Diario de 2004-2005

 

Eriste, Valle de Benasque, 1 de agosto de 2004.

Este año, dejando que mande el instinto, una semana de montaña. Por alguna razón no del todo comprensible, me gusta subir alturas. Torres, acantilados, montañas, igual da. Con un poco más de tiempo y abnegación, habría sido alpinista.Venir a los Pirineos era una asignatura pendiente desde hace años que por fin hemos cumplido éste, y con mucho gusto, aunque un servidor haya tenido que subir a todas partes llevando a hombros a un niño de dos años y medio y 15 kilos de peso inquieto, circunstancia que hace que cualquier ruta montañera eleve al menos en un grado su dureza y dificultad.

Durante un par de días, además, un regalo inesperado: compartir la estancia con Carlos Castán y su familia. Carlos, además de uno de los escritores españoles de más talento del presente, es una persona encantadora, como su mujer, Teresa. Y tanto ellos como nosotros poseemos el entrenamiento (cada vez más escaso, en esta época llena de despreocupados peterpanes) que se requiere para sobrellevar la convivencia con niños pequeños, jalonada de rabietas, somnolencias inoportunas, percances diversos y conversaciones intermitentes o drásticamente truncadas por alguno de los avatares anteriores. Así que no nos han agobiado los inconvenientes y hemos encontrado en cambio no pocas ventajas en la conjunción, porque los niños se distraen entre sí, y en general les viene bien compartir espacios.

La conversación con Carlos (un tipo tan singular como para haber aprendido a leer solo a los tres años, o como para haber llegado poco después a la conclusión de que Dios hizo la nada sacando punta a los lapiceros hasta consumirlos) me ha aportado la frase que me queda como vestigio más lúcido y significativo de estas vacaciones. No es suya, sino, según cuenta, de un anónimo lugareño de estos valles pirenaicos oscenses, que cuando llegaron los primeros montañeros, y uno de ellos le declaró su intención de subir al pico tal, le advirtió con tanta sencillez como sincera preocupación por evitarle decepciones al forastero: "Allí arriba no hay nada, ¿eh?"

Cuántas duras ascensiones asumimos, los locos que habitamos este mundo, para llegar adonde no hay nada, ni siquiera las vistas o la gratificación por el cansancio que, al menos, cosecha el que corona una montaña. El instinto trepador: tara humana incurable.

Chiclana de la Frontera, Cádiz, 10 de agosto.

Hoy es San Lorenzo, mi santo, el santo humorista, el que martirizado en una parrilla pidió que le dieran la vuelta porque de ese lado ya estaba hecho, si hay que creer la leyenda (y por qué no, para eso están precisamente las leyendas, para dar carta de naturaleza y plaza en la realidad a los hechos inverosímiles e improbables).

Hoy dice el periódico que el gobernador iraquí de Nayaf ha dado permiso para que las tropas americanas entren en el mausoleo de Alí a desalojar a Muqtada el Sáder y sus milicianos chiíes del Ejército del Mahdi. Dejando al margen la formulación humorística de la noticia (del tipo el vigilante jurado de la sede del Santander Central Hispano ha dado permiso para que entre en el garaje el coche de Emilio Botín), la cosa no tiene maldita la gracia. Muqtada ya huele a mártir, que es precisamente el ascenso que andaba buscando, y las fotografías de los restos humeantes del mausoleo serán banderín de enganche mucho más eficaz que los rambos que van haciendo la leva por cuenta del Pentágono por los barrios marginales estadounidenses.

Mientras tanto, en la playa de la Barrosa, retozan sobre las olas de un plácido día gris los rubios retoños de la clase bien madrileña. Siempre que vengo a este pueblo recuerdo que mi amigo Frank Smith lo llama Majadahonda-sur-mer, y me pregunto cómo he llegado a acomodarme a esto, sin jugar al golf ni compartir casi nada con la gente que aquí viene a pasar el veraneo: será mi placer por sentirme extranjero y marciano, o que después de todo la playa no está muy atestada, es buena y no demasiado peligrosa para los niños.

Una mitad del mundo se hace pedazos y la otra se refresca. Siempre fue así (Kafka yendo a nadar el día que se declaró la Gran Guerra). Confieso mi culpa: también yo he estado hoy saltando olas.

Chiclana de la Frontera, Cádiz, 15 de agosto.

Hoy reflexionaba sobre la nimiedad de los Juegos Olímpicos. Pensaba ejercer mi objeción de conciencia contra el nauseabundo negocio del deporte, hasta que descubrí que en el hotel donde me alojo los esfuerzos de los atletas sirven a la mayoría de los clientes como pasatiempo para sobrellevar el sopor de la siesta, y concluí que algo tan insignificante no merecía ninguna ferocidad por mi parte (hoy sesteé yo mismo viendo perder a un judoka español).

Getafe, 5 de septiembre.

Se acabaron las Olimpiadas, que esta vez han estado bien sosas. España ha sacado la magra cosecha habitual de medallas en deportes preferentemente improbables y la no menos habitual decepción de las eliminaciones de los deportes de equipo. Todo tan vulgar y rutinario que queda en total evidencia el descomunal despliegue informativo alrededor. Ah, tiempos de grandes envases huecos.

Muqtada no se dejó matar, tampoco los americanos se atrevieron a reventarlo con el mausoleo de Alí. Al final todos se pusieron a marear en busca de la salida que proporcionara mejor propaganda para sus respectivas causas y ganó el clérigo, porque no se ha rendido, sino que ha aceptado el requerimiento del patriarca chií, Alí al Sistani, para desalojar la ciudad santa. Sistani se apunta así la autoridad moral y la capacidad de resolución de la que han mostrado carecer los marines y el gobierno títere de Bagdad. Muqtada se apunta el prestigio de haberle plantado cara a los yanquis y sube en el escalafón con miras a la sucesión de Sistani. Todo queda entre ellos. Ni aposta se podría haber hecho peor. Alguien me cuenta que el avispero de Nayaf lo agitaron en abril los mercenarios civiles del Tío Sam porque las tropas españolas contemporizaban demasiado con la población local (las siglas del nombre militar de la agrupación de tropas españolas, BMNPU, dieron lugar al nombre humorístico de Winnie The Pooh, porque eran tan inocuas, decían, como el tierno osito). Los españoles no tomaban medidas para disolver los tribunales paralelos en los que se aplicaba la Sharía, como les ordenaban los americanos, y el Pentágono reventó el statu quo con la incursión de unos mercenarios civiles que secuestraron al segundo de Muqtada. El 4 de abril los españoles tuvieron que abrir fuego contra la población enfurecida, sí; pero eso no impidió que al final toda la Brigada Winnie the Pooh volviera a casa. Y ahora Nayaf está en ruinas pero Muqtada es más fuerte. Mientras los partidarios de Bush aúllan su júbilo en la convención de Nueva York, en los suburbios ya pueden irse preparando a suministrar más carne de cañón para la gran causa petroimperial. La chapuza de Irak suma y sigue.

(Por cierto, Kerry cada día se da más aire de loser. Pobretico.)

Hoy, qué pocas cosas alentadoras tienen estos tiempos, recuentan los cadáveres de la escuela de Osetia del Norte. Unos 350, nada menos. Muchos de ellos niños. Los terroristas no dudaron en tirotear a los chiquillos por la espalda cuando trataron de huir, ni en dejarlos sin agua hasta forzarlos a beber sus orines mientras duró el secuestro. Uno de los captores, a una madre que pedía clemencia, le replicó que ahora llorasen ellas, igual que antes habían llorado sus madres. Ayer una viñeta de Forges evidenciaba la desorientación y la incomprensión que tenemos ante el fenómeno del terrorismo suicida: "¿qué patria esperan construir secuestrando niños?", se pregunta el dibujante con admirable y pasmoso candor. ¿Es que no nos damos cuenta de que no pretenden construir nada? Sólo quieren devolver una parte del golpe, antes de que terminen de aniquilarlos. Les han matado a los maridos (las suicidas chechenas son casi todas viudas), a los padres, a los hijos. Es lo malo que tiene humillar al adversario, y persuadirle de que su inferioridad es tan irremediable que su causa está perdida. Deja de luchar por la victoria para luchar por la venganza, lo que le hace infinitamente más cruel y peligroso.

Valverde, El Hierro, 16 de septiembre.

A veces, resulta maravilloso perder de vista a la Humanidad. Por el periódico que compro y hojeo deprisa todos los días, sé que en Irak siguen rompiendo el país, que W. Bush avanza hacia su victoria electoral y que en España el asunto estrella la comisión del 11-M.

Pero durante estos días, francamente, paso. Escribo estas líneas en un balcón que da a una playa de roca negra. Las olas rompen a apenas veinte metros de donde me encuentro. Estoy en un lugar maravilloso, en el culo del mundo, o por lo menos el culo del país: constituye su territorio más occidental y durante siglos fue el meridiano cero y el fin de la tierra conocida. Entre conos de volcanes, pinares frondosos, vastas extensiones de lava petrificada o las espectaculares vistas de su Mar de las Calmas, esta isla permite olvidarse de los semejantes, reencontrarse con uno mismo y volver a percibir la soledad cósmica que en realidad nos conforma y que cada día dejamos que nos oculte un batiburrillo de naderías. Fiel a mi querencia de los confines, he bajado hasta el faro de Orchilla, vigía solitario junto a un hermoso cono volcánico en medio de un paisaje extraterrestre. Ése es el punto más al oeste de este absurdo pedazo de universo que provisionalmente sigue recibiendo el nombre de España, y que pese a todo, y aun constándome lo poco que de real tienen los linderos y las adscripciones nacionales, me sigue inspirando algún cariño y alguna noción de pertenencia. Le embarga a uno cierta emoción, qué narices, al contemplar el océano y el atardecer desde ahí, sabiendo que en ese borde se acaba el país y ya sólo queda agua hasta América. Sobre todo porque allí no hay ni un alma, porque nadie salvo el faro vigila el límite, porque todo es soledad y horizonte.

Getafe, 22 de septiembre.

Un virus que anda por los colegios, para dar la bienvenida al nuevo curso a los alumnos y a sus progenitores, ha entrado en casa y se ha dignado obsequiarme una pequeña gastroenteritis. Nada grave, un poco de malestar y de ayuno, pero por la flojera añadida no he apuntado inmediatamente, como quería, lo acaecido anteayer, 20 de septiembre. Invitado por Jesús, un buen amigo, acudí a Almería a la celebración del LXXXIV aniversario de la fundación de la Legión. No sé quién va a leer este diario, pero ya cuento con que, si lo leen ciertas personas, en este preciso punto darán en alzar las cejas. Para quienes tal hagan va destinada ante todo esta anotación.

Fue una interesante experiencia. Los actos castrenses son vistosos y emotivos, como corresponde a la gente sentimental que casi todos los militares son en el fondo. Pero al margen de ese aliciente, tuve otro mucho más instructivo: ver de cerca de quienes hoy componen la Legión, a quienes son los sucesores de esos novios de la muerte que se hicieron un hueco, no demasiado halagüeño, en el imaginario colectivo español. En general se trata de gente joven, ocioso es decir que ninguno con pinta de ser hijo de arquitecto o notario, mayoritariamente españoles y hombres pero con una porción nada desdeñable de extranjeros (en torno al 30 por ciento) y de mujeres (en torno al 10 por ciento). Las mujeres, por la novedad, son lo más llamativo, claro. Muchas son sudamericanas, sobre todo de Ecuador (800 euros al mes y permiso de residencia automático son a sus ojos dos buenas razones para alistarse). Como son bajitas (muchas apenas superan el metro y medio) son ellas las que componen las últimas filas de las formaciones, dando así un aire casi entrañable a la retaguardia de esta Legión posmoderna. Otras son españolas, se nota que de origen más bien humilde y algunas un tanto exageradas en su marcialidad, como para compensar la desventaja femenina en un entorno tradicionalmente masculino. En general resultan más desgarbadas y dan peor resultado como soldados que los hombres, por la inferior condición física y las servidumbres fisiológicas de su sexo (en la dura y pesada formación de tres horas al solazo almeriense se desmayaron no pocas; de una de ellas me contaron que estaba amamantando). Pero también reparé en una morena de considerable estatura y planta casi majestuosa, que además de desfilar mucho mejor que la mayoría de sus compañeros tenía en la mirada y el gesto una determinación impresionante (luego, tras el acto, durante el festejo y el desparrame etílico subsiguientes, pasé cerca de ella, en la caseta de su bandera, y vi más de cerca esos ojos, dos incendios de color miel tras los que se adivinaba un alma cuando menos extraña).

Esta gente es la que tenemos en primera línea, los reclutados para ir a comerse los marrones que nadie se quiere comer. Se suele pensar de ellos que son tarados, o escoria, o ambas cosas. Si le dices a algún intelectual al uso que te conmueve su suerte, cuando el gobierno de turno los manda a una guerra con o sin razón, lo más que te responderá es que se apuntan voluntarios y que se jodan.

Pero lo digo: me conmueve su suerte, y tras haberles visto encajar mansamente la hueca arenga de un general que nunca irá a arriesgarse con ellos, haberles oído cantar sus himnos de retórica anticuada y haber compartido con ellos su cerveza, su leche de pantera y su modesto rancho, me parecen gente mucho mejor que quienes los desprecian. Son acogedores, generosos, y en el fondo late en casi todos, junto a la necesidad más o menos acuciante, una ingenuidad que los lleva a asumir el sacrificio que nadie más asume ni asumiría. Lo que me avergüenza es vivir en un país donde, si vienen mal dadas, serán un puñado de mujeres inmigrantes y un puñado de chavales irreflexivos, o cándidos, o sin otra oportunidad, quienes pongan la cara para que se la rompan, mientras los ciudadanos hechos y derechos, los que se hinchan a la menor para exigir su condición de tales, se esconden detrás de ellos. Como lo siento, lo digo: o no va nadie, o vamos todos. Algunas veces, el medio es lo injusto.

(La imagen del día: dos jóvenes legionarios de uniforme, hombre y mujer, abrazados, ella empujando un carrito con un bebé).

(Otro dato ilustrativo: los soldados que para evitar atentados patrullan por las vías del tren en Majadahonda, no pocos de ellos tras haberse jugado la vida en Irak, tienen que soportar que los niñatos de las urbanizaciones próximas los insulten y se rían de ellos).

Varsovia, 9 de diciembre.

Por una vez en mi vida me siento algo profeta. Han sido dos meses sin dejarme caer por este diario tan caótico y tan irregular que me está saliendo, y antes de proseguir me ha parecido una mínima precaución saludable releer lo que había escrito hasta aquí. He visto cómo vaticinaba la derrota de Kerry, la reconversión del Ejército del Mahdi en fantasma triunfante y la putrefacción de Irak. Vale, tampoco tiene tanto mérito. Todo se veía venir a la legua. Mis amigos estadounidenses (tengo uno en Tejas y otro en Wisconsin) me dicen que están pensando seriamente emigrar a Canadá. En fin, todo se irá recolocando. Ahora W (W is for woe, dice uno de mis amigos) puede mostrar la magnanimidad del vencedor, a quien todos acuden a socorrer, como es costumbre. Aunque parece que este hombre está hecho de una pasta especial: sigue con el disparate en ese país que estúpidamente desmanteló (ni los rusos cometieron ese error con la Alemania nazi, dejaron a los alcaldes y la policía del antiguo régimen, con la sola indicación de que en adelante obedecían al coronel soviético en vez del gauleiter del Partido). Y ahora la jefa de la cosa exterior será la inquietante Condoleezza. La verdad es que más vale dejar esto en paz. Queden todas las menciones al respecto como testimonio de que este diario se compuso bajo el imperio americano y en las fechas de una de sus mayores torpezas. Y conste que no soy un súbdito resentido de ese imperio: los americanos me parecen admirables en muchas cosas y lo que lamento es que desaprovechen la oportunidad de que disponen de ser el primer imperio humano y realmente memorable que ha conocido la Humanidad.

Viene a cuento, de todas formas, hablar de los americanos aquí donde me encuentro, en esta Varsovia invernal y postcomunista. Los polacos son el pueblo más fervientemente proyanqui que me he encontrado, y uno admite que no les faltan razones, o más bien que no les faltan razones para odiar a los rusos y a los comunistas (es en la afirmación contra esos dos caracteres donde florece su proamericanismo ultraliberal). Podría hablar de muchas cosas, es una ciudad muy estimulante, pese a lo que digan las guías turísticas y pese a la eficacia con que los alemanes la destruyeron y la torpeza con que los estalinistas (dejando a salvo la Ciudad Vieja o Stare Miasto) la reedificaron. Pero me referiré a dos detalles que llaman la atención. Porque son físicos, y lo físico siempre es más elocuente.

Uno es el aspecto del centro comercial y de negocios de la ciudad. Se ha desarrollado en torno al Palacio de la Cultura y las Ciencias, un mastodonte de unos 250 metros de altura, e inmensa base, que regaló Stalin al pueblo (según dicen los polacos, cobrándoles religiosamente a ellos su coste). Tras la caída del telón, se dudó si demolerlo, pero al parecer la resultaba caro (hacía falta mucho explosivo) y en lo alto están las antenas de la televisión, que no era fácil poner en otro sitio. Así que lo conservaron, y la verdad es que no queda mal del todo. Por lo menos uno tiene siempre una referencia para no perderse en la ciudad, sobre todo de noche, cuando lo iluminan y hasta parece resultón. Pero para humillarlo lo han rodeado de torres enormes, casi tan altas como él, y que son la mayoría hoteles de cadenas norteamericanas. El paisaje urbano resultante es curioso, y el gesto, digno de interpretación psicoanalítico-histórica.

El otro detalle que mencionaré es el culto diferencial al pasado que se realiza en torno a dos famosas prisiones de la ciudad. La de Pawiak, centro de transferencia hacia los campos de exterminio nazis, tanto de los judíos como de los rebeldes polacos contra la ocupación alemana, tiene un museo bastante cuidado. La de la Ciudadela, ubicada en la fortaleza construida por los rusos en la década de 1830 para dominar la ciudad, tiene también su museo, pero está bastante abandonado, salvo una parte dedicada a los prisioneros polacos en los gulags soviéticos. Se da mucho menos peso, en cambio, a la epopeya de los patriotas polacos, muchos de ellos socialistas, que lucharon contra los zares entre fines del XIX y principios del XX, y que casi invariablemente iban a dar con sus huesos a la Ciudadela. Todo lo que huele a rojo está proscrito en la Polonia actual. Se entiende, naturalmente (Stalin no pudo hacerles más daño), pero uno piensa, ¿qué culpa tenían aquellos pobres que se dejaron la salud, la libertad o la vida, cuando el socialismo no era todavía execrable?

Getafe, 16 de diciembre.

Todo el mundo habla de la comparecencia de Pilar Manjón, la portavoz de las víctimas del 11-M, en la comisión parlamentaria del Congreso. Confieso que me emocionó, como a cualquiera, oírla. Que me pareció que dejaba en ridículo a Acebes, a Aznar, y también a Zapatero, con sus coros de turiferarios y palmeros y sus maratonianas sesiones para ver quien batía el récord de horas parloteando redundancias (como niños pequeños). Lo de esta mujer fue tan sencillamente conmovedor que costará olvidarlo. Pero en esta unanimidad con que ahora la entronizan y halagan hay una trampa. Después harán con ella como con la lluvia. Olvidarse de que está ahí y seguir cada uno a lo suyo (y en sus trece) como si tal cosa...

Getafe, 31 de diciembre.

Se acaba el año. Y menudo año. Sólo faltaba un maremoto, que por lo que a estas alturas dicen, debe de haber causado más de 100.000 muertos. Nos ha pillado de vacaciones, y la solidaridad se moviliza aún como con desgana. Jopé, si es que estamos con la tripa llena y con plan para pasarlo bien... ¿Habrá que hacer notar que el 11-S, por el que hemos puesto el mundo boca arriba, o boca abajo, es una broma comparado con esto? Occidente parece ante todo preocupado por los turistas atrapados allí; mucho menos por los amarillos (o amarillentos) que se quedaron sin nada y por los países arruinados. La verdad es que este mundo da lástima. Ya sé que debería hablar de mi vida, para eso sirve un diario, pero... ¿Tiene interes decir que hoy pienso acostarme temprano y mañana subir a primera hora a la montaña, donde espero que no haya nadie?

¿O que miraré dónde hay una de esas cuentas para hacer donativos a los damnificados y el lunes meteré unos cuantos euros mientras me siento ciudadano inútil de un mundo regido por idiotas?

No, mejor no. Feliz 2005. Para los que quedamos.

Getafe, 1 de enero de 2005.

Acabo de venir de la montaña, de La Morcuera, donde iba Azaña a relajarse y donde suelo llevar a los niños a jugar, sin que nos estorben los adictos al esquí (allí no hay pistas). Hoy, la verdad, no nos ha estorbado nadie. Hemos llegado sobre las 10 y hemos estado hasta las doce solos, tirándonos con el trineo por una pendiente helada. Un día radiante, lleno de sol y oxígeno allí arriba, y por obra y gracia de la inversión térmica, más suave en la cumbre (catorce grados) que aquí abajo. Se lo han pasado bomba, y debo reconocer que yo también con ellos. Una buena manera de empezar el año.

Portugalete, 14 de enero.

Vine ayer, para dar una conferencia. Confieso que durante el acto me sentí bastante espeso y poco chispeante, aunque puedo alegar en mi descargo que por obra de un par de incidentes infantil-nocturnos andaba bastante falto de sueño. La gente de Portugalete, muy hospitalaria y atenta. Me llevaron después a cenar a un sitio muy agradable. Aquí debo decir que se trataba de la primera teniente de alcalde y dos concejales, todos ellos del PP, y por tanto amenazados y con escoltas. Vaya pues por delante para ellos mi admiración por su valor cívico, y debo anotar que no olvidemos, ahora que parecen abrirse horizontes (si no es la enésima falsa alarma) que esta gente se la ha estado jugando durante años para que los que viven del terror no impusieran su agenda. En la cena, sin embargo, cometí un error que ahora lamento. Hablé con ellos con la franqueza con la que lo hago con mis amigos del PP de Madrid, y lo hice sobre dos asuntos espinosos: la colaboración con el PNV en la primera legislatura de los populares (1996-2000), donde concedieron al nacionalismo vasco lo que ahora le reprochan a ZP conceder a Carod (y más); y la terrible equivocación del 11-M, al empeñarse en dar como probable lo que sabían que era muy poco probable pero les beneficiaba, y negarse a declarar la alta probabilidad, que les constaba desde muy pronto, de que las cosas hubieran sido de otro modo que no les beneficiaba tanto. No digo que sea técnicamente mentir, pero estoy convencido de que eso hubo y de que no fue honesto por parte del Gobierno. Y así se lo dije a ellos, que por lo que vi en seguida no estaban dispuestos a aceptar otra interpretación que la del atraco electoral socialista con ayuda de infiltrados en la policía que engañaron a Acebes. Una explicación precaria a mi juicio, pero quizá debí entender que ellos la considerarían artículo de fe y en atención a las duras circunstancias en que se hace política en el país Vasco (y más desde el PP) debería haberme abstenido de entrar en el asunto. Lo hice por sinceridad y honradez, y porque creo que siempre, como lealtad hacia el interlocutor, se puede y debe decir lo que se piensa. Pero quizá esta regla conozca sus excepciones. En todo caso, quede aquí mi gratitud al ayuntamiento de Portugalete, y a los tres concejales que lo representaron en esa cena, por su atención, hospitalidad y paciencia con el idiota escritor que les visitó el 13 de enero. Y mi ferviente deseo de que pronto puedan pasear por la calle sin escolta.


Almería, 8 de febrero.

He vuelto a Almería para hacer un reportaje sobre la vida de las legionarias. No voy a contarlo aquí (para eso está el reportaje). Sólo anotaré algo que quizá descoloque a alguno: mientras veía a dos de ellas (una malagueña rubia y de ojos azules y una colombiana de raza negra) en medio de un ejercicio de despliegue en población junto a sus compañeros, he podido apreciar la singular belleza que tiene la táctica del pelotón de infantería. Ocho hombres (y mujeres, aquí) que van cada uno cuidando de los demás, y encomendándose a sus compañeros cada vez que ofrecen blanco. Había una meticulosa y conmovedora forma de afecto (¿y por qué no decir amor?) en el modo en que el cabo avisaba a los soldados cuando se exponían, al no reparar en el hueco de una ventana o una puerta a su espalda. Es lo que hace grande la condición humana: mirar por otros.

Getafe, 13 de febrero.

Esta madrugada ha ardido (de hecho, sigue ardiendo) el edificio Windsor, uno de los rascacielos de Madrid. En ese edificio trabajé durante tres años, la mayor parte de ellos en un despacho en la planta 21, donde ha comenzado el fuego y desde donde veía todos los días los más hermosos atardeceres que recuerdo de Madrid (el sol poniente incendiando las montañas de la sierra de Guadarrama). Sic transit... Pero no siento pena. Ver una parte de mi vida devorada por el fuego se me asemeja más a un rito de purificación.

Getafe, 1 de marzo.

Hace mucho frío, en Irak mataron ayer de una tacada a 130 personas y el Líbano se está viniendo abajo (recuerdo, cómo no hacerlo, la tibia noche de Beirut). Aquí todos se pelean por todo, y la Constitución Europea fue aprobada con un 60 por ciento de abstención. Voy a recordar algo alentador, que no apunté en su día: hace diez días, en Budapest, un grupo de chicos húngaros recitando el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y después preguntándome por uno de mis libros, que habían leído en español. Y lo malo de ser feo, ex católico y sentimental (como decía aquél): por poco no eché una lágrima. A pesar de todo, podríamos hacer de éste un mundo de veras hermoso. Por primera vez acaso en la Historia, podríamos...



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