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13 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 29

La vida se ralentiza

12 de abril – Enlentecidos

Termino el día pegándome una buena paliza en la elíptica del sótano, al ritmo de una remezcla extendida del Always On My Mind en la versión de los Pet Shop Boys. Siempre me ha parecido una canción emocionante, y la relectura de los PSB tiene además una alegría contagiosa. Ha sido no hace mucho cuando he descubierto que es buena para mantener un ritmo razonable y a la vez eficaz en la elíptica. Me he forzado a este ejercicio casi nocturno, después de tres días en los que no había sacado tiempo para hacerlo, porque el transcurso de los días de confinamiento, y alguna tarea de esas prolijas y laboriosas a la que me he dedicado hoy, me habían dejado la sensación de estar un poco amuermado. No soy el único. Estamos cerrando el primer mes de reclusión y son varias las personas que me refieren que se sienten espesas, ineficientes. Que al principio los días parecían cundir mucho, y ahora se les pasan con un fruto mucho menor, dejándoles los propósitos a medias.

Puede ser en parte efecto del cambio de hora primaveral, que en esta anormalidad en la que vivimos no hemos terminado de asimilar. O puede ser, más probable resulta, que después de tanto encierro estamos perdiendo reflejos, chispa, y poco a poco, como nos descuidemos, nos vamos quedando enlentecidos, uno de esos hermosos vocablos del castellano que casi nadie usa y que tanto costaría traducir a otro idioma, con todos los matices y la sensación de tiempo detenido que la propia palabra transmite al pronunciarla o escucharla. Es este un estado quizá comprensible, inevitable, pero contra el que no podemos sino rebelarnos. No es muy diferente de ese adormecimiento que produce la congelación, y del que más vale que haya a mano alguien que te sacuda, como leo en estos días que hacía Jenofonte con los hoplitas y peltastas de los Diez Mil, el contingente de mercenarios griegos al que dirigió en su accidentado regreso a la patria para escapar a la venganza del rey persa Artajerjes, cuando alguno se quedaba tendido sobre la nieve mientras cruzaban las montañas de Armenia.

Si uno quiere cruzar el terreno hostil, llegar a la vista del mar y poder gritar el ¡Thalassa, Thalassa! que aquellos soldados exclamaron al contemplarlo, no puede dejarse arrastrar por la indolencia. A Jenofonte lo odiaron más de una vez sus hombres, cuando los arreaba sin contemplaciones, como me odio yo a mí mismo mientras me fuerzo a mantener el ritmo en la máquina, pero al llegar otra vez a los dominios de los griegos se lo disculparon y se le mostraron agradecidos. Cuando termina el esfuerzo, me ducho y me afeito, me siento mucho mejor. Menos obtuso.

Enlentecido parece también el presidente del Gobierno, que en la rueda de prensa de hoy, tras la conferencia de presidentes con los líderes de las Comunidades Autónomas, ha hecho el discurso más breve que se le recuerda en estos días. Lo que no me parece mal: si las homilías se alargan la parroquia bosteza y se evade mentalmente del templo, y el mensaje de hoy era delicado e importante. Mañana lunes reanudan la actividad los trabajadores de sectores productivos no esenciales que no pueden recurrir al teletrabajo: una medida arriesgada que lo será aún más si quienes salgan de su casa  y viajen en trenes y autobuses no tienen mucho cuidado y no aplican con rigor las recomendaciones sanitarias. Incluido el uso de esas mascarillas que el Gobierno asegura que va a repartir, y que algún gobierno autonómico, como me avisa Rafael, uno de mis amigos médicos, suministra y buzonea de un modo que más parece una broma que un servicio. Lo ha hecho el de Cantabria, con un modelo de circunstancias en el que lo que más parece importar es el logo que dice que todo va a salir bien, clara propaganda del gobernante impulsor. Por lo demás es una chapuza que, me dice Rafael, poco o nada protege.

Por cierto que en la reunión varios presidentes se le han echado encima al que tiene el mando único —pienso mucho en estos días que de haberlo sabido quizá no habría puesto tanto empeño en sobrevivir a los sucesivos intentos de ejecución política que ha sufrido—. Le han reprochado que no valide con ellos previamente las decisiones que desde ese mando único va tomando. El reproche puede tener su fundamento, desde la descentralización que consagra la Constitución vigente o la necesidad de coordinación entre administraciones, y no está de más que quien concentra por las circunstancias tanto poder tenga algún contrapeso. Pero que se le exija a quien tiene que resolver en emergencia continua multitud de cuestiones, asumiendo toda la responsabilidad por ello, que no deje de pasar antes sus iniciativas por el manto de los caudillos regionales, es algo que casa mal con ese propio concepto de mando único. Piénsese en Eisenhower el 6 de junio de 1944, con la zapatiesta ya liada y las barcazas en la playa y bajo el fuego enemigo, y teniendo que comentar cada orden con Patton o con Montgomery antes de darla.

Cuestión aparte es que a alguno le cueste mucho aceptar que forma parte de un Estado del que no es la cabeza, o que luego los errores que cometa el mando único deban ser fiscalizados por el control parlamentario, e incluso judicial.

En todo caso, el tiempo dirá si esto que ha decidido el Gobierno —en sus propias palabras, levantar la hibernación de la economía manteniendo el confinamiento—, tiene resultados favorables o contraproducentes. Si amortigua el golpe económico y no aumentan de manera sensible los contagios, será un éxito. Si la diferencia en las cuentas del PIB es poca y el impacto sanitario adverso y perceptible, ya se puede preparar el mando único a que se pida su cabeza para clavarla en una pica. En cualquier otro escenario, ya sabemos: cada uno arrimará el ascua a su sardina y mantendremos el espectáculo fatigoso al que vivimos acostumbrados desde hace años, y que la pandemia no parece haber sido seísmo suficiente para interrumpir.

Aunque se atisba alguna señal de que eso podría cambiar. El ofrecimiento de unos nuevos pactos de La Moncloa para la reconstrucción nacional, en la estela y siguiendo el modelo de los cerrados en 1977, no se ha concretado aún por el Gobierno de manera suficiente y halla la resistencia furiosa de los que cabía prever; pero Ciudadanos se muestra receptivo, lo que deja al primer partido de la oposición en el incómodo dilema de subirse a la grupa de Babieca, a mayor gloria del Cid, o tratar de tener una agenda propia y más moderada. A la izquierda más incendiaria el hecho de ocupar ministerios y la necesidad de no salir muerta de esta crisis que la ha pillado en el poder ya la invitan, cada día, a bajar el pistón.

No es cosa de esperanzarse, que ya sabemos todos dónde vivimos y con quién nos jugamos los cuartos; pero si los cerebros se despejan y desenlentecen —perdón por el neologismo— quizá hasta haya una oportunidad de hacer algo.

Little things I should have said and done, «pequeñas cosas que debí decir o hacer», recuerda con amargura la canción que me sigue marcando el ritmo incluso después de bajarme de la elíptica. Esta vez no podemos dejar de tomarnos el tiempo que necesiten: para salir cada uno cuerdo y entero de la cuarentena; para tener alguna opción de resolver la tarea ingente que tras ella nos aguarda como comunidad.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
Un Comentario
  1. Muchas gracias Lorenzo por tu análisis diario de la situación sanitaria, política y social que atravesamos.

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