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27 enero, 2019

Un niño, un pozo, unos hombres ( vidas.zip en @elmundo.es )

 

 

Un niño cae en un pozo. Un pozo se traga a un niño. De las dos maneras puede decirse y cualquiera de las dos tiene las más atroces connotaciones. No criamos a nuestros hijos para que se caigan en un pozo, ni pronto ni tarde en el camino de sus vidas. No hacemos pozos, no deberíamos hacerlos, para que se traguen el futuro y la sonrisa y las ilusiones de un niño. Pero sucede y éste es el punto de partida de la historia, su fracción inamovible y dolorosamente definitiva que no podemos ya cambiar.

Entonces, en el principio, no lo sabemos, aunque quizá nos habría aliviado, dentro de la desgracia, haberlo sabido: el niño, tras caer más de 70 metros por un hoyo en el que a duras penas cabe su cuerpo, y quedar enterrado por las piedras que arrastra en su caída y que le producen traumatismos graves, no sobrevive mucho tiempo al accidente. Sin embargo, durante las casi dos semanas que se va a tardar en extraerle de la sima en la que ha quedado atrapado, se especulará, cada vez con menos fe, cada vez de forma más inverosímil, con la posibilidad de sacarlo con vida. Eso es lo que para algunos justifica darle a la montaña la batalla encarnizada que ésta les presenta a los hombres que intentan acceder a sus entrañas; o eso es lo que se dice para que se mantenga viva la llama de la esperanza y del espectáculo que en seguida se organiza en torno a la operación de rescate.

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Un Comentario
  1. Vaya por delante mi respeto a la pena de la Familia; tanto dolor solo impone silencio. Si ha habido otro sentimiento tan verdad como el sufrimiento de esta tragedia, ha sido el de la solidaridad vivida en estos días. Esfuerzo y entrega desinteresada manteniendo la esperanza por salvar y dignificar una vida humana. El ejemplo queda ahí a los pies de esa montaña, de cuyas entrañas voló un ángel alto y cierto hacia el cielo(“el ángel de la montaña solidaria “) sobran las palabras cuando hablan los hechos.

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