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20 mayo, 2021

La mano de Esther

Según dictamina un titular periodístico, que al parecer es resultado de una malévola manipulación, eres un anciano de 50 a 59 años. Peor aún: de 55 a 59, a tenor de tu año natal, 1966, aunque hasta junio puedas decirte, con vana coquetería, de 54. Eso te estimula, por un lado, a recordar aquel divertido pasaje del Cándido de Voltaire en el que al protagonista se le aplica un correctivo entonces en boga en los ejércitos: hacerle un pasillo y recibir un baquetazo de cada uno de sus compañeros. Para el manipulador del titular piensas que bastaría algo más ligero, como un capón de cada uno de los aludidos. Considerando que sois siete millones, parece probable que mucho antes de llegar a la mitad de la fila os suplicara, como Cándido, ser fusilado.

Bromas aparte, y dejando también de lado esas maldades que a todos se nos ocurren pero afortunadamente reprimimos, lo que importa es que por incluirte en esa fracción de la población anciana, según los estándares de los fabricantes de memes, te citan para que te vacunes con la primera dosis de Pfizer, y a la cita reaccionas con una emoción que te pilla desprevenido. Ya la has experimentado antes, cuando han vacunado a tus también ancianos padres; pero verte súbita e inesperadamente favorecido tú por la dádiva de la ciencia, que te otorgan el género humano y la sociedad a la que perteneces, te sorprende a la vez que te inunda de una irresistible y poderosa corriente de gratitud.

Acudes pues a la convocatoria, en el hospital universitario de Getafe, que es el que te corresponde. Te encuentras allí con una organización que funciona, hay que decirlo —y atestiguarlo— como un reloj suizo. Según te cuentan luego, son capaces de vacunar a dos personas por minuto, y para conseguirlo hasta los jefes de servicio están bajando a pinchar a los ciudadanos. La cola es escasa y se mueve deprisa, apenas te da tiempo para pensar que estás esperando a que te vacunen.

Te identifican, te señalan el lugar donde se procede a la inoculación, el itinerario que has de recorrer, luego esperas un par de minutos, si llega, en la pequeña fila previa a las cabinas de vacunación y antes de que quieras darte cuenta estás con el brazo descubierto ante la enfermera que te informa de que te van a poner la primera dosis de Pfizer y que prepara diligente la jeringuilla y el pinchazo.

Es un pinchazo como tantos otros que ya has recibido, y sin embargo tiene una liturgia, un sentido especial y extraordinario. La enfermera te desinfecta, te sujeta unos instantes una gasa en la piel perforada y luego pone otra limpia para cubrirla. Ahora que ha concluido su labor, le preguntas si puedes corresponder a su atención con algo, todo lo que tienes, uno de los libros que escribes. Entonces la enfermera te dice que de algo le sonaba tu cara, pero que con la mascarilla no terminaba de estar segura. Añade que es lectora tuya, que si no te importaría dedicárselo, que se llama Esther. Pocas veces has dedicado un libro con una sensación semejante de que es un acto justo y necesario, y eso que lo son todas las firmas que dedicas a quienes te leen.

Porque la mano de Esther, que acaba de vacunarte, es la mano del género humano y de la sociedad a los que tienes la ventura de pertenecer; ambos son capaces de lo peor, te consta, pero también de algo tan hermoso como proteger a los suyos, con la luz deslumbrante del conocimiento y la ciencia que hacen posible el milagro que acaban de poner a tu disposición, con el celo y la atención de esa Sanidad Pública de la que te beneficias. Y sabes que ni lo uno ni lo otro, por ti mismo, te lo mereces: que es la suerte que has tenido, que otros no tienen ni tendrán.

Luego otra atenta profesional de la misma Sanidad Pública toma nota en el sistema del brazo en que te han pinchado, y te extiende el certificado de la primera dosis. A continuación, un celador te indica que te sientes diez minutos a esperar, para asegurar que no hay reacción adversa. Es un chaval muy joven y  animoso, que suaviza e incluso ameniza la espera. Alguien le pregunta si una vez que pasen los diez minutos se puede uno ir sin decir nada. Le responde, con gesto risueño, que también puede decir adiós antes de irse. Incluso gracias, apostilla alguien desde el patio de butacas del salón de actos donde se desarrolla la vacunación. La sonrisa se dibuja inexorable debajo de todas las mascarillas, lo sabes aunque no puedas verla.

Eficacia suiza, simpatía española: una combinación que también es una rara bendición y que te corresponde por ser parte de esta gente.

Y cuando sales del hospital, a un mediodía radiante de sol, eres consciente de que acabas de vivir un momento crucial de tu vida. Así que tienes que apuntarlo. Para que no se te olvide.

(Publicado en elmundo.es el 16-5-21)

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About Lorenzo Silva
6 Comentarios
  1. Después de los durísimos meses vividos por nuestros sanitarios, solo tengo palabras de agradecimiento para Lorenzo Silva, buen escritor y mejor persona, por tú detallazo hacia mi hija Esther, será algo inolvidable….un millón de gracias…te escucho por la radio y sabía lo buena gente que eres. Gracias

    • Qué menos. Te puedo decir que tu hija, pese a estar vacunando a destajo, lo hizo con delicadeza y atención. Y esas cosas, cuando uno lleva ya algún tiempo en este planeta, aprende a valorarlas y a sentir el deber de reconocerlas.
      Un saludo cordial, Lorenzo.

  2. Mercedes Álvarez Bartolomé 2 junio, 2021 a las 2:01 pm Responder

    Después de meses de estar leyendo todo tipo de textos relacionados con la pandemia me ha encantado leer estas líneas q describen, como una pequeña novela lo q hemos organizado en los hospitales para q se llegue lo antes posible al 70% de población vacunada. El personal q está vacunando es una muestra de todo el personal q llena los hospitales: puntualidad suiza y talante español, no solo para atender al CoVid sino para todas las patologías. Gracias x dedicarnos estas líneas.

  3. José María García Criado 2 junio, 2021 a las 2:14 pm Responder

    Lorenzo Silva, tan agudo y perspicaz como siempre. Yo lo digo a través de EL CARTERO y otros medios.
    Me gusta su humor, su modo de ver las cosas.
    Y gracias por darnos ánimo. Yo solo tengo 78 años, tratamiento post infarto, reúmas, etc. y vacunado de las dos dosis.
    Bien por ahora. Un saludo agradecido a Lorenzo y a todos los Sanitarios q me están ayudando en lo mío, aunque sea por el móvil.

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