El blog del Inquisidor

  1. El resumen del editor

    ‘Intrigante, enigmática, imposible de abandonar.
    Una historiadora se encuentra en la web un blog que le llama la atención »Cuaderno del Inquisidor«. Ella ha centrado su tesis doctoral en el estudio del Tribunal del Santo Oficio en la España del siglo XVII, por lo que el apelativo del »Inquisidor « despierta enseguida su interés. El diario digital de este Inquisidor refleja a un hombre atormentado que relata que ha tenido parte en unos polémicos sucesos ocurridos en un convento español en el siglo XVII, cuando se acusa a las monjas y el abad de herejía. Él es el encargado de los interrogatorios a los acusados. ¿Pero, quién hay detrás de este inquisidor que cuelga su bitácora en la red? ¿Qué significa este diario? ¿Utiliza el proceso de unas pobres monjas y su abad a modo de expiación de una culpa que es incapaz de afrontar?
    Una historia profunda, intrigante, que subraya que estamos ante puro Misterio de la vida, el juego de apariencia y verdad, la manipulación de la realidad.Una novela que se lee de un tirón, que subyuga absolutamente, y que con el tema central de la culpa y la expiación nos descubre los entresijos del alma humana. Una peculiar historia de amor, rabiosamente contemporánea con el toque de Lorenzo Silva .

  2. Un apunte del autor

    En realidad, El blog del Inquisidor es dos novelas en una. La primera novela recrea una historia real del siglo XVII, el proceso de la Inquisición contra las monjas benedictinas del convento de la Encarnación o de San Plácido, en Madrid, pero no al modo de la novela histórica convencional (y menos al de ese remedo del género que ha proliferado en los últimos tiempos). La segunda novela está protagonizada por dos personajes contemporáneos (un hombre y una mujer), que se encuentran en el espacio virtual y empiezan a conversar a propósito de la historia de aquellas monjas, pero que al final acaban hablando de ellos mismos: de sus secretos, sus culpas, sus miedos, sus fortalezas. La figura de Teresa Valle de la Cerda, la joven priora de San Plácido (que después de ser condenada por el Santo Oficio en primera instancia logró que la absolviera el Consejo Supremo tras presentar un extenso alegato, conservado en la Biblioteca Nacional), se convierte para ambos interlocutores virtuales en un símbolo del espíritu de lucha y de la capacidad de resurgimiento de los seres humanos, aunque cada uno de ellos la ve y la entiende a su peculiar manera.

    Más de 20 años llevaba la historia de Teresa Valle en mi cabeza, desde que supe de su caso y de la excepcional defensa que había hecho de su inocencia ante el más temido tribunal de su tiempo. Finalmente encontré el modo de contarla olvidándome de las viejas estructuras lineales y sirviéndome de los esquemas narrativos y de los soportes de comunicación interpersonal surgidos en la red: blogs, chats, correo electrónico, etcétera. Todo ello convierte a El blog del Inquisidor en una suerte de novela epistolar del siglo XXI. Un diálogo entre un hombre y una mujer que viven separados por miles de kilómetros, que pertenecen a culturas distintas y que ni siquiera se conocen, y de ambos con los fantasmas de una historia acaecida cuatro siglos atrás. Todas esas lejanías quedan abolidas en ese no-lugar y no-tiempo de la Red, para mostrar que a despecho de kilómetros y siglos, estamos hechos del mismo barro.

  3. La cal de la crítica...

    «Aunque, de modo inevitable, la mayor popularidad de Lorenzo Silva como escritor se haya forjado en las novelas de intriga que tienen como personajes al sargento Bevilacqua y a la cabo Chamorro, no hay que olvidar que nos hallamos ante un autor inclinado desde el principio a tantear motivos y fórmulas narrativas diferentes, que le han permitido ofrecer obras tan dispares como Noviembre sin violetas, La sustancia interior o El nombre de los nuestros. En El blog del Inquisidor, el escritor no se aparta sustancialmente de ciertos temas recurrentes que, como el de la culpa, forman parte de su mundo personal, pero se interna con soltura en recursos compositivos que unen tradición y novedad y que constituyen sin duda lo más valioso de la obra. Para empezar, conviene decir que la historia se presenta como una variante más del procedimiento del “manuscrito encontrado”, tan fecundo desde Cervantes a Cela, sólo que aquí, no hay manuscritos, sino textos electrónicos y diálogos sostenidos a distancia mediante el chat.

    Fiel a la tradición de esta modalidad narrativa, el autor se presenta en un “Aviso preliminar” como simple compilador curioso: “Mi intervención no la considero irrelevante, aun siendo insuficiente para reclamar una cuota de autoría sobre las páginas que siguen”. Recoge una bitácora de Internet en la que una joven extranjera que vive en una isla cuenta cómo descubre en la red fragmentos de una novela truncada y consigue conectarse con el desconocido autor, con el que inicia una relación epistolar acerca de ciertos personajes de la novela interrumpida que corresponden a sujetos históricos reales: la monja Teresa Valle de la Cerda, del convento de benedictinas de la Encarnación, o de San Plácido, en Madrid, el confesor Francisco García Calderón y el inquisidor Diego Serrano, actores de un sonado proceso del que se han hecho eco multitud de historiadores, desde Menéndez Pelayo hasta Julio Caro Baroja, con interpretaciones divergentes que dejan en penumbra la verdad de los hechos.

    Puede advertirse la filiación cervantina de la composición: un compilador cuenta cómo una mujer escocesa cuenta en inglés –y el compilador traduce– una historia encontrada en Internet en que alguien, a su vez, cuenta una historia ocurrida en el siglo XVII que ambos acabarán comentando, todo ello confrontado con un manuscrito de la época (real, existente todavía hoy) en que se consigna la visión de los hechos ofrecida por la monja, lo que constituye una perspectiva más añadida a las anteriores. La multiplicación de hipótesis, impresiones, conjeturas e informaciones incompletas evidencia que la verdad es inalcanzable y que lo máximo que podemos reunir es, como hubiera dicho Ortega, una multiplicación de perspectivas. Por otro lado, y paralelamente a la historia evocada, se configura la actual, centrada en la figura del misterioso corresponsal y de su interés por los personajes de la monja, el confesor y el inquisidor, escogidos para protagonizar la novela inacabada porque los tres representan, sin duda, aspectos distintos y momentos diferentes del frustrado autor –lo que equivale a decir que cualquier novelista reparte su espíritu entre sus personajes–, ya que el ser humano es un agregado de estratos sucesivos, como este mismo reconoce: “Con el tiempo vamos acumulando así personas que hemos sido, y luego hemos dejado de ser.
    Al llegar a cierta edad, somos tanto el que en ese momento vive como una colección más o menos larga de muertos” (p. 159). Lo había expresado ya Quevedo “cuyo pensamiento parece filtrarse en estas consideraciones” cuando el sujeto de un famosísimo soneto se contempla como “presentes sucesiones de difunto”.

    A pesar de todos los testimonios y análisis, la historia de Teresa Valle de la Cerda, así como los motivos por los que la Inquisición acordó rehabilitarla años después, sigue conteniendo numerosas lagunas que reducen el valor de las certezas. De igual modo, si la novela es diáfana la historia del inquisidor actual “del enigmático autor de la bitácora” está llena de oscuridades y misterios que ni siquiera la entrevista con Teresa logrará disipar. Peripecias, confesiones, documentos y conjeturas nos dejarán como residuo historias fragmentarias, verdades incompletas e inseguras, y todo en la novela, desde la sucesión de ángulos narrativos hasta la misma estructura compositiva, hecha de retazos y elusiones, se encamina a este fin. Vale la pena internarse en estas páginas y hacerlo sin prisas, disfrutando del riesgo y de los aciertos que contiene».

    Ricardo Senabre, El Cultural.

    «Lorenzo Silva ha vuelto a conseguir aquello que ya hiciera con «La sustancia interior», esa excelente novela que escribiera hace ya 12 años. No quiero decir con esto que el resto de sus obras sean malas, de hecho son todo lo contrario, simplemente me sublima la belleza que imprime a las intrigas que desarrolla en catedrales y conventos. Porque siempre hay algo más. En «El blog del Inquisidor» se desprende de las ataduras que a menudo nos condenan a mantenernos callados y, a través de un blog que grita al mundo una historia que esconde otra aún más terrible, muestra de qué materia está hecha la miseria humana y cómo es capaz de lapidarnos hasta hacernos creer que estamos muertos. Ahondando en el pasado, y a través de dolorosos recuerdos «sumergidos» en la vida de un inquisidor del Santo Oficio, que narra el proceso de las monjas de la Encarnación Benita de San Plácido, en Madrid, por creer que 25 de las hermanas estaban endemoniadas, el camino se tuerce hasta llegar a la priora y fundadora doña Teresa de Silva [sic], pecadora o víctima de sus propias creencias y tejemanejes, para mostrarnos las dos caras de un hombre que, sin redención posible, se confiesa al mundo. Pero su «oración» sólo alcanza a una historiadora con una vida insípida, llena de macas como la piel de una manzana golpeada en el lagar, para la que este hallazgo supone una chispa que, a la larga, podría abrigarle el corazón. La intensa relación que se establece entre los dos «reos», la intimidad con la que se cuentan sus miedos y la dureza con la que desvelan sus vergüenzas conmueve aún por encima de una trama hilada a la perfección por un «sastre» que tiene la condición humana por montera».

    Pilar Manzanares, Revista EME.

  4. ...y la arena

    «Cada vez hay más autores dispuestos a explorar cómo las nuevas tecnologías modifican nuestra concepción de la ficción, y por ende de la literatura. Pero esta novela no trata de tecnologia sino de comunicación. Theresa, una joven historiadora escocesa especializada en la inquisición española y con una turbulenta vida sentimental a sus espaldas, descubre navegando una noche una extraña bitácora literaria, ‘El blog del Inquisidor’.

    Su autor está novelando un suceso histórico, un proceso por herejía ocurrido en Toledo a comienzos del siglo XVII, desde la perspectiva del clérigo que lo llevó a cabo. Pero no es una recreación al uso, porque el escritor parece identificarse con su personaje al punto de tratarlo como un yo escindido y simultáneo a pesar de la distancia. El conflicto entre juicio y culpa, así como el carisma del personaje, incitan la curiosidad de Theresa, más aún al descubrir que ha abandonado su narración a los tres capítulos. Decide por lo tanto tenderle un anzuelo digital y contactar con él para indagar en el secreto que le atormenta.

    Despejemos los equívocos desde el principio. Lorenzo Silva no ha hecho aquí una novela histórica (llega a burlarse de ellas al principio) aunque sí hay historia en bruto: un capítulo entero es una transcripción de un testimonio original del siglo XVII, no apto para impacientes. Tampoco es una de intriga pese a su mucho misterio: la inquisición y el auto de fe no pasan de pretexto. A lo que vamos a asistir es a un desarrollo principalmente conversacional, con apariencia de chat, en el que los protagonistas llevan a cabo su duelo de ingenio y seducción.
    No sé hasta qué punto pretendía Silva basarse en la realidad de los blogs e internet para dar forma a su novela. Ciertamente hay una apariencia de ‘blog de papel’, con cada capítulo fechado como si fuera una nueva entrada y alusiones a los comentarios de los lectores, o más precisamente a la falta de ellos. Pero sí que existe una conexión lógica entre el libro y las nuevas tecnologías en tanto que está construido a base de retazos.

    Tenemos el testimonio de la primera bloguera, Theresa, que habla del segundo bloguero, el Inquisidor y su novela digital, intercalado de fragmentos de documentos y conversaciones de messenger copiadas y pegadas. Silva recurre incluso a la maniobra cervantina del narrador apócrifo, un tercer bloguero que estaría traduciendo el blog de Theresa al castellano para nosotros, por la que la sensación de hipertexto es total.

    Insisto: todo cuanto atiene a la trama es secundario. De la personalidad y las motivaciones de Theresa llegaremos a saber mucho; del Inquisidor y su secreto, muy poco. Es una figura que se esconde tras ficciones y símbolos. Lo que interesa a Silva es construir su relación mediada por la técnica y mostrar cómo entre ellos se establece esta extraña intimidad moderna que se da entre desconocidos separados sólo por el palmo de una pantalla.

    Cómo se identifican, representan y descifran mutuamente. Es, como he dicho, un juego de seducción asimétrica que recuerda a La flaqueza del bolchevique, un reto en el cada uno intenta desarmar y conquistar al otro al tiempo que se establece un vínculo humano entre ellos más profundo de lo que su deseo inicial les hace sospechar.

    El blog del Inquisidor es un experimento de literatura intimista para el homo cibernéticus. Es una lectura interesante, aunque se autolimita por la decisión del autor de guardarse algunos datos clave y ofrecer otros en crudo, como el ya mencionado testimonio en español del siglo XVII. Aunque el lenguaje de Silva es excelente, no rinde igual al tratar los monólogos interiores del novelesco Inquisidor, de lejos lo mejor, que al reflejar las angustias de Theresa, que rozan en ocasiones el melodrama. Quizás el desconocido hubiera merecido una adversaria igual de lista pero con algo más de empaque».

    Paolo Fava, Papel en blanco.

    «De los novelistas españoles, Lorenzo Silva fue de los primeros en tener un blog propio, que compatibiliza con una colaboración donde responde a las cartas electrónicas de XL Semanal, dominical de este periódico y de otros del grupo Vocento. Ha sido siempre un escritor inquieto y avisado de cuanto se mueve a su alrededor. No es de extrañar, por tanto, que haya dedicado esta última novela a ese espacio de Internet, que tantas posibilidades tiene abiertas. Y ya que, para pesar de muchos, tiene en barbecho a su teniente [sic] Bevilacqua y su sargento [sic] Chamorro, ha volcado su creatividad en este desafío que a casi todos mantiene atentos. Como todo desafío, y quizá más por ser el de las relaciones de Internet, un asunto tan traído y llevado, no son pocos los riesgos que Silva afronta, el primero derivado del coste que va anejo a la ganancia de toda moda y oportunidad tan manifiesta. Uno tiende a preguntarse lo primero si un escritor bien dotado, con éxito merecido, precisa de apuntarse a donde tantos y de manera tan trivial aparecen. Si pongo estos prejuicios por delante es porque Silva sale bastante bien parado de la aventura, esto es, que los riesgos le han procurado al menos tanta ganancia como coste. Y no era nada difícil salir trasquilado. Ha demostrado inteligencia para que no le ocurra, pero no deja su novela de pagar cierto débito inherente, no tanto al fenómeno de Internet, como a la facilidad que «copiar y pegar» le ha proporcionado. A mi juicio, Silva se ha visto atrapado por el interés que tenía una historia concreta de nuestro siglo XVII, que le había llegado por noticias tanto de la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo como del libro de Julio Caro Baroja dedicado a la figura del inquisidor. Y como abjura explícitamente de la novela llamada histórica, ha preferido darnos conjuntamente dos historias. Por un lado, ofrece, con demasiada facilidad por ser simple transcripción, la historia concreta narrada por don Marcelino, completada con el pliego de descargos que la Biblioteca Nacional conserva de la acusada en el proceso, la monja Teresa Valle y de la Cerda. La otra historia es la actual mediante la creación de dos personajes que comunican por medio del canal que conocemos como chat. Son un hombre y una mujer: el primero, autor de un blog en el que ha comenzado una novela que tiene a la figura del inquisidor como protagonista y que trata de ofrecer una versión menos convencional o más crítica sobre el caso antiguo. Ella es una supuesta especialista en Historia que por casualidad lee tal blog e indaga. Todo queda ahormado por el artificio cervantino de la transcripción de un manuscrito escrito en inglés que contiene todo lo anterior y al que se van añadiendo ciertas notas del editor/traductor. Básicamente, a la historia del caso sometido al rigor del Santo Oficio, Silva añade lo que puede ser otro caso, el de la mutua seducción de dos interlocutores que en un chat juegan a contarse/ocultarse su identidad, con la intriga que propor-ciona ese galanteo donde las identidades y vidas se metamorfosean (así ocurre realmente) según se quiera. Poco a poco, ella, convencionalmente llamada Theresa, va contando al que convencionalmente llama el inquisidor, su vida amorosa anterior, con tres desengaños, en la que me parece la parte más plana de la novela, porque Silva paga tributo excesivo a los tópicos sentimentales, por más que él mismo, a través del inquisidor, los reconozca así. Más interés ofrece éste; primero por ser más reacio a mostrarse, lo que da mayor juego e intriga; segundo, porque, al no hacerlo, va brindando posibilidades de una consideración moral y crítica de los asuntos que trata, entre ellos una pedagógica puesta en cuestión de la leyenda negra sobre la Inquisición, al ofrecer una imagen, que si bien la bibliografía especializada (Kamen, Caro Baroja, García Cárcel) tiene asumida, no era del dominio del gran público. Eso y una complejidad discursiva sobre la ética de las relaciones humanas convierte a ese personaje en interesante. Lástima que Silva se vea atrapado por la red (nunca mejor dicho) de las propias condiciones estilísticas que para su novela ha creado, y deje sin resolver la unidad del cañamazo, por mucho que el esfuerzo del capítulo último quiera aunarlas. Aunque esta novela se lee con interés y resulta muy actual, no alcanza la altura literaria que a Silva cabe exigirle».

    José María Pozuelo Yvancos, ABCD.

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