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29 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 14

28 de marzo – Los ojos de Laura

Cuando se cumplen dos semanas de estado de alarma, mis labores de ordenación doméstica llegan a la última caja que quedaba por abrir de la mudanza de 2015. Parecía que nunca las abriría todas, pero el virus ha alterado también en ese aspecto nuestra idea anterior de la existencia. En ella he encontrado varias cosas que me han supuesto un alivio, porque ya temía haberlas perdido en el traslado: el reloj Dogma de mi abuelo Lorenzo y un par de recuerdos de su paso por Cataluña, sus iniciales LS forjadas en metal y una placa también metálica con la imagen de la Inmaculada y el escudo del Regimiento de Montaña nº 64 de Berga, en el que sirvió tras la guerra civil. Bajo la imagen de la Virgen se lee una fecha: 8 de diciembre de 1942. Son objetos modestos, sin valor económico, pero en ellos hay algo del hombre cuyo nombre y apellido llevo, y del que también, a través de la sangre y la memoria, algo me ha llegado en lo que toca al carácter y la forma de ver el mundo. Me ha alegrado mucho encontrarlos. No pensé que iba a tener algo que agradecerle a la epidemia.

En la misma caja, en un papel cuidadosamente plegado, he encontrado otro recuerdo entrañable: un diente de leche de mi hija mayor, Laura. El papel es la carta que le escribe al Ratoncito Pérez con motivo de la caída de ese diente, en la que le dice dónde se encuentra y le da noticia de sus buenas notas. Caigo en la cuenta de que es un diente que se le cayó estando conmigo, y me acuerdo de que, después de ponerle el billete correspondiente, retiré el diente y la carta para que pensara que se los había llevado el ratón y los escondí en la cajita donde ahora ha aparecido con otros recuerdos, entre ellos mi medalla infantil. El hallazgo me devuelve a aquella niña que era Laura, y que hace tiempo dejó ya atrás.

El recuerdo adquiere un cariz especial en este momento en el que hace ya semanas que no la veo, y me hace pensar de manera casi automática en los ojos de mi hija, que es una forma de decir en los ojos de todos aquellos a los que en esta situación de confinamiento no podemos vérselos desde hace muchos días. Allá por 2002 años me inspiraron un cuento infantil, Laura y el corazón de las cosas, que ilustró con su muy peculiar estilo Jordi Sàbat. En él hay una ilustración en la que los ojos de la niña protagonista, con los que ve el corazón invisible de sus juguetes y de los demás objetos, tienen una marcada presencia. Recupero el libro de la parte de la biblioteca de la buhardilla donde guardo mi propia obra, ocho estantes ya, que a veces me hacen sentir un poco culpable por haber sido demasiado copioso.

Busco la página y la contemplo detenidamente. Los ojos no son exactamente del azul que entonces tenían los de Laura, y que el tiempo ha hecho algo más verdoso, pero sí acertó el ilustrador a capturar la sensación que producía su mirada, entre el deslumbramiento y una ilimitada curiosidad. La circunstancia del encierro, y alguna otra que no es del caso detallar, le llevan a uno a examinar con una intensidad mayor de lo habitual los propios hechos y los propios vínculos. No puedo dejar de pensar, como hiciera Delibes en su bello discurso de aceptación del Premio Cervantes, en todas las horas que me he pasado conviviendo con seres inexistentes, los personajes de mis ficciones, y deshaciendo en cierto modo en ellos mi existencia. Son horas que siempre, de una u otra manera, les hurtas a los tuyos, y por eso me consuela y me conforta, en este momento de ausencia forzada, mirar esta página donde coincidió la escritura y la vida, el impulso de contar y el de expresar el afecto y la alegría de tener contigo a quienes están más cerca.

Es ese otro regalo que nos trae el virus: enseñarnos a apreciar, en lo que valen, la presencia de quienes ahora tenemos confinados lejos y la de quienes están confinados con nosotros. Recobrar con más conciencia el vínculo con los primeros, cuando podamos volver a verlos; aprovechar la oportunidad inesperada de convivir con los segundos.

En cuanto a la epidemia, ya estamos en la temida rampa de las casi mil muertes diarias. Los expertos hacen todo tipo de curvas para predecir las tendencias. Es cierto que el aumento diario baja en porcentaje, aunque se batan récords de fallecimientos en una sola jornada; pero a nadie se le oculta que el ritmo sigue siendo insoportable y que los hospitales, ya al límite, van a ver redoblada la presión en los próximos días. Quizá por eso, el presidente del Gobierno anuncia al final del día el confinamiento total, salvo actividades esenciales, a partir del lunes.

Al anuncio sigue el previsible coro de quienes proponían el cerrojazo desde hace quince días, y que proclaman que la decisión de hoy les da la razón. Hay muchos aspectos en los que no comparto las estrategias, las decisiones ni los tiempos gubernamentales, y aquí mismo he dejado constancia de ello, pero empieza a fatigarme un poco tanta sabiduría retrospectiva. Lo cierto es que los días próximos dirán si el confinamiento decretado hace dos semanas ha sido eficaz o no: y si se comprueba que lo ha sido, quizá no resulte tan erróneo haber reservado el último cartucho para este momento, en lugar de gastarlo de entrada e infligirle de forma prematura al sistema productivo, al empleo y de posible rebote a la paz social —en el sur de Italia ya empiezan a asaltar los supermercados aquellos que no tienen nómina ni ahorros— el quebranto que va a suponer cerrarlo todo.

En otro orden de cosas, el conseller de Interior de la Generalitat ha dicho que no se le van a caer los anillos por llamar a la UME. En fin, ha buscado una expresión comedida: podría haber dicho que no le da asco recurrir a esa gente. El caso es que parece que el apremio humano empieza a doblegar el afán simbólico, y eso quizá sea otra buena cosa que nos trae el virus. El empacho simbólico de los últimos tiempos ha sido importante. Y cuánto y cómo nos ha distraído de lo esencial.

Lo esencial es tejer redes que nos ayuden a estar juntos, en las adversidades y cuando estas pasen y vuelva a ser posible pasear alegre y despreocupadamente por la calle. Que ningún relato, como se dice ahora, o ningún cuento, como decía mi abuela, lo escriba quien lo escriba, nos lo vuelva a ocultar.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
3 Comentarios
  1. Día 14, acabo de pegar una bronca monumental en casa por el tema de tareas domésticas , me sentía hace cinco minutos como la criada de todos .Ahora, me siento feliz de serlo
    Un abrazo

  2. Esos relojes que llevaban los abuelos ..

    Siempre me ha dado sensación de fuerza cuando miraba el reloj de mi abuelo, y posteriormente de mi padre, en la muñeca . El simple gesto del giro para mirar la hora lo tengo grabado en mi memoria como uno de los recuerdos estrella de mi infancia . El reloj de mi padre lo tengo en un cajón al que acudo cuando lo quiero sentir un poco más cerca . .
    Gracias por llevarme a ese grato recuerdo del reloj de mi abuelo . Gracias por llevarme a esos recuerdos de infancia .

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