-, y cambiaba de tema."

Late igualmente soterrada entre líneas la colaboración del padre, el padre del escritor, a quien imaginamos coleccionando los recuerdos, las fotos, las historias, los retazos de la memoria que el abuelo guarda recogida detrás de sus oídos cerrados a todos aquellos sonidos que no sean los de su propia vivencia interior. Imaginamos al padre recopilando los materiales que tenderá al hijo, al escritor Lorenzo Silva para que realice el tapiz que han de contemplar nuestros ojos hoy, obligadamente abiertos para enfrentarse a una verdad que permanece en el inconsciente colectivo de nuestro país, y del que tenemos todavía mucho que estudiar, aprender y recapacitar.

Me resulta entrañable y allegado a mi propia experiencia reconocer en Lorenzo Silva escritor resonancias comunes a mi historia particular. Él toma la memoria de su abuelo para adentrarse en la investigación de un pasado que no conoció pero que lo ha forjado como persona y con el cual establece un compromiso de rehabilitación, de recuperación de su mensaje oculto para engrandecer el presente y aportar lo bueno de su estudio para el futuro. ¿Quién no guarda dentro de sí mismo algún recuerdo parecido, su abuelo o su abuela narrando en voz alta la memoria de su juventud, un tiempo anterior al presente? Seguramente todos los que han tenido la fortuna de vivir momentos así, los recuerdan.

Esa fue la primera sensación que me aportó "Del Rif al Yebala". Aquí Lorenzo Silva se plantea, con premeditación y alevosía magníficas, un viaje por el escenario de las vivencias de juventud de su abuelo en África, como sargento del ejército español. Las páginas se tornan en experiencias apasionantes que te hacen buscar una y otra vez el mapa del principio del libro para situarte también geográficamente en el viaje íntimo que como lector realizamos de la mano del escritor. Lorenzo Silva se convierte en nuestro viajero interior y como una voz secreta nos narra en soliloquio fiel lo que nuestros ojos van viendo a través de los suyos. La descripción de los momentos es minuciosa, la sucesión de los detalles meticulosa, no hay pormenor por nimio que sea que no sea referido, ningún elemento obviado, puedes vivir en las líneas cada minuto, cada segundo mientras acontece.

"Despertamos a una luminosa y apacible mañana melillense. En mi caso, la llegada de la luz es un alivio, porque hago cesar el ruido del vetusto aire acondicionado y abro las ventanas sin cuidarme ya de los mosquitos que me obligaron anoche a cerrarlas y a conectar el aparato infernal.

Con la cabeza aclarada por la ducha, desayunamos copiosamente, que es uno de esos placeres simples del viajero que disfruto con mayor fruición, en mi condición de madrugador habituado a mi pesar a un ínfimo cruasán y un vaso de leche bebida deprisa. Además, se trata de nuestra última comida española por unos cuantos días."

Me imaginaba a Lorenzo Silva pegado a una grabadora de mano, donde reflejara hasta el último recoveco avistado por sus ojos, y podía sentir su apasionamiento íntimo recorriendo escenarios tan simbólicos, podía sentir hasta su respiración, el sol aplastante, el sudor de esos días de julio de su viaje a Marruecos, y más allá, el sol, el calor y la sed de esos soldados que él mismo imagina pisando antes que él esos parajes. Lo que en un principio podríamos tomar como un libro de viajes, resulta ser más que eso. "Del Rif al Yebala" nos regala una oportunidad iniciática de reflexión sobre el pasado, como si a través de la hábil maestría literaria de Lorenzo Silva tuviésemos una nueva posibilidad de aprender de los errores que nos marcan como cultura, como mentalidad, como país, y que todavía aguardan a que extraigamos de ellos la lección útil que tienen todos los episodios históricos. Nos lleva al Rif para vivir mágicamente en nuestra piel el desastre de sangre, sed y muerte de muchos hombres que dejaron sus vidas inútilmente en sus laderas, en aquel verano de 1921. El escritor nos arrastra en su búsqueda para que busquemos nosotros también, mano a mano con él, las razones de la sinrazón y quizá como único modo de sanación de una herida sin cicatrizar, atizada desasosegadamente a través de las páginas del libro con preguntas sin respuestas, con reflexiones amargas, con revelaciones duras sobre las casualidades, las situaciones absurdas o la confluencia de factores lamentablemente grotescos que pudieron conducir a tanto sufrimiento. Nunca el sufrimiento, nunca la guerra tiene justificación, parece emerger, como el polvo bajo los pasos del viajero, de las salpicaduras de historia que se entremezclan con las descripciones de los lugares, de las gentes, de los caracteres de esa tierra.

... "Pero lo principal, lo que casi quita el aliento, es la imagen desolada del valle semidesértico, tan distinto de la bucólica fotografía primaveral que habíamos visto publicada con ocasión del aniversario. Los colores son los mismos que en el resto de estos montes: amarillo, gris ceniza y rojo oxidado. Los matojos con los que tropiezan nuestros pies, casi derretidos bajo la solana, destilan frenéticos su aroma intenso, que entonces fue el último que tantos hombres respiraron y exhalaron. Me agacho y toco la tierra, las piedras, las plantas. Todo arde. Desde esta postura, acuclillado como se colocaban los tiradores rifeños envueltos en sus chilabas pardas, dejo que la mirada vague por la superficie de Annual, por sus ondulaciones, por los tajos y barrancadas que surcan serpenteando el llano, como cicatrices olvidadas de la estación de las lluvias. Allí se acurrucarían los más débiles, los heridos, y allí los rematarían con las temidas gumías, los cuchillos curvos, aquellas mujeres implacables de los guerreros implacables cuya tierra sagrada el rey Alfonso (que a esas horas se refrescaba en el Cantábrico), había ordenado profanar. "

Este libro atrapa en la fascinación de su amalgama de alicientes que lo caracterizan, desde la descripción geográfica a la reflexión histórica, desde la capacidad de transmitir sensaciones a la de suscitar emociones, desde la intimidad respetuosa y compartida del guía viajero, hasta la calidad excepcional del escritor:

"Hacemos fotografías para no poder olvidarlo, pero a la vez dudamos de que en ellas quede una décima parte de la impresión que reciben nuestros corazones. Había que venir a Annual, lo intuíamos antes y estamos convencidos ahora, porque habrá pocos lugares en nuestras vidas donde podamos sentir como aquí, en medio del vacío y la soledad, la preciosa huella del alma de los hombres. Para bien o mal, éste es un lugar impregnado. La vergüenza, los errores, la crueldad, ya no importan. Todos están aquí, absueltos, alojados en estepaisaje rifeño que hoy se apodera de nuestro espíritu. Hemos venido a buscarlos, y por eso ellos se dejan encontrar.

Antes de reanudar la marcha, me acerco al coche en busca de agua y una bolsa. Lo primero se hace indispensable al cabo de veinte minutos de recibir en las costillas el castigo de este sol. Uno puede hacerse una idea aproximada del tormento de la sed que constantemente referían los soldados que vivieron las campañas; para hacerse la idea completa, habría que comer lo que ellos comían, bacalao, judías y latas de sardinas, una dieta que ni el más sádico de los torturadores habría podido urdir."

Llama la atención de esta obra de Lorenzo Silva la vuelta que se le da, en virtud de cómo trascurre su relato, a la condición de protagonista. ¿Quién es el protagonista de este libro? Cabría contestar que son el propio narrador, Lorenzo Silva, y sus dos acompañantes, su hermano y un amigo de ambos, pero no es así; Lorenzo Silva viajero sólo es instrumento del lector para que sea el propio lector el que protagoniza el viaje, el auténtico caminante que recorre el paisaje y la historia convocados por el escritor, mientras que sus acompañantes son sólo testigos mudos de las sensaciones que el autor capta magistralmente para sus páginas, y que llegan a ser cómplices del lector, dos sombras silenciosas que a veces aportan una estela, un eco sutil, a las emociones que nosotros, lectores, protagonizamos en este viaje. Pero ni siquiera es el lector el total protagonista de esta obra. Es mucho más patente como protagonista, por ejemplo, la figura de Hamdani, el conductor del coche que nos transporta por toda la ruta, que observa desde su distancia y su respeto el encuentro del viajero con su objetivo. Es protagonista el General Silvestre, cuya figura renace igual de potentemente alucinante en cualquier párrafo después del anterior que creíamos definitivo. Es protagonista Arturo Barea, referencia continua para nuestro autor de textos consultados y bibliografía; o el caudillo rifeño Abd al-Krim, con su vivencia del honor entre guerreros. Es protagonista ese Alfonso XIII entonces monarca español que no alcanza a comprender la tragedia humana que él ha consentido, y ese comandante legionario Franco, intuído en su propio transcurso vital, casi biográfico, y al que encontramos por primera vez en la estatua a la salida del puerto de Melilla:

"Hay que reconocer, sin ninguna simpatía por lo que Franco acabó representando, que la imagen del comandante legionario (al contrario de lo que sucede con la del obeso general sublevado o con la del caudillo decrépito), posee un cierto atractivo y que se contempla sin disgusto. El escultor ha sabido representar la audacia del ljoven oficial y ha silenciado la ambición del futuro déspota, convirtiéndolo en una especie de alegre aventurero colonial".

Así, desde Melilla a Alhucemas, pasando por Nador y Zeluán con su aire familiar para el autor que le trae recuerdos de Jaén, y luego por Monte Arruit para llegar a Annual y coger el curso del Nekor, comprendemos y captamos a los verdaderos protagonistas de este viaje: los hombres muertos, soldados en aquel año de 1921, que antes que nosotros pisaron esas tierras, seguramente sabiendo que iban a su desastre. Esos muertos redivivos en el impacto que la lectura de su memoria causa en nosotros, constituyendo una verdadera experiencia que incorporamos a partir de hoy a nuestra vida.

"Antes de iniciar de verdad la subida, la carretera pasa por los pequeños pueblos de Tlat-Azlaf, Kassita y Talamagait. A partir de aquí, has que empezar a exigirle al motor para que remonte las dificultades de la cadena de puertos que nos vemos obligados a salvar. La cima de este macizo montañoso es el Kech-Kech, de 1.600 metros de altura. Uno se pregunta, viendo los impresionantes paredones rocosos, cómo ese insensato de Silvestre creyó alguna vez que podría llevar a sus pobres soldados hasta Alhucemas, cruzando esta inexpugnable muralla natural".

"Mientras seguimos el curso del Nekor, pienso en lo que rara vez muestran los libros de historia. Más allá de las batallas, las ofensivas y las líneas del frente, cómo vivían y morían los contendientes de a pie. Quiénes y cómo eran los hombres que en aquella guerra se enfrentaban."

También nosotros, lectores, nos vemos obligados a pensar en ellos. Este trabajo, documentadísimo, reflexivo e intenso, nos hace cuestionarnos una y otra vez la validez de ciertos motivos por los que los seres humanos se matan entre sí. Pero sobre todo, nos impregna de deseos de recuperar el deseo activo de paz, de diálogo como verdadera alternativa política a las relaciones entre los hombres.

En Rabat, por fin, conocemos al tío musulmán de Lorenzo Silva, a su tía, hermana de su madre casada con él, y a sus primas. En Rabat nos despedimos de ese chófer, Hamdani, sin el cual nuestro viaje no habría sido lo mismo:

"Baja los ojos, no sé si porque al mismo tiempo le estoy dando dinero (qué infamante acto siempre, más para quien lo da, porque a él va a servirle al menos para regalar algo a su mujer y a sus hijas), o porque entiende que no tengo ninguna obligación de decirle eso. A veces en la vida nos encontramos con personas a las que sabemos que nunca podremos corresponder, busquemos como busquemos las palabras o los actos. Son personas de las que al final nos separamos con una sensación de torpeza e inacabamiento. Por alguna razón me sucede eso con nuestro conductor, aunque sólo hemos dispuesto durante cuatro días de su compañía. Me temo que tiene que ver con algo más que con él y conmigo; quizá con las dos orillas del estrecho que en el curso caprichoso de la historia ha terminado por erigirse en una especie de muralla".

En efecto, éste es el otro gran legado de esta obra, obsequiado con tanta generosidad y belleza por Lorenzo Silva a nuestra conciencia, darnos cuenta de cómo hemos conseguido los españoles dar la espalda a una parte de nosotros mismos, reflejada en esta rama familiar que son los marroquíes. España puente geográfico y mental entre continentes y entre culturas, quizá no ha comprendido la importancia de su destino, y por ello ha mirado sólo en una dirección descuidando la otra, desentendiendo que tarde o temprano aquéllo a lo que le das la espalda te obligará a mirarlo de frente.

Me resulta curioso pensar que España ha evitado rememorar sobre todo aquellas etapas de su historia relacionadas con lo llegado a través del norte de África y a través del estrecho, obviando sus aportaciones y negándose el orgullo de comprenderse semilla de transformación, puerta que comunica y al fin, punto de encuentro neurálgico de posibilidades. Parece que quiera desoir sus orígenes, negar la riqueza de su realidad, cerrarse a su poder de transmisión.

Marrakech, el anochecer en Xemaa-el-Fna con sus sonidos y sus olores, Tetuán, Tánger, la ruta que Lorenzo Silva nos describe incansable y emocionado hasta impregnar nuestros ojos de lector con sus luces y sus sombras, es ya nuestra, se implanta en nuestros sentidos y nos emociona llegar a sus momentos de adiós. También nosotros nos despedimos de los tíos de Lorenzo casi en la escalera del barco, también a nosotros nos dicen "que volvamos, más veces, más tiempo, siempre que queramos". Nos llega su tristeza, esa tristeza de "siempre que se ve a alguien irse en un barco", como dice nuestro guía.

"Ya no estamos en África, y duele pensarlo así, porque casi de cualquier otro lugar uno puede marcharse impunemente, pero cuando uno ha amanecido en África durante varios días, teme que la vida pierda consistencia al amanecer en otro sitio."

Creo que es éste un libro rotundamente necesario en estos momentos actuales que vivimos, y que supone una referencia sobre la que empezar a plantearse un análisis sincero y honesto de la realidad que nos toca vivir.

Les aseguro que "Del Rif al Yebala" va a atraparles desde las primeras páginas y que como yo, van a agradecer a Lorenzo Silva su empecinamiento en transmitirnos la fascinación de su viaje. Además, hay algo que hará brotar en su alma, un regalo maravilloso que muy pocas obras literarias consiguen, y que en este libro es total: hará que nazca en ustedes la curiosidad maravillosa de saber más, el deseo de leer algo más de este tema y de la obra de nuestro autor, estímulo inapreciable para la condición de lector. Enhorabuena a Lorenzo Silva y enhorabuena a ustedes, porque van a disfrutar mucho con sus páginas.

 

(C) Magdalena Lasala, Noviembre-2001

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