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1 agosto, 2023

Diario de campaña

Duelo al sol. Parque de Cabárceno. Julio 2023. (Foto: L.S.)

La primera mitad de la reciente campaña electoral la pasé fuera de España. Aterricé de vuelta antes de la recta final y a petición de los amigos de Colpisa (Vocento) les escribí un artículo diario durante siete días más otro de propina tras el día de las elecciones. Todos juntos conforman un peculiar diario de campaña, en el que creo que se percibe, a través de las impresiones de este observador, no más sagaz que cualquier otro, una evolución que no deja de ser significativa.

En resumen: de cómo lo que parecía ganado para la derecha se fue perdiendo por el camino, y de cómo hubo un actor, en este caso Vox, que tuvo desde el principio un peso nada insignificante en el deterioro y la frustración final de las expectativas de los conservadores, ante la negligencia, los errores o directamente la incomparecencia del llamado a ser protagonista de la película.

Sobre el acierto o desacierto de mis impresiones, juzgará el lector y no me dejará mentir la hemeroteca. Lo que a continuación publico es, sin tocar una coma, lo que fue apareciendo en prensa al día siguiente de la fecha de cada una de las entradas de este diario de campaña.

Celebro, en cualquier caso, no haberme precipitado el sábado, a diferencia de otros, a dar por hecho un resultado y haberme tomado la precaución de situarme en dos escenarios.

Por lo demás, fue una campaña no demasiado interesante que nos llevó al escrutinio más sorprendente y emocionante de los últimos años. La historia las recordará como las elecciones en las que el PP perdió la posibilidad de gobernar España a cambio de gobernar Extremadura y Valdemorillo, ese lugar donde a un concejal de Vox se le ocurrió censurar el Orlando de Virginia Woolf sin que nadie se lo impidiera. Y es que Virginia es mucha Virginia, y los españoles no han olvidado del todo los días en los que les decían lo que podían o no podían leer. Y no los añoran.

Ahí va, íntegro y sin adiciones ni supresiones, el diario de esta campaña de julio de 2023.

17 de julio. Lo que nos parezca.

Aterriza uno en mitad de la campaña, después de haberla seguido a ráfagas y con varias horas de diferencia desde el otro lado del océano, con una sensación contradictoria. Por un lado, parecería que casi todo el pescado está vendido, que después del batacazo de Sánchez en el cara a cara —nunca subestimes a nadie— y a falta de conejos que sacar de la chistera en la recta final —ya se gastaron todos en las municipales—, avanzan los días hacia la inevitable victoria conservadora. Por otro, la forzosa cohabitación con Vox, que se perfila como la vía más probable de Feijóo hacia la Moncloa, tiene el potencial para introducir en el guion previamente escrito la única perturbación posible: que en último extremo se movilice el elector progresista disuadido por los derrapes varios que acumula el Gobierno de coalición.

Se le antoja a quien suscribe que en este contexto lo más importante de la campaña no es lo que digan los dos partidos principales, ni siquiera las promesas chulas de la candidata de Sumar —la herencia universal, el dentista gratis o lo que añada de aquí al 21—, sino hasta dónde llegará la prepotencia de Vox y sus portavoces. Para empezar, su líder pisó fuerte, cuando, ante las críticas por las primeras censuras ideológicas aplicadas por sus flamantes concejales de cultura, replicó que dondequiera que tengan la responsabilidad harán, cito, «lo que nos parezca».

No se le ocurre a este observador una actitud que pueda resultar más nefasta para la gestión pública de la cultura. Siendo notorio el sectarismo cultural de los nacionalismos esencialistas, así como el practicado por ciertos sectores de la izquierda, ya sólo falta la censura reaccionaria para que se nos haga de noche.

Si ese es el plan, quemo gustosamente mis naves y dejo por escrito mi deseo de que la gestión cultural permanezca a salvo de quienes manifiestan tales intenciones. Y si alguien cree que tiene que darles alguna cartera, ruego que sea la de Cultura la última que se ponga en sus manos. Lo que este país necesita no es enconar la guerra cultural, sino reconstruir algún sustrato común desde el que negociar sus diferencias. No corresponde a los políticos decidir qué creaciones convienen a la ciudadanía, sino propiciar que el fruto del talento, sea cual sea el ideario de quien lo demuestra, brote y enriquezca el patrimonio de todos.

18 de julio. Lo de las mentiras.

No hay mejor defensa que un buen ataque. A esta vieja y dudosa máxima —la cosa depende de la fuerza propia, la fuerza del oponente y el contexto del teatro de operaciones—, parece aferrarse la izquierda que renquea en todos los sondeos —salvo los cocinados por afines— para darle a la campaña la vuelta. Si a Pedro Sánchez lo han fustigado hasta la saciedad tildándolo de mendaz y traidor a su propia palabra, nada mejor que explotar a saco el instante en el que Feijóo, ante la gallarda firmeza de la periodista de TVE Silvia Intxaurrondo, se ratificó con un puntito de arrogancia en una afirmación taxativa que no se correspondía con la realidad de las cosas, como luego hubo de reconocer.

Mentirosos todos, viene a ser el subtexto de esta ofensiva, de modo que al final —tal vez esa sea la intención— la mentira deja de ser relevante. Al cabo, sólo varía la coartada que cada cual ofrece para la discrepancia entre sus dichos y los hechos. Allí donde el presidente en ejercicio acabó haciendo algo distinto o incluso contrario de lo que se había comprometido a hacer, se trata según el interesado y los suyos de un «cambio de posición». Allí donde el aspirante a la presidencia manifiesta, incluso de modo terminante, algo que la realidad desautoriza, sólo existe, según su discurso y el de sus seguidores, una «inexactitud».

Creo que los dos saben que todos sabemos. El uno, que hay una cosa que se llama principios, y que si te obligas a algo en su virtud no es tan fácil cambiar de posición al respecto, ni mucho menos hacerlo tantas veces y tan abruptamente como hemos visto a lo largo de los casi cuatro años del Gobierno de coalición. El otro, que las inexactitudes repetidas, y siempre en beneficio de los propios intereses y jamás en su detrimento, tienen un aire como poco sospechoso. De que se endilgan a ver si cuela.

En este torneo de mentiras —o de cambios posicionales, o de inexactitudes—, la cuestión determinante es a quién le rinde más el argumento. Al partido gubernamental tal vez le convenga moderar su euforia por el traspiés del adversario y para lo que resta buscarse otro caballo de batalla. Entre quien te la intenta colar y quien ya acertó a colártela, el elector, abandonen toda esperanza, no va a preferir nunca el engaño consumado.

19 de julio. Alberto desaparecido.

Sobre el papel, no dejaba de tener cierta lógica la decisión del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, de ausentarse del debate a cuatro con los candidatos de Vox, Sumar y PSOE propuesto por TVE y exigir que en su lugar se hiciera uno más amplio junto a los de EH Bildu y ERC. Dado el perfil institucional y moderado de la vicepresidenta Díaz, el dirigente popular no podía verse frente a ella y frente al presidente Sánchez en compañía de Abascal y sin contar con el contrapeso de los independentismos vasco y catalán, a fin de devolver la acusación de confraternizar con radicales que de seguro iba a recibir de sus oponentes.

Sin embargo, su opción por la silla vacía generaba un par de riesgos importantes. El primero, que el líder de Vox tuviera la oportunidad de aprovechar su incomparecencia para aplicarse a combatir la fuga de voto útil desde su electorado hacia el PP. El segundo, que sus propias posiciones, o lo que es lo mismo, la propuesta conservadora, las representara un portavoz, Abascal, que no sólo no comparte del todo sus objetivos, sino que no deja de tener sus limitaciones. En definitiva, faltar a la cita de TVE podía equivaler para el desaparecido Alberto a desproteger sus flancos, el que tiene a la derecha y el que tiene a la izquierda, y en ambos se juega su suerte el 23 de julio.

Visto lo visto en el debate, el riesgo que podía permitirse con mayor tranquilidad era el primero. No parece que la oratoria rígida y algo robótica de Abascal haya servido para mejorar ante el electorado conservador sus opciones frente a las del PP. En cambio, la acción notoriamente concertada de Díaz y Sánchez contra el derechista solitario ofreció más de un momento en el que las propuestas conservadoras se vieron peor defendidas. La querencia por el dato de Díaz expuso la ignorancia de Abascal del número de empleados del sector agrario, que tanto se jacta su partido en defender. Y el empeño de Abascal por degradar al Gobierno por sus pactos chocó con el amargo recordatorio de que Vox votó con EH Bildu en contra de la reforma laboral.

El domingo se verá si este, dada su ventaja de partida, era un lujo que Feijóo podía permitirse. Lo que no cabía esperar era que Abascal batiera a dos rivales lo bastante listos y correosos como para no desperdiciar semejante ocasión.

20 de julio. Nervios de última hora.

En esta extraña campaña, que ha transcurrido casi en su totalidad bajo el signo de la clara ventaja de los populares en los sondeos, sucede de pronto que en el tramo final, cuando ya no se puede publicar ninguna encuesta, aunque se sigan haciendo, aflora una suerte de nerviosismo generalizado. En la derecha, más de uno dudará de que haya sido una buena idea dejar que el debate final en TVE sirviera ante todo para que Yolanda Díaz se luciera, a costa de los tropiezos de Santiago Abascal. Por más que se trate de devaluarlo como el «debate de los perdedores», la audiencia no fue insignificante y la de esa confrontación va a ser la impresión postrera de la campaña que se lleven muchos.

No habiendo ya sondeos públicos en los que apoyarse —o a los que combatir—, en las filas de la izquierda se advierte una ola de euforia acaso desmedida a partir de la noche afortunada de la vicepresidenta, a la que acompañó un Pedro Sánchez lejos de sus mejores momentos pero no tan desbaratado e inseguro como en el debate con Feijóo. A este, además, se le puede cargar, vista la relativa urbanidad del debate a tres, la responsabilidad de los modos desabridos de su cara a cara con el presidente.

Se entiende que ni unos ni otros estén tranquilos. Lo que hay en juego es mucho. Para quienes aún gobiernan, el desalojo inminente de los ministerios y el regreso al paro de muchos que ahora cobran a cargo del presupuesto. Para quienes tienen el Gobierno al alcance de la mano, cumplir esa expectativa o, por el contrario, ver abierto bajo los pies un abismo donde no les aguardan fauces de cocodrilos hambrientos, pero casi. Desde el espectro de un narco cuyo oficio sólo parecía ser invisible a los ojos de quien navegaba con él, hasta una ambiciosa subalterna que cada día que pasa parece haber nacido menos para serlo.

Quizá eso explique alguna sobreactuación, algunos errores de bulto y, en general, que estos días últimos sean de los más grises, tediosos y destartalados de una carrera electoral que no se ha caracterizado por su brillantez. El cansancio de los líderes lo compensa sólo a medias el ardor con que algunos anuncian in extremis su voto, para exhortar a otros a evitar la catástrofe.

Aún les queda un día. A ver qué jugo le sacan.

21 de julio. Piruetas finales.

En esta campaña, preñada de incertidumbres, contábamos con un par de certezas. Había un flanco por el que Vox no podía crecer, salvo a costa de la abstención: el derecho. Y en cuanto a Sumar, en un lado tenía poco potencial de mejora, salvo que de nuevo lograse movilizar a quien no pensaba ir a votar: el que le queda a la izquierda. De lo anterior se deduce que a unos y otros les interesaba ganar votos al extremo opuesto, es decir, a Sumar a su diestra y a Vox a su zurda. Visto lo ocurrido en la recta final de la campaña, diríase que la jugada le ha salido un poco mejor a Yolanda Díaz, con su perfil institucional y su aire de solvencia, que a Santiago Abascal, cuyo mesurado tono de voz no tapa sus excesos y que da imagen de no estudiarse mucho las cosas.

Tal vez por eso, y porque no es bueno para los intereses del bloque conservador que la tercera fuerza acabe siendo Sumar, y no la que podría servirle de escabel para alcanzar La Moncloa, desde el PP se han aplicado tras el debate a devaluar el perfil de la vicepresidenta, con ese chiste dudosamente inspirado acerca de su relación con el maquillaje. Si una de las debilidades que en estas elecciones aquejan a la izquierda es la desafección de cierto feminismo tras los experimentos del ministerio dirigido por Irene Montero, no parece que esa tosca gracieta —a la que se suma alguna otra, como la protagonizada a dúo con Vox contra la ministra Morant en el debate valenciano— sea la estrategia más acertada para erosionar al bloque progresista. Tal vez más de una abstencionista se plantee ahora acabar votando.

Tampoco sopla a favor de Feijóo el pacto con EH Bildu para repartirse las presidencias de las comisiones del ayuntamiento de Vitoria, o haber acabado reconociendo a regañadientes que no ignoraba la afición de su antiguo conocido Marcial Dorado a mermarle a la hacienda pública los rendimientos derivados del impuesto sobre las labores del tabaco. Así las cosas, no es baladí la ayuda final que le han dado al líder popular Esquerra y EH Bildu, al declarar en estéreo que será condición sine qua non de su apoyo a la candidatura de Sánchez el doble referéndum de autodeterminación. Cabe preguntarse si los independentistas no apuestan ya, sin tapujos, que contra Feijóo les va a ir mejor.

22 de julio. Life in plastic.

A estas alturas, ya sabrán que en la jornada de reflexión los candidatos conservadores optaron por las soluciones domésticas —Feijóo con su hijo en Galicia, Abascal con sus plantas en su casa—, mientras que los progresistas son más de salir. El vídeo en bici de Pedro Sánchez —con un supercasco integral que más de uno habrá buscado en Amazon— compitió con la apuesta de su socia Yolanda Díaz por la película de Barbie, que fue a ver junto a su portavoz de igualdad y feminismo.

Hace ya décadas, a un servidor le enorgullecía que sus primas fueran inmunes a la muñeca de Mattel y le hacía reír el estribillo burlón de la canción que le dedicaron los de Aqua: «Life in plastic / is fantastic». Ahora de pronto no sé si debo convencer a mi hija de ver el filme, que no le atrae nada, so pena de dejarla fuera de la modernidad.

Plásticos, vídeos y películas aparte, después de la jornada de reflexión viene la de la verdad y cuando concluya el domingo habrá un escrutinio. En ausencia de dotes adivinatorias, me permitirá el indulgente lector que contemple dos escenarios.

Escenario uno: finalmente Feijóo suma con Vox —y si es menester con algún diputado canario o aragonés suelto— y se muda a La Moncloa. Si tal sucede, será posible porque al final muchos votantes situados en el centro y sus alrededores deciden confiar en él, y si lo hacen es porque creen en su moderación y en que incluso en el caso de que les dé alguna cartera a los de Vox —y una vicepresidencia lo más etérea posible a Abascal— no se va a dejar empujar al monte por sus exaltados socios.

Escenario dos: una vez más contra todo pronóstico, el autor del Manual de resistencia logra parar el golpe y conservar votos suficientes para que el PP y Vox no sumen y sea él en cambio el que pueda intentar la investidura. En ese caso, en Harvard ya estarán tardando en poner su libro como lectura obligatoria, y lo que habrá logrado es que lo reconsideren muchos de los que le votaron hace cuatro años y luego se sintieron engañados, en la creencia de que esta vez no se apartará tanto de su palabra.

El tiempo nos dirá, sea cual sea el resultado, cuánto acierta a merecer el agraciado la buena fe de tan generosos electores.

23 de julio. El que resiste, ¿gana?

Los resultados de las elecciones de este 23 de julio vienen a desmentir esa idea en cuya virtud las campañas electorales no tienen gran potencial de alterar los resultados. Va a resultar que acumular errores en la última semana de campaña sí que puede acabar teniendo un impacto en las urnas.

Lo sugerimos en estas mismas páginas: quizá no fue una buena idea de Feijóo dejarle a Santiago Abascal la representación en un debate televisivo del bloque conservador, ese que ahora necesitaría hacer valer para superar los más de ciento cincuenta escaños que juntan PSOE y Sumar. Tampoco ayudó incurrir en inexactitudes, ni bromear con el maquillaje de una candidata, ni mucho menos naturalizar la amistad con contrabandistas o con vendedores de artículos falsificados. El cabeza de lista popular tropezó ahí donde más factura pasa fallar: en la recta final, en la impresión última.

La segunda consideración, ineludible, es que el teórico de la resistencia ha vuelto a demostrar una vez más que sabe llevarla a la práctica y que no deja de tener una intuición excepcional para leer las situaciones desesperadas. Quienes lo sentenciaron tras las elecciones de mayo, quienes no dejaron de darlo por muerto durante los últimos dos meses, tienen que aceptar ahora que el difunto sigue coleando, y que ha sabido aprovechar la que era casi su única baza, el espanto que les producía a muchos el advenimiento de la mano del PP de esa visión atrabiliaria del país y de sus gentes que representa Vox. Hay que reconocer que los cargos electos del partido ultraderechista han colaborado con toda suerte de gestos descabellados, desde censurar a Virginia Woolf hasta sonreír en el homenaje a una mujer asesinada.

«El que resiste, gana», reza el lema que hiciera célebre el Premio Nobel gallego, Camilo José Cela. Y si bien no cabe duda de que para Sánchez el mero hecho de haber logrado resistir el tsunami azul es en sí mismo una victoria, el escenario con el que se encuentra tras el escrutinio, en el que sólo puede mantener el poder supeditando aún más sus políticas a las posiciones de ERC y de Bildu y halagando al fugitivo de Waterloo, dista de ser una situación airosa para un presidente del Gobierno de España que aspire a honrar la confianza de sus conciudadanos que aún creen en su país y que este domingo le han dado su voto.

Tendría el PSOE legitimidad y argumentos para oponerse a las pretensiones abusivas de sus posibles socios, y en especial a las de ERC y Junts, siendo la fuerza más votada en Cataluña. Lo que ahora se verá es si lo hará, y si lo hace, si eso no conduce al bloqueo, y antes de final de año a abrir de nuevo las urnas.

Y la pregunta final, después de oír los gritos de «Ayuso. Ayuso» ayer en Génova: ¿llegará Feijóo vivo hasta entonces?

24 de julio. Guerra o reconciliación.

Una buena noticia nos trae el resultado de las elecciones del 23-J: la derrota, amarga, de quienes apostaron por la guerra cultural como instrumento para tomar el poder. Vale para la marca del eurotrumpismo en España, Vox, que ha comprobado lo caro que acaba saliendo despreciar el consenso de la sociedad española en torno al reconocimiento de derechos —más allá de diferencias a propósito de ciertas tesis extremas— o censurar las expresiones artísticas que te disgustan. A lo mejor alguien no reparó en un pequeño detalle: a los españoles nos negaron las libertades durante demasiado tiempo, y hasta fechas demasiado recientes, como para ahora renunciar a ellas sin rechistar.

Otros practicantes de la guerra cultural, en este caso contra España y lo que representa, han sido los nacionalistas radicales, catalanes y vascos. Los segundos, pese al éxito relativo de Bildu, deben convivir con que el partido más votado en Euskadi sea el PSE, que apuesta por su españolidad. En cuanto a ERC y Junts, no sólo tienen que encajar que el PSC les saque doce escaños, sino ver además cómo la opción independentista cae por debajo de un tercio de los votantes, lo que la reduce a una fracción aún menor de la sociedad catalana. No da la sensación de que su desdén sistemático hacia todo lo español les haya servido para incrementar la confianza que les inspiran a sus paisanos.

Así las cosas, y pese al valor de los escaños de ERC, Junts, PNV y Bildu para una eventual investidura de Sánchez, todo avala y abona un enfoque diferente: una reconciliación real, en la que, si hay generosidad por parte del Estado, se corresponda desde el soberanismo con la lealtad que le ha faltado hasta aquí. Eso incluye despojar de todo romanticismo los atentados contra la convivencia perpetrados en nombre de la patria irredenta, desde el terrorismo hasta el burdo y torpe atajo del procés, una vía por la que el independentismo no puede ni siquiera fantasear con volver a transitar. Sin esa rectificación, cualquier pacto que se alcance tan sólo supondrá una prolongación de la agonía.

Y a la derecha, cuando le toque, le aguarda otra tarea no menos ardua. Asumir que España, en buena medida, no es lo que hasta aquí se ha obstinado en creer. Y diseñar su estrategia para reconciliarse, antes o después, con la parte que detesta.

Guerra o reconciliación. Elijan.

(Publicados en diarios del Grupo Vocento del 18 al 25 de julio de 2023).

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