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12 enero, 2019

El fantasma de El Pardo @elespanolcom

 

 

Sería interesante saber cuántos de quienes hoy en España se dicen de izquierdas estarían dispuestos a sostener, pongamos por caso, que las sacas de Paracuellos o los linchamientos previo simulacro de juicio llevados a cabo por las milicias anarquistas en la Barcelona revolucionaria fueron acciones justificadas, y sus autores, personalidades dignas de recuerdo y homenaje. No faltará quien lo haga —como decía aquel celebrado torero, hay gente para todo—, pero cabe afirmar que en todo caso no pasan de ser una minoría y, lo que es más significativo, están muy lejos de representar la tendencia dominante. La mayoría de quienes hoy nos consideramos de izquierdas en España repudiamos esos hechos, como los actos de infamia que fueron, y rechazamos a sus instigadores y ejecutores, sin tibieza y sin tapujos, como personajes nefastos de nuestra Historia, cuya herencia no puede reivindicarse sin poner en riesgo nuestra convivencia.

Sería de esperar, en una democracia consolidada, regida por una constitución que proclama el Estado de derecho, que esa fuera la tónica en cualquier fracción del espectro político. Sin embargo, a lo largo de estos cuarenta años de régimen constitucional, se ha observado en la derecha española una notable resistencia a tomar esa distancia respecto de cierto personaje, antaño habitante de El Pardo y hoy inquilino de un significado sepulcro en el Valle de los Caídos, a quien puede imputársele en igual medida la aniquilación física de sus compatriotas, al margen de cualquier atisbo de humanidad y sin otro ropaje de ley que unas normas penales retroactivas y ad hoc aplicadas en unos procesos sistemáticamente amañados y sin garantías. Si alguien quiere saber hasta qué punto, no tiene más que ir a uno de los archivos donde se guardan sus autos y examinarlos.

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About Lorenzo Silva
4 Comentarios
  1. Cuántos de izquierdas en España dispuestos a sostener esas salvajadas… La inmensa mayoría. Nada sorprendente, tras décadas de dictadura políticamente correcta. De una izquierda que secuestra el concepto de democracia y de una derecha acomplejada y cobarde, incapaz de contrarrestar la propaganda contraria.

    Le falta a usted tiempo para nombrar a Franco… Pero no menciona por su nombre a ninguno de los responsables de las salvajadas republicanas. Vamos, no se corte, yo le ayudo: Luis Compayns (creo que se escribe así); Largo Caballero, y su ministro Angel Galarza; Santiago Carrillo y sus compinches… En fin, la lista sería larga. Muchos de ellos hoy ensucian espacios públicos con sus nombres y efigies. Pero esa tendencia dominante con la que usted sueña parece muy complacida con que así sea…

    Señor Silva, sigamos dando la matraca con lo de Franco, a quien no se le perdonará jamás que a sangre y fuego impidiera la implantación por similares métodos de un régimen comunista en España, Mucho dinero públco se ha invertido y se invierte en propaganda y memoria histórica para intentar hacer tragar a la gente desde la escuela y hasta por la sopa la historia official, la verdad socialista. Y aún hay gente que se resiste a ser lobotomizada por frescos que han hecho de todo eso un lucrativo medio de vida.

    Sí, ya lo sé, no me lo diga, soy un fascista… Un fascista harto de la República, de la Guerra civil a la que nos condujo, y de sus consecuencias. Harto de Franco, de la siniestra posguerra, harto de tanto nazionalismo regional; de tantos santones de izquierdas que se creen la esencia de la democracia -unos más embrutecidos rebuznando en el parlamento, otros más relamidos y sutiles, adornados de premios literarios… Y también muy harto de una derecha cochambrosa, que debería server para algo más que medio remediar los desastres económicos que suele dejar tras de sí la izquierda al desocupar la Moncloa.

    No crea que no me dan ganas de hacer lo que el protagonista de su interesante novela El ángel oculto, y largarme al otro lado del charco… Pero no tengo su determinación, y mis circunstancias son algo diferentes.

    Ruego se abstenga de afearme mi forma de escribir. No tengo sus capacidades intelectuales. Sólo intento, no sé si con acierto, evitar comulgar con ruedas de molino.

    • No le voy a afear su forma de escribir, y ya ve que su comentario puede leerse sin censura alguna. Sí le diré que prefiero conversar con quienes no descalifican al discrepante, especulando sobre qué sueña o deja de soñar (sin tener, como es lógico, ni la más remota idea) o utilizando palabras como «matraca», «embrutecidos», «acomplejado», «relamidos», etcétera.

      Sí creo que simplifica lo que digo, ni estoy lobotomizado ni busco lobotomizar a nadie ni hago distingos entre crímenes en función del color de quien lo comete y decide.

      Companys o Largo Caballero no son santos de mi devoción, como ya he escrito además más de una vez, pero presentan una diferencia con Franco: ellos no tenían el control omnímodo que tenía este sobre las ejecuciones de quienes, además, eran, ya en 1939, enemigos ccompletamente vencidos e indefensos, cuya muerte bien podría haberse ahorrado. He visto alguno de los telegramas con los que aprobaba personalmente todas las ejecuciones, que sin su plácet no habrían seguido adelante. Las cosas de ser un dictador y serlo por la fuerza de las armas, qué le vamos a hacer.

      Usted disculpa el asesinato por parar el comunismo. Está por demostrar que todos los que consumó el régimen buscaran eso. Aun así, tampoco con ese propósito compro yo las razones del asesino. Quizá eso es lo que nos diferencia, y no esa «incorrección política» que acaba siendo sólo un espantajo para justificar el puro y simple partidismo por la causa de ciertos verdugos.

  2. Me reitero en que esa tendencia dominante de la que usted habla es pura ensoñación. Quizá haya quien repudie los asesinatos republicanos, pero mira por dónde, siempre hay una disculpa para sus responsables. Permitir la distribución de las armas de los cuarteles a las masas agitadas, y luego excusarse en que no puede uno controlar la situación, me parece de risa. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo. He entrevistado a algún militar profesional de los que protagonizaron esos actos. Concretamente, a uno de Getafe, cuyo papel fue fundamental.

    Entre esos enemigos completamente vencidos e indefensos en 1939 de los que usted habla había de todo. Militares que no quisieron marcharse para poder -o eso creían- ejercer de jefes cuando sus subordinados más los iban a necesitar. Y lo pagaron con su vida. De algunos de ellos me he ocupado rescatándolos del silencio y del olvido en mi modesta contribución a la historia de uno de los tres ejércitos. Yo también he visto enterados a las sentencias. Pero también había despiadados asesinos, a los que hoy se glorifica en virtud de ese engendro de la «memoria histórica». Despacharse hoy en día con eso de que se podría haber ahorrado ejecuciones tras una sangrienta guerra civil cuyos odios aún perduran es muy fácil de decir, ahora es usted el que me sorprende a mí con una simplicidad que no esperaba.

    No disculpo asesinatos de nadie, no se confunda y lea de nuevo lo que escribí. No quiera sentirse mejor pensando en que es eso lo que nos puede diferenciar. Franco tuvo su parte de culpa, pero dejemos ya de disculpar a todos los que le sirvieron la guerra en bandeja. A los responsables de ese fracaso de la convivencia que acabó enfrentando a las familias de mi padre y de mi madre, en una lucha encarnizada que hoy se nos dice que fue , lo cual me parece otro simplismo muy conveniente para algunos pero que no comparto.

    S

    • En Barcelona nadie distribuyó armas. La Generalitat se negó a hacerlo hasta el final. Las robaron Durruti y los suyos de los cuarteles abandonados por quienes prefirieron sublevarse contra el gobierno, desgastaron en la revuelta a las fuerzas de seguridad y fracasaron.

      Esperar piedad para el vencido inerme (y digno, y en más de un caso, criminales aparte, ejemplar servidor público y hasta antiguo compañero de armas) es para usted simpleza (deduzco que quiere decir eso, la simplicidad es otra cosa, que no encaja en el contexto de la frase). Con eso me quedo y la conversación no da más de sí. Ya le he aguantado bastante su falta de respeto.

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