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13 agosto, 2018

Muerte de dos ciclistas (vidas.zip en @elmundoes )

 

 

Jay y Lauren se cansaron de su vida en Washington D.C., donde él trabajaba en el departamento de Vivienda del gobierno federal y ella en la universidad de Georgetown. Estaban hartos de vivir confinados en una oficina, atendiendo puntualmente el correo electrónico, soportando resignados reuniones y esperando a las breves vacaciones en las que ambos podían dar rienda suelta por unos días a su pasión por viajar. Decidieron por ello despedirse de sus respectivos empleos, nada malos para dos universitarios de 29 años, y salir a recorrer el mundo en bici. O lo que es lo mismo, convertir su placer anual en placer diario. Por empezar por alguna parte, eligieron ir a Sudáfrica. Dieron sus quince días de preaviso y se lanzaron a la aventura.

Las cosas, una vez en la carretera -y por añadidura en una carretera africana suburbial, que fue su primer contacto con la ruta- se demostraron menos idílicas de lo que Jay y Lauren se habían prometido. Conocieron sobre el sillín de la bicicleta las variadas penalidades que a uno puede depararle una pedalada como aquella. La fatiga, el calor, el frío, las llagas, los extravíos, los encuentros imprevistos, la descomposición intestinal. Pero también, según iban dejando puntual testimonio en sus redes sociales, la grata y esperanzadora simpatía de los desconocidos. Desde los que los orientaban en los cruces de caminos del África subsahariana hasta quienes les ofrecían su casa en Marruecos. Con esas experiencias positivas iban confirmando su visión previa del mundo y del género humano: un lugar y una comunidad de seres en los que era posible encontrar el bien por doquier.

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