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13 octubre, 2021

El volcán debajo

Y de pronto un día tu vida, con todo lo que comprende, desde la casa al trabajo que te proporciona el sustento, desde la tierra que pisas al horizonte que te has hecho a contemplar, desaparece bajo una lengua de lava que se aproxima lentamente y engulle implacable cuanto se encuentra a su paso. Recuerdas entonces, de la peor manera posible, algo que siempre estuvo ahí, que nunca ignoraste, porque nadie habría podido ignorarlo, pero que con los días, la rutina y el trajín de vivir, casi llegaste a olvidar: tenías un volcán debajo y bajo su piel de roca, oscura, delgada y quebradiza, bullían océanos de magma destructor.

Lleva días saliendo y no se vislumbra aún el final. En poco más de una semana ha duplicado las previsiones que hicieron los vulcanólogos y empieza ya a agrandar la isla. El reservorio de material incandescente no se agota: la lava brota con una furia que sugiere un potencial ilimitado. El volcán callará, y cesará el apocalipsis y la desgracia, cuando lo tenga a bien esa fuerza primaria y telúrica que lo alimenta, con independencia de lo que duela o pese a las criaturas que se afanan en la superficie para contener o simplemente esquivar los estragos de la erupción.

La cólera del volcán se dirige contra la pequeña isla nacida de sus entrañas. Sus habitantes se enfrentan a una catástrofe que los desborda y que supera también al archipiélago del que forman parte. Pueden presumir de tener un plan de emergencia capaz de evitar víctimas, pero no pueden impedir el destrozo y la ruina y tampoco andan sobrados de recursos para afrontar la reconstrucción y la reparación de las vidas arrasadas. Si oyen rugir y ven vomitar al volcán un día tras otro, sin caer en la más absoluta desesperación, es porque saben que no están solos: que hay un país entero, millones de personas que, aun viviendo a miles de kilómetros, estarán ahí para sostenerlos y socorrerlos.

No como reciben socorro los desheredados, esos que sólo cuentan en la desgracia con las migajas contadas de la caridad internacional; sino como se ayuda y apoya a los tuyos, a quienes son parte de tu ser y tu destino. A los isleños, en su volcánico apostadero del Atlántico, les llegará la solidaridad decidida del Mediterráneo, de la Meseta, del Cantábrico, de los valles del Ebro y del Guadalquivir. Todo lo recibirán como suyo, porque suyo es y así pueden reclamarlo; del mismo modo que siente el resto como propia, en cada hora y cada minuto, la calamidad que se abate sobre las tierras expuestas a la colada de lava.

No está de más reparar en lo que esto es y vale, en tiempos en que abundan quienes exacerban particularismos para crear la sensación de que ir a una con otros es perder posibilidades, sufrir alguna mengua en el propio caudal o dejar de aprovechar las dudosas delicias del ensimismamiento. Bien mirado, todos estamos siempre al borde del abismo: todos tenemos debajo un volcán del que preferimos olvidarnos, pero que cualquier día despertará y nos enfrentará a nuestra insignificancia. Y ese día, hasta los más altivos agradecerán no estar solos y poder echar mano de algo más que su suficiencia o la misericordia que les llegue de manos de extraños que se permitirán compadecerlos.

Asombra que algunos perseveren en sus afanes de disgregar y desbaratar la red de socorros mutuos, después de todos los avisos que la naturaleza nos viene dando en los últimos meses. Que ni la pandemia, ni los temporales de nieve desmesurados, ni las inundaciones devastadoras les muevan, por un instante, a meditar acerca de la necesidad real de su proyecto de desgarro de ese tapiz de solidaridad común tejido por los siglos y que una y otra vez, mejor o peor, responde cuando toca y cuando debe hacerlo con el vigor y la convicción de las cosas verdaderas.

Conviene pararse a observar la lava que brota hoy de las entrañas de la tierra en violentos surtidores. Tan sólo una fina corteza nos preserva de su ira. En cada paso, a cada momento.

(Publicado el elmundo.es el 3 de octubre de 2021).

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