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23 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 8

Días grises con una pizca de azul

22 de marzo – La risa de nuestros hijos

Hoy ha vuelto a hablar el presidente del Gobierno, después de su conferencia con los presidentes de las comunidades autónomas. No me cuento entre sus palmeros incondicionales, este diario sin ir más lejos lo atestigua, pero tampoco entre quienes quieren aprovechar cualquier ocasión, incluida una pandemia que ya nos ha quitado a más de mil conciudadanos, para echarlo por tierra. Si anoche estuvo largo y poco persuasivo, hoy lo he visto mucho más ceñido, para empezar, y ha lanzado algunos de los mensajes que importan. Ha anunciado que el estado de alarma se prolongará quince días más. No debe sorprender a nadie. Cuando tomé la decisión de confinarme en Illescas con la familia, el día 9 de marzo, me preparé mentalmente —y traté de preparar a los míos— para no salir por lo menos hasta mayo. Acepté que el mes de abril, como dice la canción, nos lo habían robado, al menos para ir tranquilamente por la calle. Y dudo que eso cambie.

Con ese anuncio, quizá pasaron inadvertidos otros mensajes que dio y que, para mí, son los más trascendentes. Por ejemplo, que el ejército va a ayudar con todas sus capacidades, a todas las tareas y en todas partes. Si el coronavirus sirve para que los españoles se sacudan los complejos sobre el recurso a unos servidores públicos que existen en todas las naciones solventes y que están ahí para ponerse en primera línea de todos los sacrificios, algo bueno nos habrá traído. Aunque uno espere algún otro aspaviento de los de siempre, que será cada vez más inaudible.

Más importante aún me parece la reflexión que hizo el presidente sobre la oportunidad que esta crisis representa para demostrar que el Estado que nos dimos los españoles, y que responde con una generosa descentralización a nuestras peculiaridades y complejidades históricas y presentes, es funcional incluso sometido al estrés máximo que una crisis como esta representa. Se oye demasiado a menudo, desde el lado separatista y desde el negacionista de esas diversidades, que el estado autonómico es un fracaso: unos le achacan peso excesivo al gobierno central, otros que funcionamos como el ejército de Pancho Villa. Un poco de lealtad, un poco de rigor y un poco de respeto recíproco, por parte de todos, pueden acallar con esta ocasión y para siempre esas críticas.

Y quizá lo más importante de todo fue la alusión a la importancia que tiene responder a esta crisis desde el sacrificio y la disciplina, voluntariamente aceptados, de los ciudadanos libres que somos los españoles. Lo dice también Yuval Noah Harari en un texto publicado en el Financial Times: tenemos una oportunidad única de demostrar que desde la libertad y la responsabilidad individual, desde el respeto a los derechos de las personas, y mediante el compromiso libre de estas, se puede responder a un desafío de primera magnitud con la misma eficacia que con el recurso a modelos autoritarios de gobierno o a las férreas herramientas de control social que la tecnología ofrece y que esos sistemas de poder, ejercidos por gobiernos o por corporaciones —o por gobiernos aliados con corporaciones—, utilizan sin escrúpulos ni consideración a los individuos.

Quizá no está mal, para apreciarlo, leer el texto del escritor chino Yan Lianke que publica hoy El País sobre la respuesta al virus en su país. En especial la referencia que hace a la escritora Fang Fang, que vive en Wuhan y ha contado en un blog que no paran de censurarle y que ha cambiado varias veces de sitio lo que es vivir una situación como esta sin las libertades de las que disfrutamos los españoles. Esas que, por ejemplo, me permiten a mí escribir este blog sin tener que moverlo.

Por eso cada vez que un insensato se salta las normas de confinamiento no está ejerciendo su libertad, sino erosionando la de todos. Por eso cuando llega la Policía y lo sanciona o lo detiene no está violentando su libertad, como observaría con su miopía habitual el antisistema de guardia, sino garantizando la de todos los que estamos renunciando a los derechos que tenemos para ayudar a la comunidad a salir de este trance extremo y poder recobrarlos incólumes.

Por lo demás, el día en casa fue poco interesante. Yo lo dediqué casi entero a corregir las galeradas de El mal de Corcira, la novela de Bevilacqua que no sé cuando saldrá, pero que me empeño en preparar igual, porque hay que trabajar para el día de mañana y no dejar de pensar en él. La maqueta está muy limpia, han surtido efecto mis esfuerzos maniáticos de revisión continua mientras escribo y también el pulcro y exquisito trabajo de Eva y María, las dos personas que han realizado para la editorial el proceso de edición. Esa gente en la que algunos no piensan nunca, cuando dicen que los editores no son necesarios ni aportan nada. En todo caso, son 544 páginas, y leerlas todas con atención en busca de lo que queda por pulir —alguna rima indeseada, alguna palabra mal partida, alguna repetición— lleva un rato que hay que dedicarle.

Al final del día, para compensar que hoy ha estado casi toda la jornada al cuidado de su madre, he parado para bailar con Núria el Resistiré del Dúo Dinámico. La única forma de hacerlo es cogerla en brazos, o mejor dicho en un solo brazo mientras con el otro le tomo la mano, y ya pesa lo bastante como para que cueste algún esfuerzo sostenerla. Pero merece la pena, sólo por ver y escuchar cómo se ríe mientras la zarandeo. Es eso lo que estamos defendiendo en este combate: la risa de nuestros hijos, poder disfrutar de ella, y que puedan disfrutarla sus abuelos. No se me ocurre causa mejor por la que dar todo lo que la lucha nos exija.

También he sacado un rato para hablar con mi amigo José. He publicado en El Mundo un texto que se basa en una experiencia que él ha tenido en estos días en una residencia de ancianos como agente de policía judicial. Me lo ha agradecido con tanta calidez y emoción que me ha abrumado. También me ha contado que Yolanda, su mujer, médico del SAMUR, salió deshecha de su guardia de 24 horas, que se alargó hasta las 26, sin parar de trasladar enfermos y mirando la muerte cara a cara. Está acostumbrada a ello —ya ha vivido unas pocas, desde el 11M al Madrid Arena— pero no en esta proporción. No sabemos todo lo que les debemos. Espero que cuando lo sepamos no lo olvidemos, como de costumbre.

Se me ha alargado la entrada y no he hablado de poesía, como prometí ayer. O quizá sí, aunque no haya puesto ningún verso. Quiero en todo caso traer aquí unos que he descubierto estos días. Lo haré mañana, dándoles el espacio que merecen.

Actualidad, Diario de la alarma
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