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8 julio, 2021

María en Tigray

No desconocías el peligro. Empezaste a trabajar en lo tuyo, la coordinación de emergencias sanitarias, en la un lugar tan turbulento e impredecible como la República Centroafricana. Después pasaste por Yemen, México y Nigeria. Tu disposición a exponerte te llevó finalmente a Etiopía, donde en este verano de 2021 tu camino y el de tus dos acompañantes se cruzó con el de unos individuos armados que ignoraron los distintivos con los que dejabais bien claro que vuestro vehículo pertenecía a una organización humanitaria y no se privaron de utilizar sus armas contra vosotros. Dicen que en la zona opera el llamado Frente de Liberación Popular del Tigray. El gobierno etíope, que lo combate y al que combate, le adjudica la autoría de vuestras muertes.

Tu muerte, María, como la de los dos trabajadores etíopes que te acompañaban, Tedros y Yohannes, nos recuerda a todos los que preferimos no correr riesgos que hay quienes por su ideal de servicio a los demás, en tu caso, y por un sueldo mínimo, en el de tus compañeros, se arriesgan a meterse en la misma boca del lobo para tratar de aliviar el padecimiento que causan sus mandíbulas en quienes están más indefensos ante ellas. Ni tú ni ellos habíais cumplido ni cumpliréis ya los cuarenta años. En plena juventud, con toda la vida por delante, os hicieron pagar vuestro desprendimiento al más alto precio concebible.

Gracias a vuestro sacrificio, nos acordamos de Etiopía, un país que no sólo existe, sino que alberga 110 millones de almas, más del doble que España, la población más alta de África tras la de Nigeria, y que subsiste siempre al borde de la hambruna y en la proximidad escalofriante de la guerra. Gracias a vosotros, a la forma lúgubre y atroz en la que el topónimo se anuda para siempre a vuestra biografía, tenemos noticia de Tigray, una de las regiones de Etiopía, envuelta en un conflicto por la rivalidad entre la etnia allí dominante y la que se ha hecho con el poder desde el Gobierno central del país en Adis Abeba. Desde este se acusa a los rebeldes de toda clase de inhumanidades, pero no faltan indicios de que la acción gubernamental, con bombardeos sobre la población civil, tampoco está exenta de excesos. Nada se sabe muy a ciencia cierta, porque debido al apagón informativo decretado por el Gobierno y el desinterés internacional por esta enésima guerra apenas hay periodistas sobre el terreno.  

Lo que sí se sabe es que el choque entre las dos fuerzas en liza, como suele ocurrir en general, y más en países que viven siempre al filo del abismo de la pobreza, ha provocado una crisis humanitaria, a la que tú, María, con el empeño de tu juventud y unos recursos seguramente insuficientes, tratabas de ofrecer respuesta. Por eso estabas en el lugar del peligro, y por no ser percibida como afín a ninguno de los dos bandos beligerantes, viajabas con tus compañeros en un coche sin escolta alguna.

Queda, como siempre que sucede algo semejante, la más inhóspita de las preguntas sobre la condición humana: cómo es posible que alguien decida quitarle la vida, justamente, a una persona que es de las pocas que no sólo se dan por aludidas por el sufrimiento de su pueblo, sino que trata de hacer por paliarlo. Quizá quienes apretaron el gatillo creían estar saldando alguna cuenta con el mundo en general, y en especial con ese mundo desarrollado y acomodado que decidiste dejar para ayudar a otros. Quizá lo hicieron con el cálculo de que así llamarían la atención sobre una guerra que no quitaba el sueño a nadie.

Si este era su objetivo, lo han alcanzado de una manera tan eficaz como siniestra. Al fin miramos a Etiopía, al fin sabemos que existe Tigray y que allí las gentes viven atenazadas por el pánico que provoca en quienes están sin armas el trasiego de quienes las portan y emplean. Tu sacrificio, por la conciencia de los inconscientes, merece una condecoración que no tenemos.

(Publicado en elmundo.es el 28 de junio de 2021).

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