El cuento del Parque de los Cuentos

 

1. (La inquietud por las historias, el lugar que las acoge).

 

Érase una vez una niña que viajó hasta Málaga con su padre para conocer el Parque de los Cuentos. Llegaron allí muy temprano, cuando apenas acababan de abrir. El padre había insistido en madrugar, pese a las protestas de la niña; así, le dijo, podrían ver mejor el Parque y descubrir a sus anchas los secretos que encerraba. Aunque a la niña todavía le pesaba el madrugón, porque era un poco dormilona y la noche anterior se había quedado despierta hasta tarde, podía más la curiosidad por saber cuáles podían ser los secretos de los que le había hablado su padre. Desde pequeñita le gustaban mucho los cuentos, no sólo que se los leyeran o se los contaran, sino también inventarlos. Por eso, precisamente, tardaba en dormirse por las noches: porque le pedía a su padre que le contara cosas de cuando era niño, y ella, a su vez, le contaba a él las historias que brotaban sin parar de su imaginación. Cuando se enteró de que había un Parque dedicado a los cuentos, en seguida quiso visitarlo. Y ahora, al fin, estaba a punto de conocerlo.

 

Había todavía poca gente. El día era luminoso y templado, y corría una suave brisa que venía del mar. La niña y su padre entraron en el Parque conteniendo la respiración, como quien atravesara la verja de un jardín encantado. Y lo que allí vieron les hizo sentir que, en efecto, aquel era un lugar muy distinto del mundo que quedaba afuera.

 

 

2. (Concepción del parque: los cuentos desde dentro)

 

Y es que, de repente, estaban dentro de un cuento. Un cuento que la niña conocía bien, porque su padre se lo había leído muchas veces. Era la historia de una muchacha huérfana a la que su madrastra y sus hermanastras utilizaban de criada, hasta que un hada la ayudaba a ir a un baile en palacio y allí conseguía enamorar al príncipe. “Mira, papá, es La Cenicienta”, exclamó la niña. “Sí”, dijo el padre. “Pero fíjate en lo que te explican de ese cuento. Aquí lo puedes averiguar todo de él: quiénes lo inventaron, cómo se fue transformando, cómo lo han contado en los libros y en el cine. Seguro que descubres detalles que no sabías”. La niña recorrió el cuento, fijándose en todo lo que su padre le había dicho. Y vio que tenía razón. Incluso averiguó que había cuentos y personajes modernos que se inspiraban en aquella antigua historia. 

 

Tras explorar aquel cuento, la niña y su padre entraron en otros. Todos y cada uno de ellos los fue reconociendo sin esfuerzo nuestra pequeña investigadora. Al llegar a la recóndita cueva del tesoro supo que estaba dentro de Alí Babá y los cuarenta ladrones. Poco después se tropezó con El gato con botas y lo acompañó en sus aventuras llenas de astucia y valentía. A continuación se internó en el bosque de Caperucita Roja, donde esperaba aquel lobo que al final tenía tan mala suerte, el pobre, cuando se las prometía tan felices. Luego escuchó la arrebatadora melodía de El flautista de Hamelin y lo siguió hasta su escondite, a donde después de librar al pueblo de las ratas se llevó a todos los niños. Y, por último, se encontró con Alicia en el país de las maravillas, que se parecía un poco a su propio viaje por el Parque de los Cuentos. Como la niña curiosa que persiguiendo al conejo blanco había ido a parar a un lugar sorprendente y lleno de prodigios, ella había saltado de cuento en cuento aprendiendo cosas insospechadas de cada uno de ellos.

 

3. (El trasfondo y la interpretación de los cuentos).

 

Cuando terminaron el recorrido por los cuentos, la niña se quedó pensativa. Su padre le preguntó entonces en qué pensaba, y ella, muy seria, le respondió que había algo que no terminaba de entender. Había sido emocionante estar dentro de aquellos cuentos, y era cierto que así se veían como no los había visto antes desde fuera. Pero se trataba de cuentos que ya conocía, y de lo que no tenía la sensación era de haber descubierto ningún secreto, como el padre le había prometido. Al oír estas palabras, el padre sonrió. Porque ya se las esperaba.

 

"Tú crees que no has descubierto secretos en estos cuentos, porque ya los habías leído o te los habían contado", le dijo. "Pero, como has dicho, nunca los habías visto así. En adelante, cuando los leas, encontrarás en ellos un sentido que antes no tenían. Porque cada cuento, detrás de las palabras y de los personajes, esconde un alma que es la que hace que nos emocione y lo recordemos. Este Parque guarda el alma de los cuentos, su parte invisible, que es lo más importante".

 

La niña sopesó aquellas palabras. El alma de los cuentos. Su parte invisible. Lo más importante. El padre la observaba, muy atento.

 

"Pero eso no es todo", le dijo. "Además de guardar el alma de los cuentos, este Parque también es el escenario de un cuento. También tiene, por tanto, su propia alma invisible. Y lo que no sabes es que en el alma de ese cuento se esconde un secreto especial, uno que es solamente para ti". "¿Para mí?", preguntó la niña. "Ajá", asintió su padre.

 

4. (También nosotros somos cuentos).

 

"Verás", le dijo. "Hace muchos años, aunque no lo parezca, este lugar estaba lleno de soldados. Por aquel tiempo había una guerra, y a los soldados que ya habían luchado durante mucho tiempo los enviaban aquí a reponerse. Uno de esos soldados llegó una noche de invierno, después de pasar seis años en la guerra. Estaba cansado de pelear, y también un poco triste, porque se sentía solo. Por las tardes salía a pasear por el barrio, para tomar un poco el aire, y un día se fijó en una chica que estaba asomada a un balcón. Le gustó porque era muy guapa y risueña. La chica también se fijó en él; le pareció tan serio y gallardo... Desde entonces, todas las tardes, él pasaba bajo el balcón y sus miradas se cruzaban. Una de esas tardes, él se decidió a saludarla, y ella le respondió. Otra tarde se encontraron en la calle y el soldado invitó a la chica a dar un paseo. Ella dudó un poco, pero al final le dijo que sí. Andando el tiempo se hicieron novios, y después se casaron, y el soldado se curó de la tristeza de la guerra y ya no volvió a sentirse solo".

 

"¿Y ése es el cuento?", preguntó la niña. "Sí", respondió el padre. "Bueno, es una historia de amor como cualquier otra", opinó la niña. "No veo qué hay en ella de especial, ni qué tiene que ver conmigo".

 

"Eso lo dices porque te falta un detalle", dijo el padre. "¿Sabes quiénes eran el soldado y la chica?" La niña meneó la cabeza. "Pues ahí donde los ves", prosiguió el padre, "eran tu bisabuelo y tu bisabuela. De ese cuento que pasó aquí, vienes tú. Y ése es el secreto especial que guardaba para ti el Parque de los Cuentos. Todo está lleno de cuentos, aunque no siempre seamos capaces de verlos. A veces, el cuento tiene que ver contigo, y entonces se convierte en algo tuyo y te acompaña para toda la vida. Pero también nosotros formamos parte de los cuentos, y gracias a ellos sabemos de dónde venimos y quiénes somos".

 

 

5. (El parque, abierto a la aportación del visitante)

 

La niña se quedó muy impresionada. A la bisabuela la había conocido siendo muy chiquita, pero del bisabuelo sólo había visto fotos. Y allí, justo donde ahora estaba el Parque de los Cuentos, era donde sus caminos se habían unido. De pronto sintió que aquel lugar ya no era algo extraño. “Así que ese cuento es mío”, dijo. “Como todos los cuentos que has visto aquí, y todos los que te sabes y todos los que aprendas en el futuro”, respondió el padre. “Pero ese un poco más”, insistió la niña. “Sí, ese un poco más”, admitió el padre. “Pues podríamos escribirlo y dejarlo aquí, para que lo lean otros”, sugirió la niña. “Sí, podríamos”, coincidió el padre. Y así fue como se escribió este cuento y se quedó guardado en el Parque, donde también, si quieres, cabe el tuyo.

 

Porque esto no es un museo ni un espacio quieto y cerrado, porque los cuentos no se dejan encerrar y porque crecen dentro de ti y tú los haces crecer a ellos. Por eso puedes inventar tu propio cuento, o combinar los que has leído para hacer otros nuevos. Puedes hacer que el Gato con Botas conozca a Caperucita, o que Alí Babá se encuentre con Alicia. Ésta es la casa de la imaginación. De tu imaginación.

 

Y colorín colorado, el cuento del Parque ya está contado.

 



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