Niños feroces

  1. El resumen del editor

    Lázaro es un joven aprendiz de escritor que, en opinión de su maestro, es incapaz de escribir historias largas, a pesar de su talento, porque pertenece a la generación de lo fragmentario, del post bloguero, el mensaje de Facebook o Twitter y el vídeo de YouTube. Para Lázaro, el problema estriba en que no tiene argumentos, en que le falta una historia que contar. Su maestro le regala la de Jorge, un joven madrileño, como él, que setenta años atrás, el 13 de julio de 1941, salió con la primera expedición de la División Azul. Una peripecia pasmosa que le llevó a la batalla de Krasny Bor, en el frente de Leningrado, y después, en 1945, a defender Berlín con el uniforme de las Waffen-SS. Acompañado por las lecturas de Walter Benjamin, Jorge Semprún o Günter Grass, Lázaro escribe un relato vibrante que, enhebrando estampas del hoy, desde las guerras de Irak y Afganistán al 15-M, recorre los escenarios de una Europa en guerra, e, hijo de su tiempo, comprende que con esa suma de fragmentos, escenas, lugares e historias ha construido, finalmente, una novela.

  2. Un apunte del autor

    ¿Qué puedo añadir? Pues, aparte de que es fruto del trabajo de tres años (nada nuevo, ni raro, los libros no suelen necesitar menos, aunque sea más rápida su redacción material), que recorre un arco temporal de 75 años, desde julio de 1936 hasta junio de 2011. Empieza en Getafe, un día crucial en la historia de la ciudad (el 20 de aquel julio infausto), y termina en la Puerta del Sol, la víspera del levantamiento de la acampada de los indignados del 15-M (es decir, el 11-6-11). Nada de esto es casual, como ninguna otra cosa en la novela, que es además la más viajera de las mías. Sus protagonistas atraviesan Francia (varias veces) viajan hasta Rusia, convalecen en Riga, se entrenan en Baviera, Versalles, el Tirol, Prusia Oriental y Potsdam y pelean en Leningrado, los Cárpatos, Pomerania y, por último, Berlín, en la aciaga primavera de 1945, cuando a Alemania ya casi no le quedaban hombres y los niños cazaban tanques rusos metiéndose literalmente debajo de sus cadenas.

    Pero por encima de todo, y para eso está el narrador, un joven madrileño de hoy que indaga la historia y trata de restituirla a través de su relato, la novela es un homenaje a la literatura y al pensamiento y a quienes los hacen posibles y los engrandecen. Muchos salen en el libro, de uno u otro modo: Benjamin, Proust, Kafka, Sabato, Semprún, Haffner, Grass…

    En la novela hay combates y amores desesperados, viles traiciones y lealtades a prueba de bomba, mezquindades sórdidas y sacrificios casi inimaginables, vengadores inflexibles pero también un espacio para la piedad. Y como síntesis, una amarga reflexión: lamentablemente, no estamos hablando de vergüenzas pretéritas. Los jóvenes y los niños (de ambos sexos) siguen malográndose en guerras decididas por hombres (y mujeres) que no tendrían agallas para ir a pelear en ellas. Por eso en la novela, en la que todo el tiempo conviven pasado y presente, hay alguna que otra excursión a Irak y a Afganistán, dos guerras donde también, aunque su presencia en ellas sea tan exótica como la de aquellos SS españoles entre las ruinas berlinesas, luchan y mueren soldados con la bandera rojigualda cosida al hombro.

    Os dejo la cita que abre el libro, de otro literato (y antes soldado) al que también rinde homenaje:

    «La guerra debería ser un deporte reservado únicamente a los hombres de más de cuarenta y cinco años, a los Josés y no a los Davides. Sí, querido papá, ¡qué orgulloso me siento de que sirvas a tu país como un valiente caballero dispuesto a realizar el sacrificio supremo! ¡Cómo desearía poder tener tu edad: con qué placer me pondría mi armadura y me lanzaría a combatir contra aquellos nombrables filisteos!»

    (Robert Graves, en Adiós a todo eso.)

  3. La cal de la crítica...

    «Lorenzo Silva no es sólo un reconocido autor de novelas policiacas. Tiene también en su haber una nutrida obra narrativa y ensayística de variada temática, siempre bajo la impronta del rigor, la amenidad y una original voluntad de estilo literario. En esta última onda se sitúa «Niños feroces», una novela sobre la recuperación del pasado histórico, el sentido y los límites de la violencia, la grandeza y servidumbre de las armas y el valor civil del documentalismo narrativo. Lázaro, joven alumno de un taller literario, tiene un creativo profesor y un tema de trabajo nada convencional; se trata de novelizar las vivencias de un excombatiente de la División Azul que le cuenta con viveza desmitificadora esa terrible experiencia. Personajes reales se mezclan con entes de ficción en lo que supone una trama metafórica, una parábola simbólica sobre la coherencia de los ideales políticos, la lucidez del desengaño histórico y la fuerza relativizante del concreto momento vivido por cada cual. Incluyendo en el argumento acciones de la guerra de Irak o Afganistán se actualiza la temática de la función depredadora y sobrevivencial del conflicto bélico, como un elemento antropológico inherente a la condición humana. Aportando referencias bibliográficas sobre aspectos del relato y cruzando puntos de vista de personajes, Silva logra forzar los límites de la novela como género, adentrándose en la originalidad de la crónica minuciosa y matizada de los terribles hechos de un pasado no tan lejano. Esos «niños» airados y armados que son en el fondo los adultos soldados, y que dan título al libro, suponen el fin de la inocencia, la muerte de la ingenuidad, arrastrados por un vendaval bélico. Una emocionante novela de aventuras, logrado relato moral, con buena ambientación y documentación histórica, acierto pleno en el perfilado de personajes, absorbente ritmo y una conseguida objetividad conformarían los caracteres de este libro.»

    La Razón

    «Soy incapaz de explicar por qué ocurre, pero Niños feroces se lee con el interés de las buenas historias, con curiosidad por entrar en el fondo complicado de tipos humanos ricos y diversos, por saber la trama enrevesada de pasiones que han tejido la historia española y universal penúltimas y por asomarnos a los horrores (y alguna grandeza) de nuestra especie. También, pasajes como el que refiere los días finales del Berlín nazi logran un impacto emocional intenso gracias a su vigor y plasticidad. A desdén de las limitaciones indicadas, estamos ante una novela (“o lo que sea”) que suma a su amenidad una propuesta abierta al lector para que reflexione sobre el encallecido misterio que llamamos vida. En ella se percibe, además, la ambición de los grandes escritores de forzar sus posibilidades y conseguir un artefacto complejo en la forma, denso de pensamiento, lúcido en su alcance moral a la vez que narrativamente muy comunicativo.»

    Santos Sanz Villanueva, El Cultural.

    E incluyo íntegra esta reseña, realmente hermosa y reconfortante:

    «Obra mayor de uno de nuestros grandes escritores, Niños feroces es una novela que mezcla armoniosamente narración pura, análisis histórico, reflexiones sobre literatura y discursos técnicos, en una prosa libre y natural, y plantea una estructura narrativa envolvente que nos introduce en la vorágine del tiempo, el extenso pasado y el ancho presente. Vemos el helado invierno que gobierna el campo ruso y la patética desolación de Berlín en 1945, pero también el recogimiento de la ciudad medieval de Dijon y el Madrid cotidiano de la época actual. Percibimos al propio autor batallar con legítima fuerza para moldear el material que tiene entre manos conociendo su importancia y sabiendo que pertenece a su ámbito mental y tiene que ser comunicado. Surge directamente de obras anteriores como Del Rif al Yebala, El nombre de los nuestros y Carta blanca que abordan con franqueza las guerras coloniales de las tropas españolas en Marruecos, demostración del interés genuino de Silva por los temas militares. Para exponer el hecho terrible de la guerra, un hecho sin fronteras ni límites temporales, Silva crea un extraordinario personaje, Jorge García Vallejo, adolescente en la Guerra Civil e hijo de militar, que asiste, impotente, a la detención de su padre y conoce después que ha sido asesinado. Su dolor y su desconcierto le convierten en uno de esos jóvenes «a la intemperie» que, acabada la guerra, al leer un libro con los pensamientos de José Antonio ve el cielo abierto y se enrola en la División Azul. La expedición fue, como se sabe, un fracaso y su decepción por no haber podido cumplir la ilusión de llegar victorioso a la estepa rusa es enorme. Sin embargo, cuando disparó su fusil por primera vez sintió que había «encontrado su lugar en el mundo». Hay otros en su misma situación. Son «niños perdidos» que en su afán de reemprender el camino se convierten en «niños feroces». Cuando él regresa a España siente la traición de los suyos arrimados al poder franquista y se enrola en una compañía de las Waffen-SS para defender Berlín cuando todo está ya perdido. Son, él y sus compañeros, «voluntarios para la catástrofe». Poniendo como «héroe» a alguien que no puede serlo por principio, Silva (ya ha dejado claro en otras ocasiones que él no es políticamente correcto) plantea al lector hondos problemas morales, para cuyo esclarecimiento son una buena ayuda las guerras actuales que también aparecen en el libro. Debo señalar alguna escena especialmente memorable como la narración de la batalla de Krasny Bor con una mezcla de implicación y distanciamiento. Lo primero compartiendo las emociones del protagonista, lo segundo utilizando frases irónicas y comentarios técnicos. Por otra parte, un contraste ejemplar lo constituyen las dos entrevistas con militares que participaron en las expediciones amparadas por la ONU. Respetuosos y civilizados, exponen unos puntos de vista que deben ser escuchados por un público distraído. En los momentos finales, la presentación del caos en que vive la ciudad de Berlín cuando ya Hitler encerrado en su búnker se prepara para el suicidio posee una fuerza y emoción especiales. Sus escenas rápidas y breves y algunos repentinos golpes de efecto producen escalofríos. Por encima de esas historias que se leen con pasión sobrevuela una pregunta planteada por el narrador: ¿cómo un novelista que nunca ha participado en ninguna guerra ni sabe nada de armas y tropas en movimiento puede comprender a un personaje para el que todo esto es fundamental? Qué relación hay, pues, entre la escritura y la experiencia. Esta es la cuestión. Por eso, esta novela no sólo es una obra donde se plantea el problema de la guerra sino también el tema de cómo se escribe una novela. Así, la manera en que el autor acarrea sus materiales (películas como Black Hawk derribado de Ridley Scott y libros como El arte de la guerra de Sunzi), el aprendizaje de cuestiones técnicas y el mismo proceso de elaboración forman parte de la novela. Silva ha ideado un complejo mecanismo narrativo que se demuestra firme y adecuado para percibir simultáneamente hechos bien separados en el tiempo y el espacio. Los tres narradores de la historia (Jorge, el profesor que de joven escuchó y anotó la primera narración y el alumno que ahora la pondrá por escrito) tienen una visión cada uno de ellos limitada, pero cuando las tres se ensamblan es el momento en que la narración completa adquiere toda su expresividad. Es un festín con varios comensales y cada uno dispone de espacio para expresar sus emociones y sus ideas. Cada uno tiene una ilusión que no puede cumplirse siempre, aunque «la vida tiende a otorgarnos lo que le pedimos, pero lo sirve a su antojo».

    Lluís Satorras, Babelia.

  4. ...y la arena

    Uno de los críticos anteriores formula estos reparos:

    «El juego de materiales que se enredan como las cerezas lo controla Lorenzo Silva con pericia gracias al trabajo solvente de un buen profesional. Dos reservas, no obstante, merece el puzle. La primera afecta al escritor mayor, figura poco creíble, de papel forzado y comportamiento mecánico. La otra se refiere al estilo. Debe aclararse que el estilo de la novela no es el del autor real, Silva, sino el del autor joven en su escritura o manifestaciones y el del autor mayor en sus conversaciones. Tanto uno como otro abundan en fraseología tópica y en expresiones envaradas. Ambos hablan con retórica libresca y la obra, en general, aunque de corrección idiomática impecable, sufre de insensibilidad para la lengua conversacional.»

    Santos Sanz Villanueva, El Cultural.

  5. Comentarios

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