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24 diciembre, 2018

Demasiadas caperucitas (vidas.zip en elmundoes )

 

 

La primera, y la más notoria a juzgar por el eco de su caso en todos los medios, se llamaba Laura, tenía 26 años y daba clases en un instituto de Huelva. Ocupaba una plaza interina, vivía en una casita de alquiler, tenía a su familia y a su pareja lejos. Quiso la mala fortuna que sobre ella posara la vista alguien que andaba por allí y que según parece -hay secreto de sumario aún, y cuanto se escribe son filtraciones indebidas y, por tanto, dudosas- afirma que «se encaprichó de ella». Bien podía haber desahogado su capricho de otro modo, escribiéndole un poema o algo, pero su inclinación y sus aptitudes lo llevaban por otros derroteros. Al final, y siempre según parece, acabó acorralándola en un callejón, echándola a un coche y llevándosela a su casa, donde tras acciones en las que no es necesario detenerse le quitó la vida para arrojarla más tarde en un paraje de difícil acceso, en el que días después la encontraron. Mientras lo conducían a prisión, de la que había salido poco antes, el presunto asesino pidió perdón y gritó que iba a pagarlo. A pagar qué, con qué.

Las segundas, algo menos comentadas, tal vez porque tenían otra nacionalidad y se perdieron en un bosque más lejano en el espacio, se llamaban Louisa y Maren, de 24 y 28 años de edad, respectivamente. A esta danesa y esta noruega se les ocurrió subir juntas a lo alto del Tubkal, una cima de más de 4.000 metros, la más alta de Marruecos y el Atlas y segunda del continente africano. Se trata de una subida asequible, no hace falta ser un experto alpinista. Lo que ninguna imaginaba era que se encontrarían con un grupo de yihadistas sometidos a la inspiración de esa multinacional espectral del espanto llamada Estado Islámico. Lo que les hicieron, de nuevo, no es preciso referirlo en detalle; ya se han ocupado por extenso los adictos a la truculencia, empezando por los propios yihadistas, que al parecer utilizaron el teléfono móvil de las infortunadas para rastrear sus contactos y enviarle imágenes a una de sus madres. Por si a alguien podían quedarle aún dudas de su afición malsana al horror.

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