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3 marzo, 2019

El tiempo de los himnos (vidas.zip en @elmundoes)

 

 

Es una de las secuencias más sobrecogedoras de Frantz, la película de François Ozon que muestra de manera emocionante el vacío y el dolor que dejan tras de sí las guerras. Un grupo de parroquianos canta en un café La Marsellesa, ante la joven viuda alemana que protagoniza la historia. La mujer percibe, y con ella el espectador, el odio visceral y virulento hacia los suyos que se enreda, como una sustancia viscosa, en el cantar de los hombres y mujeres que llenan el local. Junto a ella vivimos el horror, el pavor, la desolación de sentir a la criatura humana como lo que también sabe ser: una máquina de aborrecer al semejante.

No todos los himnos están escritos desde el odio ni le sirven de vehículo, pero son muchos los que transportan esa mercancía en sus estrofas y se dispensan, antes o después, con el afán de señalar, repudiar y preparar el castigo o la represalia contra el otro. Frente a esa eventualidad, casi cabe felicitarse de que haya himnos, como el español, a los que se tuvo la sana precaución de no ponerles jamás letra. Es La Marsellesa -«que una sangre impura empape nuestros surcos»- un ejemplo insigne de himno inspirado por y para la confrontación con el otro, pero no es el único, ni el único que espanta escuchar cuando uno siente que es ese «otro» al que está destinada su feroz advertencia.

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