Blog

19 junio, 2021

Los caminos del diablo

Ya nadie cree en el diablo y quizá esa sea su mayor ventaja. No parece muy probable que en alguna dimensión subterránea more un ángel destituido con cuernos y rabo, lo que explica la incredulidad frente a su representación tradicional. Sin embargo la experiencia nos atestigua que en pliegues profundos de la condición humana anida una fuerza siniestra que es capaz de promover el daño extremo, la destrucción máxima, la abyección suprema que distingue al olvidado príncipe de las tinieblas.

El diablo está en el hombre —y en la mujer—, cuando su voluntad, libremente formada y pudiendo encaminarlo en otra dirección, lo conduce a propiciar el giro más horrendo para dar desahogo a una cualquiera de sus múltiples insatisfacciones. La vida no nos hizo para recompensarnos y gratificarnos sin tasa: de ella forman parte la frustración, la derrota, el fracaso, el error. Y aprender a asumirlos y pagarlos, cuando es justo y cuando no lo es, representa un arte mayor que muchos nunca adquieren y cuya falta le abre al diablo todos los caminos.

No es su único recurso. El diablo se alimenta también de las ideas —que en algún caso se convierten en inercias, y estas a su vez en hábito consumado— por las que unos seres humanos se sienten en posición superior sobre otros, y en su virtud con derecho a ejercer sobre ellos lo que jamás aceptarían que otro ejerciera sobre ellos mismos. Desconsideración, autoritarismo, injurias, violencia. Si una mente humana acierta a devaluar de algún modo la condición de un semejante, se abre la espita para que el así degradado quede expuesto a cualquier atropello.

No son estos los únicos caminos del diablo, pero sí los dos principales. Recorriendo ambos, un hombre ha sido capaz de matar a sus dos hijas pequeñas, meterlas en bolsas de deporte lastradas con un ancla y arrojarlas a una sima de un kilómetro de profundidad. Todavía está por ver si, después de hacerlo, no ha hallado otra salida que suprimir su miserable existencia o se ha sentido autorizado a prorrogarla con una huida. Llegó hasta ese extremo del horror porque no podía soportar que la vida le infligiera un revés y que su contrariedad tuviera forma de mujer. Mató a quienes más habría debido cuidar porque no supo perder y no aprendió, tampoco, a tener por igual a la persona a la que quiso destruir la vida, despreciando la de las hijas en común.

Lo atroz del hecho debería empujar a la constatación serena de esa doble desgracia, en lugar de la ociosa polémica. El diablo sonríe mientras se discute si son galgos o podencos: si se trata de un desalmado o de una expresión del machismo que aún arraiga con vigor en nuestra sociedad. Él sabe que son las dos cosas, que las dos le valen, que las dos le abren caminos entre los humanos a diario, y se los seguirán abriendo, mientras los humanos no sean capaces de poner centinelas donde deben.

Quizá para demostrarlo, y para reírse de nuestra ceguera, se distrae en los mismos días en que se halla el cuerpo de una de las niñas en servirse de otro machista para descuartizar a una chica de diecisiete años a la que antes había hecho madre, y de una mujer resentida contra su pareja para acabar con su propia hija, porque los humanos endemoniados que no saben perder sin hacer daño pueden ser —son— de ambos sexos.

Está bien que hagamos manifestaciones de repulsa. Está mal, y bien para el diablo, que nos empeñemos en negar cada uno la evidencia que más le moleste o que nos apiademos de la víctima que más nos conviene mientras hacemos invisible, o de menos, a la que nos estorba el discurso. Al final, el diablo está en el hombre —y en la mujer— y va a ser imposible extirparlo, pero hará menos daño si en las encrucijadas por donde pasa hay alguien esperando para detenerlo. El centinela que no pusimos, que no estuvo para salvar a ninguna de esas cuatro niñas.

(Publicado en elmundo.es el 13 de junio de 2021).

vidas.zip
About Lorenzo Silva

Deja una Respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *