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18 mayo, 2021

Quién ha sido

Fuente: bez.es / Wikipedia

Esta medianoche en la que se levanta el estado de alarma y los ciudadanos más jóvenes se arrojan a las calles con el hambre de libertad del león enjaulado invita a la pregunta que algunos no van a poder esquivar, por mucho que quieran. No sólo sucede en Madrid: también se observa el mismo fenómeno en Barcelona o en muchos otros pueblos y ciudades de todos los tamaños. Los policías han de multiplicarse para atajar un rosario inabarcable de botellones, lo que invita a creer que el ser humano valora más su necesidad de desahogarse que su salud o la de los suyos.

Sin embargo, es en Madrid donde acaba de haber unas elecciones, perdidas de manera apabullante por los partidos que forman el Gobierno que decretó la alarma y el encierro y que han tenido como vencedora indiscutible a quien se presentaba bajo el eslogan de la libertad. La pregunta ineludible es si las razones de esa derrota y ese triunfo están en la antipatía que inspira quien ha asumido la penosa responsabilidad de imponer restricciones y en el aprovechamiento oportunista de quien se ha enfrentado a ellas, sacrificando así la salud pública a su agenda política.

La respuesta afirmativa es la primera tentación de quienes han perdido. Es más cómodo creer que su debacle se debe a la pulsión insensata de una parte de la población, esa que ahora se arroja a la calle como si no continuara circulando el virus y no se siguiera cobrando vidas, y al hartazgo de otros, los que han visto mermar sus libertades o su facturación y no han sabido comprender que había una buena razón para ello. Permite a los que se ven derribados por el bofetón ciudadano salvar la cara y algunos muebles, ya que les toca beber la hiel de la derrota.

Sin embargo, los números son demasiado aplastantes para que esa explicación baste a esclarecer lo ocurrido. No parece que se pueda sostener la pérdida de votos de unos y la ganancia de otros achacándoselo todo a los temerarios y a los damnificados.  Si la izquierda madrileña tiene algún interés en comprender los motivos de su revolcón, y alguna voluntad de recuperar el favor de quienes en esta ocasión le han vuelto claramente la espalda, tendrá que afrontar con más coraje y afán de verdad el delicado ejercicio de dilucidar quién ha sido el factor de la catástrofe.

Y podrá pensar, por ejemplo, en ese madrileño que podría haberla votado, y que lo hizo antes, al que no le ha gustado ver, mientras su negocio o su empleo se deterioraban, y con ellos sus ingresos, cómo los dirigentes de esa izquierda en el Gobierno no sólo mantenían todas sus rentas, sino que se aseguraban para sí y para los suyos, reconvertidos en pléyade de cargos y asesores, emolumentos muy superiores a la media y a los que tenían antes de pisar las moquetas del poder. Se dirá que subrayar esto es demagógico, pero el sentimiento es muy humano y está ahí.

Podrá pensar, también, en ese madrileño —o madrileña— de izquierdas que no lo es tanto como para aceptar que se haga a su Comunidad  —no sólo a su Gobierno— objeto de medidas y de un señalamiento epidémico que en análogas circunstancias se ahorran escrupulosamente a otras, por el solo hecho de tener fuerzas políticas cuyos votos necesita al Gobierno, y que se ven así reconocidas como titulares de una autonomía superior.

Podrá pensar, en fin, en todos esos ciudadanos de Madrid a quienes sus ideas progresistas no llevan a olvidarse de que en la capital es donde más gente asesinó una organización terrorista con cuyos herederos y justificadores se confraterniza más allá del límite, comprensible y razonable, de no perpetuar el rencor y acatar la legitimidad que les da el voto popular. O en los que no por ser de izquierdas comparten agendas dogmáticas que se han convertido en ortodoxia que autoriza a flagelar al disidente.

Esos han sido, entre otros. Los que se abstuvieron, los que votaron a la izquierda no gobernante. Alguno, a la derecha. Y son demasiados como para despacharlos a todos como idiotas.

(Publicado en elmundo.es el 9-5-21).

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