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27 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 12

Días en blanco y negro

26 de marzo – El desfile

Como este no es un diario íntimo, sino que lo voy haciendo público a medida que lo escribo, no había querido hasta aquí poner demasiado el acento en las muertes que se van sucediendo a mi alrededor. No es cuestión de ofrecerle al lector más motivos para el desconsuelo de los que ya de por sí pueda tener. Pero eso no quiere decir que no las hubiera, y que no causaran su impacto, en personas con las que tengo relación más o menos cercana y de rebote a quien esto escribe. Van pasando los días y empiezan a ser tantas que no puedo dejar de levantar acta, así sea discreta y austera, del desfile que forman. El hermano de Manuela, la madre de Noemí, la madre de Amparo, la madre de Fernando, el padre de Carlos. No todos se han ido por el coronavirus, alguno ya estaba enfermo o muy enfermo de antes, pero irse en estos días, cuando la muerte pasa a ser una cifra, no hay velatorios ni ocasión de hacer el duelo, produce un desasosiego suplementario. Intento estar cerca de todos ellos, de su pérdida, más o menos asumida de antes, más o menos amarga para mí —a la mayoría los conocía poco o nada—, más o menos inesperada y demoledora para ellos. Dudas si el teléfono sirve de algo, si esta anomalía que nos apabulla le permite al dolor humano encontrar su tiempo y su proporción.

Termino el día con un mensaje de mi antiguo jefe y sin embargo amigo, Alejandro. Se nos ha muerto también Jaime Spottorno, un buen amigo, un maestro en no pocas cosas, alguien que sabía ponerle a cada mañana en la oficina, en el primer café compartido, la sonrisa inteligente, la anécdota jugosa, la reflexión humana y profesional siempre instructiva. En suma, una de esas pocas personas que logran ser siempre memorables. Tenía vida y recorrido para ello. Había estado en más de cien países, hablaba inglés y francés como un nativo exquisitamente educado, hasta había despachado una vez con Franco, entonces un ancianito consumido y de voz casi extinta que le había escuchado y desarmado con una sola pregunta, tan simple como malévola: «Y esto, Spottorno, ¿en qué es bueno para España?».

Y sobre todo, tenía gracia y talento. Todos los que le conocimos le debemos unas cuantas lecciones, de las que hemos tirado una y otra vez. Recuerdo, entre otras muchas, cómo desarmaba a los más arrogantes; por ejemplo, aquella vez que a un estirado abogado francés que le preguntó en inglés, la lengua en que se habían saludado, si hablaba su idioma, le respondió que hablaba español, inglés, portugués y alemán y, en consecuencia, ¿para qué necesitaba el francés? O su famosísima y no menos útil teoría del hombre seguro. Todavía puedo escucharlo, con su voz grave: «Lorenzo, no lo olvides, no hay nadie que acierte siempre, pero sí hay quien siempre se equivoca. Ese es el hombre seguro. Cuando veas uno, síguelo, y haz siempre lo contrario de lo que él haga». Leyó mi primera novela, Noviembre sin violetas, e hizo todo lo posible porque llegara a ver la luz. Me auguró que dejaría la abogacía, y también que algún día me darían el Premio Nobel, y que sólo le gustaría vivir para verlo. No lo vamos a ver, ni él ni yo, pero qué importa eso. Su amistad, y su fe en mi escritura, valen mucho más que una medalla entregada por el descendiente de una dinastía de ociosos, y que no le dieron a Kafka, Proust, Musil, Onetti o Chandler.

Este era Jaime, mi amigo, uno de los que en estos días se suman al desfile. No es una cifra. Es una luz preciosa que se apaga, y aun así sigue iluminando.

Y así, ya más de cuatro mil.

Me gustaría que lo recordaran quienes a lo largo del día de hoy se han arrojado ya a la reyerta más sórdida. Quienes ponen todo el acento en esa manifestación que debió o no debió suspenderse. Quienes salen a defenderla por videoconferencia desde casa como si lo más importante en mitad de la que está cayendo fuera dejar lo más alto posible su propio pabellón ministerial, o con artículos firmados extrañamente bajo seudónimo para salvarle la cara al Gobierno. Ni salvarle la cara al Gobierno ni partírsela importa una mierda en este momento, a ver si se enteran todos de una vez. Están muriendo los nuestros: nuestros amigos, nuestros padres, nuestras madres, nuestros hermanos. Lo único que importa es contener la hemorragia, empezar a hacer bien las cosas, después de que todos, sin excepción, lo hiciéramos mal, o no tan bien como habríamos debido hacerlo. Tanto sobran en esta hora los que sacan pecho y alzan la cresta, como los que andan con el garrote tratando de agachársela a otro. Hacen falta brazos, mentes frías, consuelo.

Si han timado a nuestro gobierno, como sale en las noticias, vendiéndole a través de un intermediario desaprensivo o desavisado miles de tests chinos defectuosos, lo que hay que hacer no es convertirlo en la noticia del día para tratar de derribarlo, sino poner todo el empeño en devolver los tests inservibles y buscar otros buenos. En la guerra, cuando la trinchera de al lado flojea, no se pone uno a reírse del teniente torpe que la manda: se va a la brecha a tratar de impedir que pase el enemigo. Porque si pasa el enemigo acribilla a todos, los tontos y los listos.

Cuando esto pase, habrá unas elecciones, antes o después, y cada uno acudirá a ellas con sus aciertos y sus pifias, y quien tiene que decidir decidirá. Ahora estamos bajo el fuego, y bajo el fuego se aprieta los dientes, se ayuda al que flaquea, al que tiene peor puntería, al que no sabe, y no se piensa, nunca, en las medallas.

El confinamiento sigue sin novedad. Tenemos provisiones. La vecina del Yorkshire terrier sigue paseándolo a todas horas y aprovechando para fumar. Los vecinos chinos de la manzana siguen poniendo por la tarde música de su país, que le da un toque surrealista al encierro. Yo sigo lanzando canastas con Núria, y bailando por la noche con ella Resistiré. Su madre escribe poemas que se guarda. Quizá sea lo mejor, guardar una parte de lo que estamos pensando estos días. Para cuando podamos terminar de entender, de verdad y sin apremios, lo que está pasando.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Comparto con tu amigo Jaime su pasión por tu escritura y lamento su marcha. Con suguridad, seguirá iluminando a sus incondicionales
    ¿Qué esta pasando?

    • Extraordinarias reflexiones.
      Mis condolencias por la pérdida de un amigo tan especial. Él ya no podrá ver ese Nobel, al menos entre los vivos; otros quizás sí. A mí no me extrañaría tanto, aunque a muchos grandes se les haya negado.
      Un placer leerte.
      Saludos desde tierras murcianas, Lorenzo.

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