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22 abril, 2019

Mi cadáver como desprecio @elmundoes

 

 

El hombre es sospechoso de haber participado en amaños de dinero público en beneficio de una compañía extranjera, en los días en que ostentaba la presidencia de su país. Fue elegido para ese cargo por dos veces, en periodos no consecutivos, que no es una hazaña desdeñable. No todos los que se van y dejan el poder son capaces de volver a conquistarlo. Los indicios que la investigación judicial ha reunido contra él, así como contra otros tres antiguos titulares de la más alta magistratura del país, son poderosos y dan la sensación de una prolongada colusión entre el poder político y los intereses empresariales foráneos. Una más de las muchas historias sórdidas de engaño y codicia con las que se amasan las fortunas -y luego alguna obra filantrópica, para lavar la mala conciencia o reírse de los incautos, nunca se sabe- y con las que los adalides de naciones van birlándoles el futuro y la merienda a los exaltados que dan en seguirlos.

Sin embargo, el hombre se las va componer para que todo esto, y su verdad o inexactitud, pase a segundo plano. También para que nunca llegue a haber una sentencia que lo exculpe o condene, lo que dejará su eventual responsabilidad en ese limbo difuso que arroja la suma de la execración de los adversarios y el panegírico de los adictos, y que tan impenetrable resulta a los esfuerzos del historiador ponderado e imparcial. Para ello, echa mano de un expediente muy antiguo pero casi en desuso, en los tiempos del selfi y la satisfacción del cliente: el suicidio de honor. Todos tenemos hoy derechos: a la vida, la integridad, la salud y el confort; pero el honor es una posesión engorrosa, a la que no cuesta demasiado renunciar cuando vienen mal dadas.

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