El Derecho en la obra de Kafka (3)

 

II. Apunte biográfico.

 

Acercarse a la biografía de Kafka, a menudo resumida en su humillación ante el padre, sus compromisos matrimoniales fallidos o su gris vida de empleado (lo que al menos es veraz), pero también en su sionismo que le llevara a proyectar un viaje a Palestina (lo que roza la falacia, aun partiendo de un hecho verdadero), requiere ciertas cautelas que el mismo autor nos sugiere en su diario, fuente primera y fiable (en la medida en que un diario lo es) para conocer a un ser humano sobre el que se ha escrito abundantemente: "Ha sido como si, lo mismo que a cualquier otra persona, me hubiesen dado el centro del círculo; como si hubiese tenido que recorrer, igual que cualquier otra persona, el radio decisivo y describir luego el hermoso circulo. En lugar de hacerlo así, he estado constantemente iniciando un radio, pero siempre lo he interrumpido en seguida. (Ejemplos: piano, violín, idiomas, germanística, antisionismo, sionismo, carpinteria, horticultura, literatura, intentos de matrimonio, casa propia.) El centro del círculo imaginario está lleno de radios que empiezan y no acaban..." La vida de Kafka es fruto de su inseguridad personal, de un carácter que mezclaba las empresas casi heroicas (de tales hay que calificar en ocasiones sus descensos al infierno, en lo humano y lo literario) con una tendencia al escepticismo y a la defección. Ello le impidió arraigarse en parte alguna; siempre acabó por romper sus compromisos de matrimonio y toda su vida soñó con escapar, de un entorno que simbolizaba Praga, su ciudad natal (que finalmente abandonó como lugar de residencia poco antes de morir). Sus planes de ir a Palestina, o incluso, en su juventud, de venir a España con su tío materno Alfred Löwy, a la sazón director general de los ferrocarriles españoles, se inscribieron en ese ansia de huida; la literatura, que acaso constituyó su credo más robusto y duradero (aunque no sin deserciones), logró tal permanencia por ser una forma, la más nítida, de esa fuga en la que puso su fe. La constante paradoja kafkiana le llevó a practicar la escritura con un sentido del deber que, además de hacerle indagar con ella precisamente aquello que más le atormentaba, no cedió ante los sacrificios (escribía de noche, robando gran parte del tiempo del sueño, agudizando su delicado estado nervioso).

Kafka nació en 1883 en el seno de una familia judía germanoparlante de Praga. Su padre, hombre enérgico, hecho a sí mismo, abrió con su brusquedad y su avasallante fortaleza una herida en el carácter de su hijo de la que éste no se repondría y sobre la que en gran medida versarían sus metáforas. En ellas abunda la descripción de un poder arbitrario, de una fuerza desconsiderada ante la que sus protagonistas se encuentran ineludiblemente sometidos, y que no es difícil relacionar con la autoridad del padre, en cuya casa, con intenso sentimiento de inferioridad y menosprecio, Kafka vivió hasta bastante después de alcanzar la edad adulta. El futuro escritor estudió en el instituto alemán de Praga, al que su padre le envió con el cálculo de que de él se nutrían las filas de los funcionarios del Estado. Según cuenta su biógrafo Klaus Wagenbach, Kafka recibió allí una educacion muy centrada en los estudios clásicos pero con un método estrictamente memorístico, que no habría de dejar gran huella en él. Tampoco recibió una escrupulosa formación religiosa. Sin embargo, el dato de lo hebreo dista de ser en él irrelevante. Algún autor ha señalado en Kafka la faceta del judío errante; el propio escritor reflexionó a menudo sobre la idea de una tierra prometida (de la que, en un revelador fragmento de sus diarios, confiesa haber partido en dirección al desierto, viaje inverso al de Moisés, para a continuación concluir que Canaán no hay más que una y que el único remedio es un regreso para él ya inviable). Y sobre todo, como noción fundamental en la obra kafkiana, ha de destacarse la del pecado original, de capital importancia a los efectos aquí perseguidos.

Terminados los estudios secundarios, en los que ya había descubierto cuáles serían los términos básicos de su relación con el mundo ("Yo sólo sentía la injusticia que me hacían... No admitían lo que eran mis inclinaciones personales, así que resulta que nunca pude sacar de mis inclinaciones el verdadero provecho que, en definitiva, se exterioriza en una confianza duradera en uno mismo..."), Kafka se plantea la elección de carrera universitaria. Tras algunas inclinaciones preliminares hacia la química y la filología, se decide por el Derecho. En la Carta al padre explica sus razones: "... para mí no existiría la verdadera libertad de elegir una profesión, puesto que sabía que, al lado de la cuestión fundamental, todo había de serme tan indiferente como las materias escolares del Instituto; se trataba pues de encontrar una profesión que, sin herir demasiado mi vanidad, me permitiera conservar mejor esa independencia. Así que era obvio decidirse por el Derecho. (...) En general, no dejaba de mostrarme asombrosamente previsor; ya de pequeño, tuve nociones bastante claras respecto a los estudios y la profesión. No esperaba que me salvasen; hacía ya mucho tiempo que había renunciado a ello". Sin mas problemas que los derivados de la deglución de serrín, Kafka se doctoró en 1906.

Tras un año de trabajo en los juzgados, sin remuneración, como abogado y funcionario, acumulando una experiencia que no pareció resultarle laboralmente muy provechosa ("...incesantemente he hecho el ridículo en las horas de trabajo en el juzgado", reconoce), pero que como sospecha Ronald Hayman (autor de una monumental biografía sobre el escritor) algo debió determinar las organizaciones burocráticas luego descritas en El proceso y El castillo, entra en la compañía de seguros italiana Assicurazioni Generali, con la intención de ser destinado al extranjero, a Trieste. Incluso estudia italiano, pero, como otros, este intento de escape fracasó. El trabajo era agotador y, aunque en un primer momento había encontrado el asunto de los seguros interesante, abandonó el puesto a los pocos meses, alegando oficialmente debilidad cardíaca y de forma oficiosa que "no podía soportar los insultos que le habían sido dirigidos." En 1908 entró a trabajar en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, cuyo horario era muy favorable a sus pretensiones de disponer del máximo tiempo posible para escribir. La labor de Kafka en esta institución, pese a las numerosas excedencias que solicitaría a causa de su frágil estado de salud, fue muy estimable, llegando a convertirse en un experto en accidentes laborales, materia sobre la que se conservan informes por él realizados que demuestran la seriedad con que se tomó la tarea. También en ella dejó constancia de au conciencia social, coexistente con su radical introversión. Ya en los años de instituto Kafka se había aproximado a ideas socialistas, de las que toda su vida se declararía partidario. Max Brod, amigo, editor póstumo y biógrafo de Kafka, cita estas palabras suyas a propósito de los obreros accidentados: "¡Qué gente tan modesta! Vienen a nosotros pidiendo por favor. En lugar de asaltar el establecimiento y hacerlo trizas, vienen pidiendo por favor". Con impresiones como ésta se iría desarrollando en él una opinión negativa hacia el Instituto del que formaba parte, al que llegaría a denominar "nido de burócratas". No resulta arriesgado suponer que su experiencia en aquella institución, prolongada como no lo fueron sus dos empleos anteriores, le suministró materiales fácilmente identificables en su obra.

Al tiempo que estabilizaba su vida en lo laboral, Kafka trabajaría denodadamente en sus narraciones. Entre 1912 y 1914 escribiría América (novela sobre un emigrante, acaso el que él quiso y no logró ser) y El proceso. El castillo habría de esperar a 1922. De 1913 a 1916 tienen lugar sus primeras publicaciones: Contemplación, El fogonero, La metamorfosis, La condena. En 1919 publicaría En la colonia penitenciaria y Un médico rural, y en 1924 Un artista del hambre. El grueso de su obra aparecería póstumamente. También en la segunda década del siglo comenzarían sus continuas y frustradas tentativas matrimoniales y de obtención de una casa propia. Pese a comprometerse varias veces (dos con Felice Bauer, con la que mantendría una correspondencia voluminosa y una tormentosa relación que alimentaría buena parte de su literatura), y aunque disfrutaba de ciertas posibilidades económicas, sólo unos meses antes de morir, en 1923, alcanzaría una unión estable y serena con una mujer, Dora Dymant (sin llegar a casarse) y fundaría un hogar propio. Ésta fue una de las más constantes obsesiones de Kafka, y puede decirse que la desesperación del agrimensor K. por no poder acceder al castillo tiene mucho que ver con los fracasos del escritor en sus aspiraciones en este sentido. Coincidiendo con la consecución de la ansiada casa propia, en Berlín, al fin lejos de su aborrecida Praga, Kafka escribe La madriguera (o La construcción, Der Bau en alemán), relato en el que se nos muestra a una criatura temerosa de un enemigo externo (acaso una alusión a su ya grave enfermedad) pero que recorre con delectación las múltiples galerías de que consta su morada, en cuyas intersecciones acumula comida y todo lo necesario. Hayman señala profundas raíces en la frustración de Kafka durante los años en que no consiguió crear una familia; según é1, no sería ajena al sentimiento de culpa, tan enraizado en cualquiera de sus manifestaciones en Kafka, y en este punto debido a la transgresión del mandato divino: "Creced y multiplicaos". Lo cierto es que Kafka habla con tristeza de su soltería y desea fervientemente tener hijos: "...ésta es la sensación de los que no tienen hijos: constantemente depende todo de ti mismo, quieras o no, cada momento hasta el final, cada momento que te desgarra los nervios; una y otra vez te asalta y sin resultado alguno. Sísifo era soltero." Más arriba, apasionadamente, proclama: "La felicidad infinita, profunda, cálida, redentora de estar uno sentado junto a la cuna de su hijo, junto a la madre". Ahora bien, es preciso tener presente que si sus proyectos matrimoniales no salieron adelante fue porque Kafka, junto a estos deseos, siempre quiso preservar la independencia que le permitiera dedicarse con la intensidad querida a la literatura.

Aunque nervioso y vulnerable, Kafka era al mismo tiempo capaz de una frialdad pasmosa. Basta con leer descripciones tan exentas de piedad como la de la máquina de En la colonia penitenciaria, o con anotar las numerosas situaciones atroces reflejadas en un lenguaje diáfano que no se inmuta ante lo relatado. Y sin embargo, a menudo el lector se ve sorprendido por escenas en las que una ternura inusitada y hasta ininteligible brota entre personajes aparentemente hostiles entre sí. Una nueva paradoja kafkiana, como el contraste entre sus encendidas y extensas cartas a Felice y el desasimiento con que recuerda que la primera vez que la vio le pareció "una criada". El intérprete ha de considerar con cuidado esta duplicidad, que como otras cualidades de Kafka enriquece su lectura pero también aporta riesgos de tergiversación.

Franz Kafka murió el 3 de junio de 1924 en Klosterneuburg, cerca de Viena, de una tuberculosis de laringe. La enfermedad ya había aparecido años antes, obligándole a peregrinar por numerosos sanatorios y a pedir la baja en el Instituto de Seguros de Accidente. A Robert Klopstock, médico amigo suyo que estuvo cerca de él en su agonía, le pidió que le pusiese una inyección letal para terminar antes. Klopstock se negó, y Kafka le respondió con una contradicción digna de lo que había sido su vida y su obra: "Mátame; si no, eres un asesino."

Aparte de las múltiples influencias que las circunstancias de su biografía aquí sucintamente expuestas ejercieron sobre su obra, hay que referirse a su entorno social e histórico, aquella Praga en la que vivió, encrucijada de culturas y lenguas en el seno del Imperio Austrohúngaro. Su pertenencia a una comunidad muy característica, la judía checa de habla alemana, su relación con los aparatos burocráticos, etcétera. No obstante, parece oportuno insistir en que, si bien todos estos factores tuvieron su importancia, lo radicalmente determinante de la obra kafkiana es su aventura individual, la consignación de sus vicisitudes y de la lucha por conquistar un espacio propio. Realizando esta lucha a través de la literatura, a la que siempre deseó entregarse prioritariamente y con la que en vida sólo obtuvo resultados modestos en cuanto a su proyección (aunque lo poco que publicó mereció el respeto de sus contemporáneos), alumbró uno de los mundos narrativos más perfilados, misteriosos y seductores de este siglo. Walter Benjamin, hablando de las dimensiones místicas de la obra de Kafka, recuerda un ilustrativo fragmento de Dostoievski: "Pero si es así, hay aquí un misterio y nosotros no podemos comprenderlo. Y si hay un misterio, nosotros tenemos el derecho de predicar el misterio y de enseñar a los hombres que lo que importa no es la libre decisión de sus corazones, no es el amor, sino el misterio, al que están obligados a someterse ciegamente y por lo tanto independientemente de su conciencia."

Kafka conoció a Rudolf Steiner, encuentro sobre el que hay alguna referencia en sus diarios, pero la teosofía no pareció entusiasmarle. En el año 1902 asistió a unos cursos informales de filosofía impartidos por Auton Marty, discípulo de Franz Brentano, por cuyo conducto pudo recibir ideas humeanas. Lo cierto es que Kafka suspendió el examen realizado por el profesor en su propia casa. En cuanto a influencias intelectuales más acreditadas, Kafka se sentía semejante a Dostoievski, von Kleist y Flaubert. A los dos primeros los estimaba mucho, así como a Kierkegaard, con el que igualmente se sentía identificado en un sentido vital: "Como ya suponía, su caso es muy semejante al mío, a pesar de algunas diferencias esenciales; por lo menos se encuentra al mismo lado del mundo" (Diario, 21 de agosto de 1915). Como se verá más adelante, sobre todo el influjo de este último (también se anotarán esas "diferencias esenciales") tiene su interés en una interpretación jurídica de Kafka.

La obra de Kafka fue publicada después de su muerte por su amigo y albacea Max Brod, al que había encomendado que lo quemase todo. Brod se excusa de esta "traición" que nos ha permitido conocer El proceso o El castillo alegando que Kafka estaba suficientemente advertido de que si realmente deseaba la destrucción de sus escritos debía encargársela a otra persona y no a él. Aunque se sospecha que es mucho lo que el escritor incineró antes de morir, y no menos lo perdido durante el nazismo de lo conservado por quienes le conocieron (casi todos ellos judíos), si se suman a su obra de ficción los diarios y lo salvado de su profusa correspondencia, obtenemos un conjunto enorme de material susceptible de análisis.

Según lo anunciado más arriba, procedemos ahora a comentar los cuatro textos escogidos.

 

 

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