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17 agosto, 2021

Fin de viaje

El astro del balón pone fin a su contrato con un equipo, que no a su camino, ni siquiera a su carrera como delantero de lujo con una plantilla a su servicio, que seguramente continuará en otras latitudes. Las explicaciones que se dan al fin de su relación contractual con el club en el que jugó durante toda su carrera profesional, y con el que acumuló emolumentos por más de 800 millones de euros —es decir, una cifra simplemente inconcebible para cualquier mortal—, son variadas, difusas y precarias.

Al final, la razón es la que una y otra vez lleva a que un bien no esté a disposición de una persona, una empresa o un club, que no deja de ser una forma de lo segundo: el astro se alquila a un precio que la entidad en cuestión no puede pagar. Como no hay voluntad de rebajarlo por parte de la estrella, y hay otros que sí podrán pagarlo —por eso el jugador no se apea de sus pretensiones—, la relación, con todo lo que comportaba, para el club, sus seguidores y una comunidad que cifraba en contar con semejante activo buena parte de su orgullo, concluye como están abocados a concluir todos los asuntos humanos. La historia del gladiador millonario conocerá más capítulos, pero no aquí.

Decía Thomas Edward Lawrence que nada le gustaba tanto como los principios. No sorprende: a todos los seres humanos nos gusta esa sensación de estar estrenando algo que promete y cuya historia aún no está escrita. Es emocionante, te hace sentir vivo. Y sin embargo, tan importante como aprender a disfrutar de esa sensación y valorarla es prepararse para vivir y afrontar la opuesta, ese término al que antes o después llegan nuestras cosas. Cómo acaba algo, ya lo decían los clásicos, da una cierta medida de lo que fue. Y cuando algo termina de forma desairada y abrupta, como es el caso, suele ser síntoma de que ni se llevó de la mejor forma, ni se asumió debidamente su fugacidad.

La vida de la estrella sigue, sí, pero el embeleso que tantos tenían con él caduca bruscamente y los deja huérfanos y hasta en estado de shock, quizá porque le encomendaron a quien no podía ofrecerlo el sustento de demasiadas de sus ilusiones. No sólo se esperaban de él los triunfos deportivos, sino también la afirmación del valor de una comunidad y de su club de bandera, incluso en el caso de que el club y la comunidad se embarcaran, como hicieron, en una campaña de menosprecio hacia buena parte de su vecindario y hasta de su propia base social. Creían que su marca era global y podían permitirse ese lujo, entre otras cosas porque para eso tenían en nómina al astro planetario.

Ahora ven que no tenían nada. Que los elegidos no se casan más que con el mejor postor, y mientras pueda mantenerle la apuesta. Y quizá alguno comprenda que no fue muy buena idea generar el rechazo de muchos que antes eran partidarios, y que ahora destinan sus recursos, los mismos que faltan para poder seguir sufragando el alquiler del sueño, a otros colores donde no perciben esa hosquedad o arrogancia. Su juguete era tan caro como insostenible: entre otras cosas, se había ofendido por tener que pagar impuestos al mismo tipo marginal que vecinos suyos mil veces menos opulentos que él. Resulta imposible aspirar a lo máximo mientras uno se va deslizando hacia su mínimo.

En la misma semana, cae en Madrid uno de los capos de la mafia calabresa, la N’drangheta, huido de la justicia italiana. Se había creído capaz de mimetizarse como un inofensivo anciano en un piso compartido de la capital. Seguramente antes, cuando ascendió en la organización y dispuso de poder y dinero, creyó que tomaba un camino hacia la gloria. Con todas las distancias, y desde el muy dispar reproche ético que su biografía merece, en este final penoso y sin lustre aflora algo similar: quien se arroja en brazos de un espejismo acaba cayendo antes o después a plomo y sin colchón sobre la dura superficie de la realidad. Y a veces, el golpe es tan atroz que cuesta volver a ponerse en pie.

(Publicado en elmundo.es el 8 de agosto de 2021).

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