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3 octubre, 2021

Los derechos del carnicero

Lleva treinta y un años en prisión y aún le queda para ver la calle, pero salvo que sufra algún revés grave de salud, al que cualquiera está siempre expuesto, saldrá y tendrá por delante años de vida en libertad. Esa que el carnicero decidió negarles a una cuarentena de personas, privando a varias de ellas en plena infancia de casi toda la que habrían podido tener, y de paso de cuanto habrían podido ser, hacer y conocer, para sí y para el prójimo, durante las décadas que se permitió arrebatarles.

Cometió delitos por los que en otros países, y no por cierto de los más atrasados, se contempla la pena de cárcel perpetua; y no los cometió una vez, sino decenas de veces. Y aún tenía la firme intención de multiplicarlas, según reconoció cuando su mala fortuna lo arrojó a un control donde un veterano guardia civil receló del extraño repintado del coche que conducía, le dio el alto y luego lo persiguió con sus compañeros hasta cazarlo. «Si hubiera tenido más explosivos habría volado España entera», le dijo a uno de los que le interrogaron. Se entiende que con todos los españoles que le hubiera sido posible llevarse por delante.

El nombre en clave de su comando, también conocido como itinerante, era Argala, en homenaje a un terrorista que murió víctima de la violencia delictiva de una banda parapolicial. Antes de eso, sin embargo, había dejado sentada la doctrina a la que se atuvieron tanto él como el resto de sus compañeros: para conseguir la emancipación de Euskal Herria era necesario que colapsara y descarrilara la democracia que dificultosamente se trataban de dar a sí mismos los españoles, después de padecer casi cuarenta años de gobierno autoritario. Y no estuvieron tan lejos de conseguir su objetivo, aquel 23 de febrero de 1981.

Ha pasado mucho tiempo, pero ahora que se le saca a la palestra, ahora que se organizan movilizaciones para reivindicar los derechos humanos de este hombre, este carnicero gélido y entusiasta llamado Henri Parot, conviene recordar todas estas cosas. Porque en primer lugar, no se trata de alguien condenado a cadena perpetua ni por una justicia exenta de controles. La condena que pesa sobre él se ha ajustado escrupulosamente a la doctrina que en su beneficio estableció el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, una instancia a la que nunca pudieron ni podrán ya apelar sus víctimas y que marca el estándar más alto conocido en cuanto al respeto a los derechos fundamentales.

En segundo lugar, porque no se trata de un preso que sin más haya matado a alguien. Se trata de un sanguinario y sádico asesino en serie, que atentó indiscriminadamente contra adultos y niños, agentes y civiles, cualquier ser humano que se hallara al alcance de la onda expansiva de sus descomunales artefactos explosivos y cuya vida consideraba perfectamente desechable en aras de su causa. Se trata de un individuo que no sólo dispuso del derecho más básico y el que sirve de presupuesto a todos los demás, el derecho a la vida, sino que ignoró la dignidad humana de las personas contra las que atentaba. Se trata de alguien que buscaba provocar el fracaso y el desgarro de una sociedad entera empujando a quienes vivían en ella al horror y el desastre.

Sólo sobre esa premisa podemos hablar de los derechos del carnicero, que por descontado los tiene, se le deben reconocer y si en algún momento alguien tuviera la tentación de avasallarlos de forma ilegítima merecería verlos amparados; sobre todo, para que la comunidad humana a la que agredió con tanta saña no se rebaje reproduciendo la indignidad de su conducta. Por eso no resulta inconcebible que se hagan manifestaciones, tampoco que se convoquen movilizaciones para defender su derecho a no ser objeto de abuso o atropello penitenciario por ser quien es.

Lo verdaderamente intragable es que se empeñen en esa cruzada quienes, tantos años después, siguen sin decir ni mu acerca de todos los derechos de otros que el carnicero pisoteó.

(Publicado en elmundo.es el 19 de septiembre de 2021).

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About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Buenas noches, admirado Sr. Silva.

    Desconozco qué mecanismos biológicos pueden llegar a explicar una conducta tan desviada de la normalidad como la del protagonista de su magnífico y documentado artículo. De lo que sí estoy seguro es que la formación y el conocimiento es la mejor manera de prevenirlo y también de combatirlo.
    Ojalá su aportación la lea y la comparta todo el mundo. Repito , todo el mundo .

    Muchas gracias.

    • Gracias a Vd. por leerlo. Lo que a mí me parece mentira es que quede quien se pretenda defensor de la democracia y no ponga distancia —sideral— con estas cosas.

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