IV. El castillo. La conquista fallida del
derecho subjetivo.
De las que se ha dado en llamar "novelas de la
soledad", acaso sea El castillo la más densa y compleja, y a la
vez, pese a ser la más abruptamente interrumpida, la que muestra una
mayor elaboración y exhaustividad. De esta obra utilizaremos para
nuestro estudio no un fragmento o una serie de ellos, sino algo que
entraña cierta simplificación: su argumento. Y a los efectos aquí
pretendidos basta con esbozar una síntesis muy escueta de él.
K., que es o finge ser agrimensor, llega una noche de
invierno a un pueblo. De este pueblo se nos dice que se encuentra al pie
de un castillo. Ya desde el principio la situación de K. en el pueblo se
revela difícil; no es persona grata en él, levanta entre los habitantes
una gran suspicacia. K. parece pasar por alto esta actitud y desde bien
temprano acomete su empresa, que no es otra que la de conseguir que en
el castillo (que pronto se nos presenta como un centro habitado por
funcionarios inasibles, desde el que se rige el pueblo) se le tome en
cuenta y se le reconozca una posición a la que se cree acreedor.
Durante toda la historia K. tratará de acceder al castillo, sin
conseguirlo. Primero probará con los mensajeros (hombres del pueblo
relacionados con el castillo, insignificantes ante su jerarquía de la
que son meros portavoces), luego con los funcionarios inferiores, pero
siempre será imposible captar para su causa a alguno con un mínimo de
influencia. Entre fracaso y fracaso, K. se entrega en el pueblo a una
vida que le granjea la antipatía de sus habitantes. Para ello cuenta con
el concurso de Frieda, una mujer del pueblo con la que mantiene una
relación desordenada. A veces realiza avances irrisorios en su
conocimiento del castillo, pero cuando la novela se interrumpe su
situación no ha progresado sensiblemente. Según Max Brod, Kafka pretenda
dar a la novela el siguiente final: "Él no ceja en su lucha, pero muere
por inanición. En torno a su lecho de muerte se reúne el vecindario y
justamente en ese momento llega del castillo la disposición de que en
verdad a K. no le asistía ningún derecho a exigir que se le permitiera
vivir en el pueblo, pero que, no obstante, y en consideración a ciertas
circunstancias particulares, se le permitía vivir y trabajar allí."
Según interpreta Brod, el tema sustancial de esta obra
es el de la gracia. K. busca la gracia, lucha denodadamente por
conseguirla, por mediación de quien sea (es de notar la importancia que
a estos efectos adquieren los personajes femeninos que aparecen en la
historia). Por tanto, de seguir esta visión, que por otra parte parece
verosímil y ajustada, las preocupaciones latentes en El castillo
son de índole primordialmente psicológica y religiosa. Teniendo esto en
cuenta, puede sin embargo intentarse la interpretación desde el Derecho
situándonos en el mismo paradigma que en el apartado anterior: el de la
búsqueda de la redención o, en términos más utilizables a nuestros
fines, la solicitud de acogida, de acceso.
Y en El castillo, obra posterior a Ante la
ley, observamos una evolución notable que abarca una multitud de
aspectos. En primer lugar, la actitud del protagonista. K. no se queda
como el campesino, sentado ante la puerta de la ley maldiciendo para sus
adentros, o de modo que le pueda oír el portero pero siempre sin
aspiraciones firmes de cambio. El agrimensor K. lucha con todas sus
fuerzas, con una violencia y un ímpetu que a menudo parecen netamente
desmedidos y hasta peligrosos. Kafka, que en Ante la ley viene a
hacer una descalificación de la pasividad, nos muestra a un personaje
poseído por un impulso insensato. Traduciéndolo a una explicitación
jurídica, el individuo no se resigna ante la impenetrabilidad del
Derecho, se afana por afirmarse ante él, con plena conciencia de poseer
un motivo (un derecho subjetivo) para pedir aquello que se le niega; esa
conciencia que el campesino sólo alcanza cuando va a morir y el guardián
le dice que aquella puerta era para él.
Otra evolución se advierte en la descripción de la ley.
La ley era antes una puerta cerrada, un objeto totalmente incognoscible.
En la peripecia de K. la ley es el castillo, el Derecho se
identifica absolutamente con el poder, y sus reglas de funcionamiento
son las del poder mismo; de estas reglas, si no una verdadera
información, sí tiene K., y aún más el lector, atisbos inexistentes en
Ante la ley. Los servidores de la ley ya no son un simple portero
con un aspecto temible. Se nos presentan o se nos sugieren funcionarios
somnolientos, sumidos en un tedio insoluble (como Potemkin en la
historia que reseña Benjamin), que manejan la institución que el
castillo representa con indolencia, cumpliendo designios ignotos.
En definitiva, esto poco supone de progresión respecto
a una ley que no era más que una puerta infranqueable. Pero averiguamos
algunas cosas sorprendentes. A este respecto es crucial cierto pasaje,
que también nos ilustra sobre la verdadera personalidad y fuerza de K.
Al final del capitulo dieciocho, K. entra en contacto con un funcionario
subalterno (muy subalterno) que parece disponer de cierta posibilidad de
proporcionarle algún conocimiento que favorezca sus pretensiones. K.
está muerto de sueño, a duras penas atiende al funcionario, y cuando lo
hace, se conduce con tal negligencia que no saca nada de aquello. Kafka
pone en boca del funcionario estas palabras: "¿Quién sabe lo que le
espera al lado? Esto está lleno de oportunidades. Hay cosas que no
fracasan más que por sí mismas. Sí. Esto es asombroso." Dos deducciones
nos surgen de inmediato: las energías de K. obedecen a estímulos
irregulares, su voluntad no le proporciona al cabo ningún resultado
porque no sabe emplearla allí donde es preciso, la dilapida cuando no
puede lograr nada y flaquea cuando se le ofrece algo; de otra parte, el
orden reinante, el castillo como ley y poder, no es invulnerable,
no está cerrado en todos sus aspectos. Es un sistema abierto, hay zonas
de anomia. Ese implacable, casi insensible acusador del individuo (de sí
mismo, en definitiva) que fue Kafka vuelve a admitir que aun en un
universo absurdo la responsabilidad es del sujeto. Las exigencias que
nos plantea son inmensas, a juzgar por el entusiasmo que K. derrocha en
balde. Ése es el quid: el individuo está vencido casi de antemano por el
orden objetivo, que no entiende o entiende defectuosamente, al que da lo
mismo que oponga esfuerzos ingentes o una resignación farfullante. El
individuo pide al orden una posición, unas facultades, un derecho
subjetivo. Y el orden esquiva al individuo, ni siquiera existe en
función de él como en Ante la ley (aunque tal ordenación hacia el
individuo más parecía al final una broma de mal gusto, o un fracaso en
el mejor de los supuestos). El desenlace de El castillo es que K.
ve tolerada su presencia, sin derecho alguno, en un régimen de precario,
por una mera concesión graciable. Y esto le llega cuando va a morir. Por
consiguiente, y a efectos prácticos, no deja de ser un intruso, un
indeseado, un importuno. Integrando esta imagen con la desprendida de
Ante la ley, extraemos una crítica bífida a los sistemas
jurídicos representados por "la ley" o "el castillo":
a) En un caso, dice la ley estar destinada al
individuo, sin que a éste le sirva de nada, por los obstáculos con que
la ley se pertrecha.
b) En otro, el castillo, el orden instituido, con un
vejatorio silencio como toda respuesta a sus súplicas desaforadas, niega
brutalmente al sujeto hasta el derecho básico del simple estar, del
simple vivir allí, para concederle al final "por razones particulares"
una merced que no crea derecho alguno y que ya es indiferente para un
moribundo. El castillo es más desnudamente el poder, ni siquiera recurre
al nombre de ley, una denominación que fundamenta, al menos a
priori, la dominación en algo más que la fuerza misma.
Pero hay algo de interés en la fuerza como fuente de lo
jurídico en El castillo: su aspecto, el descuido, la decadencia.
La fuerza, y la ley que ella engendra, son como monstruos prehistóricos
que bostezan incesantemente pero conservan la aptitud de humillar al
transgresor con su vigor descomunal. Una vez más, a través del desfase
entre las cualidades del poder y su función, que implica una pérdida del
sentido que lo motiva todo, Kafka desenmascara el absurdo. Una
organización repleta de defectos y lagunas (eso adivinamos), pero
irremediablemente vigente, nos da una idea del Derecho como puro hecho;
un hecho además inmotivado, inconsistente pese a no ser objetado. Puede
sospecharse que existen unas normas, con sus correspondientes relaciones
y mecanismos de funcionamiento, puede apostarse que lo que ocurre es que
el agrimensor K. no es un sujeto capacitado para desentrañar esta
mecánica y conseguir para sí una posición más halagüeña. Pero siempre
queda una duda, radical: ¿no será que no existe ninguna norma? Parece
una interrogación demasiado aventurada, se nos habla de los funcionarios
como de seres adocenados, pero lo cierto es que permanecen inasibles,
poderosos y respetados por el pueblo. El individuo K., en medio de su
desastre, puede sentir como inasequible la desmitificación. Pero, como
veremos en el apartado siguiente, el propio Kafka enuncia en otro lugar,
en los fragmentos relacionados con la muralla china, estas conjeturas
que aquí hemos adelantado tímidamente.
Resumiendo las ideas fundamentales que de este muy
limitado análisis de El castillo se obtienen, y orientándolas a
una interpretación desde el Derecho, en la infortunada epopeya del
agrimensor K. se nos muestra cómo el individuo fracasa en su vehemente
tentativa de conquista del derecho subjetivo. En parte se apunta una
culpa del sujeto, una cierta ineptitud; pero de otro lado ella resulta
de unas exigencias desproporcionadas, demasiado rigurosas para lo
exiguas y azarosas que son las probabilidades de salvación y lo penosa
que es la circunstancia del protagonista. Lo para nosotros más
interesante es la caracterización de ese orden que niega el derecho a K.
Su opacidad, su presumible anomia. Su inercia. Se trata de un orden
ineficiente, salvo para mantener una situación cuya finalidad no se
vislumbra. Y el individuo queda como un precarista.
Todos estos elementos han de ser retenidos para la
valoración e hipótesis finales.