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15 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 31

Amor de hoplita

14 de abril – Historias de amor

Leo en varios medios que a los sanitarios y cajeros de supermercado les piden en las comunidades de vecinos en las que viven que se muden o se vayan a un hotel, por miedo al contagio. Lo hacen con letreros en el ascensor que les apelan directamente, y que suelen advertir de que en la comunidad viven personas mayores. No es un caso aislado, las historias se repiten por doquier. El ser humano parece tener una querencia natural por el establecimiento de lazaretos. Llega al extremo de desearlos y promoverlos, incluso, para quienes se arriesgan a fin de que sigamos teniendo algo que comer o alguna atención si el virus hace presa en nosotros, nos encuentra las vueltas y nos pone bocabajo. Fastuoso.

Voy al Mercadona bajo una tempestad, a hacer la compra semanal, y no puedo evitar mirar con un afecto especial a los muchos y diligentes empleados que lo atienden estos días y se afanan reponiendo, cobrando, velando por que la gente guarde la distancia. Imagino que a alguno lo miran mal sus vecinos. No puedo evitar el impulso de abrazarlos, aunque sepa que el abrazo sí lo debo evitar.

Qué ha sido de aquello del amor fraterno. Del querer al prójimo como a uno mismo, ese mandamiento nuevo del cristianismo que veinte siglos después parece haber quedado en desuso en beneficio del like, que en cualquiera de sus formas —desde el corazón o el emoticono al aplauso de balcón— cuesta mucho menos y no te expone al contagio. Y sin embargo, el verdadero amor, el único que significa algo —y, estando como estamos, deberíamos tener alguna querencia por lo que significa algo y mandar a hacer gárgaras las poses vacías— es el que acepta arriesgarse.

Nada lo ilustra mejor que una historia de amor con la que me reencontré estos días y que reconozco, con vergüenza, que había olvidado. Para que no vuelva a pasar, la apunto aquí, con ánimo de guardar para siempre, y nunca dejar que se me zafe de la memoria, el nombre del protagonista. Es una de las muchas historias que recoge Jenofonte, del que hablábamos ayer, en su Anábasis. En concreto, sucede casi al final, cuando los supervivientes de los Diez Mil griegos han cubierto casi todo su periplo y como penúltima etapa, después de pasar por Bizancio, aceptan combatir en calidad de mercenarios al servicio del cruel caudillo tracio Seutes. En esas andan, arrasando aldeas y sometiéndolas a su cliente, que ordena a los suyos matar despiadadamente a todos los varones a golpe de jabalina, cuando pasa algo. Permítaseme otra vez disfrutar, e invitar a disfrutar, de la prosa de Jenofonte:

Había un cierto Epístenes de Olinto al que le gustaban los muchachos, el cual, al ver a un guapo jovencito, apenas un adolescente, que estaba a punto de morir abrazado a su escudo, corrió hacia Jenofonte y le suplicó que acudiera en auxilio de aquel hermoso niño. Jenofonte, entonces, se dirigió hacia Seutes y le rogó que perdonara la vida al muchacho, explicándole los gustos de Epístenes, quien, en una ocasión, había formado una compañía atendiendo exclusivamente a la belleza de sus soldados; por lo demás, con ellos a su lado había demostrado ser un hombre valiente. Seutes lanzó una pregunta: «Epístenes, ¿estarías dispuesto a morir en su lugar?», y este, ofreciendo su cuello, respondió: «¡Golpea! Basta con que el muchacho lo ordene y me guarde gratitud». Así pues, Seutes se volvió hacia el niño y le preguntó si había de matar a este en vez de a él, a lo que el joven dijo que no, suplicándole que perdonara a los dos. En ese momento, Epístenes rodeó al niño con sus brazos y gritó lo siguiente: «¡Ahora, Seutes, tendrás que enfrentarte conmigo por este muchacho, porque no lo voy a soltar!». Seutes rompió a reír, dando por zanjado el asunto.

En un principio, Epístenes de Olinto puede parecer sin más alguien que se deja llevar por un capricho, en este caso el de esclavizar para su disfrute a un joven al que puede tomar como botín de guerra. Pero en el momento en el que acepta el sacrificio su atracción se convierte en amor; un amor que encuentra recompensa en la súbita correspondencia de quien es objeto de él. La risotada de Seutes, un hombre posiblemente incapaz de amar, nace de la incomprensión de ese acto de sacrificio que Epístenes de Olinto hace irreversible abrazándose al chico.

Es curioso, lo había olvidado, pero quizá no del todo. Me viene a la memoria la historia que se cuenta en una novela titulada Y te irás de aquí, que firma una tal Patricia Kal. También en ella hay una atracción súbita, cuestionable como impulso amoroso, hasta que alguien acepta un sacrificio. Y no debo decir más.

Hoy es 14 de abril, y en el medio en el que todo el mundo se retrata en nuestro tiempo, las redes sociales, abundan las proclamaciones de amor por la República. Soy republicano convencido, y estoy alineado con los motivos por los que vino la II República un 14 de abril, hecho del que cuento con el relato vivo y emocionado de un testigo, mi abuelo Manuel, que ese día prestaba servicio como miembro del cuerpo de Seguridad en la Puerta del Sol. Ello no quiere decir, y esta aclaración ya resulta algo fatigosa, que bendiga todos los desmanes cometidos bajo la tricolor, y menos que simpatice con los muchos que a su amparo maniobraron tan eficazmente como los militares sublevados para destruir la República. Sin embargo, en esta ocasión, en mi red social zombi, en la que sólo difundo enlaces o citas, me he limitado a reproducir unas palabras de El advenimiento de la República, el delicioso relato de aquel 14 de abril de Josep Pla. Es un pasaje recogido en las páginas de Recordarán tu nombre, semblanza novelada de un protagonista —involuntario como mi abuelo— de esa jornada. En particular, el momento en el que Miguel Maura, el conservador de derechas que asumió la cartera de Gobernación en el Gobierno Provisional de la República —sí, también los había—, va llamando a todos los gobernadores civiles y los pone expeditivamente a sus órdenes.

Era, sin menoscabo de mi convicción republicana, todo lo que me parecía oportuno decir al respecto en esta circunstancia que nos abruma. Sin embargo, veo que el vicepresidente del Gobierno, que ha prometido ante el rey guardar y hacer guardar una constitución monárquica, se descuelga con un hilo en el que reivindica la República lamentándose además de tener que soportar a un monarca que viste de militar, lo que parece suponer un desdoro estético en un jefe de Estado. No deja de ser pintoresco, primero que uno se oponga en Twitter a lo que ostenta a diario, desde un coche y un despacho oficial y con escoltas y subordinados sometidos a esa constitución; y segundo, que se señale como anómala una circunstancia que se observa en multitud de jefes de Estado, coronados o no, y con una especial frecuencia en regímenes a los que el vicepresidente se ha declarado afín.

A mí tampoco me gusta especialmente que al monarca se le haga hueco por ser quien es en unas academias militares para las que se pide una nota muy alta y de las que se queda fuera mucha gente que sueña con entrar en ellas. Y ya he dicho que me siento y sentiré siempre republicano, porque creo que es la forma de gobierno más racional para las comunidades políticamente adultas, y me resisto a aceptar que la mía no lo es. Pero si hubiera transigido en ser vicepresidente del Gobierno de un régimen monárquico, lo que me obligaría antes a hacerme algunas preguntas incómodas sobre si estoy siendo coherente con mis principios, luego procuraría conducirme con más contención. Y más mientras mis conciudadanos sufren los efectos de una pandemia que el gabinete del que formo parte, con excusa o sin ella, siguiendo o no el criterio científico, no supo anticipar suficientemente.

Se lo dijo a uno de sus subordinados un general alemán, Henning von Tresckow, antes de poner en marcha la frustrada conspiración contra Hitler de 1944, que acabaría costando la vida a todos los implicados: «El valor moral de un hombre se mide por la capacidad de sacrificarse por sus convicciones». No de medrar gracias a ellas, no de negociarlas a conveniencia, no de condensarlas en un hilo de tuits con cualquier ocasión, que es lo que ahora parece estar de moda, y se vienen a la memoria unos cuantos nombres de personas a las que no sólo no les ha costado nada pensar lo que piensan y tuitearlo, sino que les ha servido para aumentar y no poco su fortuna personal. Las convicciones, como el amor, son riesgo y sacrificio. Todo lo demás, trampa para incautos, ruido que se lleva el viento.

Que le pregunten a Epístenes de Olinto, hoplita curtido en cien combates frente a los enemigos más feroces. Y al muchacho tracio que no quiso que lo mataran por él.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
7 Comentarios
  1. La lectura de su diario de la alarma es uno de los mejores momentos del día. Muchas gracias por escribirlo y sobretodo por compartirlo. Debo decir, aunque ya lo sabe, que no todos repudiamos a los que están peleando en primera línea. Mi vecino de planta, es enfermero en la planta de Covid-19 del Clínico de Santiago. Todos los días le aplaudimos y nos sentimos orgullosos de él. Jamás le diríamos que no volviera a casa.

  2. Mi querido Lorenzo, yo en cambio cada día soy más » monárquica » y la razón es muy simple, sí los independentistas catalanes lo desprecian yo cada día lo defiendo más . He puesto las comillas ya que expresiones como, viva el rey, y otras similares no salen de mi boca ni en plena manifestaciones constitucionalistas . Soy rara.
    Saludos y a cuidarse mucho

  3. Cada día leo tus crónicas y agradezco tu opinión sincera y generosa aunque tengo que reconocer que algún comentario me rechina y no creo ajustado. Me gustaría que me enumerases cuántos gobiernos han visto venir la hacatombe que nos ha caído encima, cuántos científicos y epidemiólogos. A toro pasado… Igualmente creo que todos
    o casi todos cabalgamos contradicciones vitales y algunas ideológicas, yo sí, ¿tú no?…y parece que a todo el mundo se les puede tolerar excepto al vicepresidente segundo que vislumbro que no goza de tu simpatía.
    Para terminar, gracias a ti he visto la serie sobre los comienzos de ETA, he dejado la de Sistiaga para después. Y me quedo con la última frase, » y después vino una locura infinita, que no sirvió para nada». Históricamente, tanto dolor, tanta muerte, sangre, sufrimiento…y durante tantos años han sido inútiles y un fracaso total de todos y para todos.
    Muchas gracias, Lorenzo.

    • Es difícil, y quizá poco saludable, no discrepar en algo con alguien. Que todos los gobiernos hubieran fallado —que no es el caso, o no en la misma medida— no excusa el fallo de cada uno. Este riesgo está identificado en informes oficiales de análisis de amenazas de 2009. Todos los que han gobernado desde entonces son partícipes por omisión de que nos haya pillado en pelota picada. Y las contradicciones, incoherencias y poses suscitan mi escepticismo las protagonice quien las protagonice, y ni sus siglas ni mis simpatías —que nunca son adhesión— o antipatías —que nunca me llevan a descalificar a nadie— me impiden señalarlo. Creo que el propio diario lo atestigua. En cuanto a lo de intentar fijar el mensaje de una película de 250 minutos con una frase al final… Yo, que escribo guiones, me quedo con lo contado —y cómo se cuenta— en los 249 minutos anteriores. Ah, y fracasó más quien mataba por la espalda que quien le impidió seguir haciéndolo. Mi opinión. Gracias a ti.

  4. A mi también me encanta el diario, cuya lectura disfruto enormemente, como todo lo que escribe. Un saludo

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