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30 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 15

29 de marzo – El ángel sombrío

Leo en estos días una novela de Mika Waltari, el autor de Sinuhé el egipcio, ambientada en el sitio de Constantinopla, un episodio histórico que no deja de llamar mi atención desde que estuve hace unos meses en Estambul, en el que fue mi último viaje fuera de España quién sabe por cuánto tiempo. Sobre el final de Bizancio hay otro excelente libro, La caída de Constantinopla, de Sir Steven Runciman, e incluso un nada desdeñable documental turco en Netflix, dirigido por Emre Şahin y escrito por Kelly McPherson. La novela de Waltari no es una obra maestra, no alcanza desde luego la altura de la que le hizo mundialmente famoso, pero no deja de estar escrita con instinto narrativo y sabiduría existencial. Su protagonista, Giovanni Angelos, un misterioso individuo de madre latina y padre griego que tras vivir en Aviñón e Italia y al servicio del sultán Mehmet acude a Constantinopla para morir defendiéndola, es una buena metáfora de quienes ante la adversidad suprema renuncian a intentar sobrevivir a toda costa y acatan el deber superior de mantener la dignidad, al precio que esta les demande.

A diferencia de otros, incluida buena parte de la aristocracia bizantina, Angelos, que conoce al sultán, no espera ninguna compasión ni la menor condescendencia por parte del enemigo, y menos con quienes conspiran y especulan con la posibilidad de salvarse sometiéndose a él.

Desde su actitud ética superior, y su conciencia también mayor que la del resto de confinados que esperan en Constantinopla a que llegue el zarpazo del turco, Angelos no puede dejar de observar con algo parecido a la compasión los empeños de otros por reclamar la preeminencia en la dirección de la defensa de la ciudad. Tal es el caso del megaduque Notaras, enfrentado al mercenario italiano Giustiniani, que por haber aportado el contingente más valioso para resistir el asedio, setecientos guerreros bien entrenados, ha recibido del emperador Constantino IX, el último de los de Bizancio,  el nombramiento como protostator o responsable militar supremo. Asiste Angelos a la rivalidad entre los dos hombres, en un momento desesperado para su causa, y observa con filosófico despego: «¿Es que ha de prevalecer, también aquí, ese duelo infantil que sólo acarrea trastornos al inducir a dos hombres a medir sus respectivos poderes con una vara?»

Qué triste semejanza con alguna cosa que estamos viendo estos días.

Angelos da en enamorarse de una joven y enigmática dama, que resulta ser Ana Notaras, la hija del megaduque, criada para desposar al emperador, pero a la que este no ha querido como consorte por su linaje inferior al imperial. Es una pasión extraña y turbulenta, descrita con los excesos de un romanticismo acaso anacrónico —para el siglo XV, cuando transcurre la acción, y para el siglo XX, cuando se escribió la novela—, pero que no deja de tener su encanto. Sobre todo por cómo Angelos intenta justificar ante la mujer, exaltada y con tendencia al conflicto, que en medio de un mundo que se acaba el amor debe imponerse a cualquier otra consideración. Se lo dice así: «El valor de todo es tan ínfimo. La vida, el conocimiento, la sabiduría, incluso la fe, arden durante un tiempo y luego mueren. Seamos personas maduras que a través de un milagro se han reconocido y pueden hablar con toda franqueza. No he venido para reñir con vos.»

En el asedio que ahora soportamos tenemos más esperanzas que los defensores de Constantinopla frente a los cañones y los jenízaros de Mehmet. Es de esperar que nuestras murallas resistan, como no lo hicieron las de la milenaria Bizancio, que el enemigo no traspase la puerta de San Romano y que el emperador no tenga que arrojarse a la muerte en mitad de la derrota como hizo Constantino IX. Pero no deja de ser la de estos días una experiencia extrema, posiblemente la más extrema que como sociedad nos ha puesto por delante la vida en muchos años. En medio de algo así, lo menos inteligente, lo menos coherente, es dedicar nuestras energías a reñir con los hermanos con quienes compartimos el dolor y la esperanza. A buscar maneras de eludir las amargas verdades que en esta hora nos tocan a todos. Y sin embargo, a eso consagran sus energías muchos de nosotros, demasiados.

En algún caso, de forma verdaderamente grotesca. He visto por ahí que a una influencer la han multado repetidas veces por salir a hacer ejercicio al aire libre. La criatura, con ese averiado entendimiento que la naturaleza o la sobreexposición digital le han deparado, se quejaba de tener que pagar multas para conservar el físico estilizado que es su prioridad en la vida. Que hayamos consentido que seres así constituyan no sólo una medida de la normalidad, sino un ejemplo que miles de nuestros jóvenes desean imitar es un fracaso social de proporciones babélicas. Tal vez necesitara un acontecimiento apocalíptico como el presente para revertirse. Tal vez una parte de lo que tenemos encima nos lo hemos ganado bien a pulso. A la influencer en cuestión, notoriamente un caso perdido, habrá que acabar aplicándole el recurso pedagógico de emergencia, cuando fallan todos los demás: una temporada de privación de libertad. Algún juez tendrá que espabilarla.

Al final del día arrecian las críticas al Gobierno por tardar en publicar la lista de las actividades esenciales, es decir, las que podrán seguir funcionando a partir del lunes, junto al teletrabajo, tras la suspensión del resto de actividades económicas. Hay quien dice que este gobierno de aficionados es una calamidad que está agravando el desastre, incluso quien pide un gobierno de unidad nacional que desplace a los insolventes ahora al mando. También hay quien a diario pide la cabeza del doctor Simón, el responsable de gestionar la epidemia desde Sanidad, tildándole de incapaz e inconsciente. Estos días han visto una explosión de pandemiólogos en las redes sociales, todos armados con su jerga y sus curvas.

Lo cierto es que salvo Corea del Sur, que preveía este escenario, por un gran revés anterior, y había desarrollado protocolos y hasta realizado simulacros, todos lo hemos hecho mal. Y Simón no ha sido siempre un buen comunicador, y tiene cierta tendencia a esquivar preguntas incómodas o a la autojustificación, pero me da que sabe un poquito más del asunto que el 99,999999% de quienes lo critican. Y al menos a mí eso siempre me impone alguna prudencia. Lo cierto es que los datos de hoy ya indican aplanamiento de la curva en Madrid, donde empezó entre nosotros el desastre. La progresión geométrica se ha detenido. Que podría haberse logrado antes, tomando medidas más serias ya a finales de febrero, es evidente. Que eso habría ahorrado a las UCI parte del tsunami, también. Que todos los que siempre se ponen en lo peor tengan más ciencia y criterio que quien sabe, porque este pecara de demasiado contenido en sus cálculos y en sus acciones, es ya más discutible.

Veremos cómo están otros dentro de dos semanas, y quizá aquilatemos las verdaderas proporciones de nuestra imprevisión y nuestra negligencia.  

Lo que ahora importa es preparar a toda velocidad protocolos surcoreanos para enfrentar en mejores condiciones la segunda oleada de otoño. Y tener capacidad de ampliación de camas de UCI y de respuesta a la emergencia —a poder ser, sin el cacareo continuo de caciques locales o nacionales sacando pecho para darse importancia—, así como de fabricación local de todo lo necesario: mascarillas, equipos de protección, respiradores, test rápidos y lentos, etcétera.

Hoy ha hecho un hermoso día de sol, el último, según el pronóstico del tiempo, antes de una nueva racha invernal.  Hemos aprovechado para salir al jardín y Núria ha estado dándose carreras por él. Luego hemos hecho un montón de fichas de matemáticas. Por momentos me sorprende lo bien que está llevando el encierro. Comento con su madre que parece estar haciéndose mayor por momentos. A ver si hay suerte y pasan por el mismo proceso algunos de nuestros presuntos adultos.

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About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Estimado D. Lorenzo, es un placer siempre leerlo. Lamento profundamente el positivo del Sr. Simón, y créame no pretendo hacer leña del árbol caído. Lo que si me gustaría es decirle que la semana anterior al 8 de marzo ya había datos muy preocupantes y que nunca entenderé porque ese fin de semana que ya se había suspendido el curso escolar no se suspendieron los actos de gran afluencia, partidos, manifestaciones y demás. No sé nada de epidemias pero creo que hay algo que se llama sentido común. Mi hermana enfermera estuvo esa semana diciéndonos a todos que no saliéramos e hiciéramos compra de productos esenciales por internet, ella entiende más que yo, ahora mismo lucha contra el virus en una UVI. Ojalá todo esto acabe pronto. Ojalá aprendamos algo.Reciba un cordial saludo.

    • En el propio diario me he pronunciado en el sentido de que dejar que el 8 de marzo se hicieran tantas actividades multitudinarias se ha revelado claramente como un un error, y evitable. Yo suspendí por iniciativa mía (no de los organizadores) dos actos públicos esa misma semana, antes del decreto de alarma. Ahora bien, la competición actual para demoler a los responsables desde una supuesta clarividencia previa y generalizada me parece un poco excesiva, y sobre todo inútil para atacar el problema. Me quedo con su mensaje final. Ojalá aprendamos algo, y mucho ánimo y mis mejores deseos para su hermana. Saludo de vuelta.

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