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14 abril, 2019

Quitar la vida @elmundoes

 

 

Quitar la vida, al menos para un ser humano, es siempre una decisión moral, y lo es especialmente cuando la vida de la que se trata es la de otro ser humano. No es posible para uno de nosotros, como sí lo es para un ave de presa o un lobo, tomar en nuestras manos la vida de otro ser viviente y no hacernos una pregunta absoluta y decisiva antes de arrebatársela. La ligereza con que unos y otros la responden es la que marca la diferencia entre las diversas clases de seres humanos, desde los veganos hasta los no pocos asesinos en masa que conoció la Historia.

En principio, la respuesta a la pregunta, y de acuerdo con las formas de moral mayoritarias, no puede ser sino negativa, a menos que concurra una poderosa y bien fundada necesidad, que se interpreta de manera restrictiva. Sin embargo, la regla conoce no pocas excepciones, en cuya virtud cada día se ejecuta a miles de animales en los mataderos, se fumigan miríadas de insectos y se arrancan millones de plantas. Se trata de vidas no humanas, y de necesidades más o menos perentorias: lo es el hambre y lo es la preservación de la salud de las personas y de otros seres vivos para ellas valiosos. Las curvas vienen cuando se trata de pasar a las escalas siguientes: la de las necesidades no tan perentorias y la que implica la muerte de humanos.

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