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1 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 17

31 de marzo – Un mundo

Hay hechos que no forman parte de una historia, aunque con ella coincidan, y no deben enhebrarse gratuitamente en ella. Hay días que no forman parte de un diario, aunque estén dentro de su arco temporal, y tampoco tienen por qué infiltrarse en sus páginas. Buena parte de este día ha sido así, y quedará en el tintero. Para rellenar el hueco correspondiente, permítame el lector recurrir a dos remedios infalibles. Una historia ajena. Un par de poemas. También ajenos. O bueno, como la historia y todo lo que el mundo contiene: sólo hasta cierto punto.

La historia me la contó hace unos días alguien que en estos días terribles, que diría Silvio Rodríguez, se dedica a la medicina en Madrid. Alguien cuyo día a día es más certificar muertes que tener la opción de evitarlas. La historia se refiere a una de esas muertes, de las más de ocho mil que ya han convertido a la/el Covid-19 —la RAE permite ambos géneros, dádiva acaso inmerecida por el beneficiario— en la primera causa de fallecimiento en España. Una de esas que suceden en el domicilio, y que los profesionales sanitarios se encuentran ya consumada y sin solución.

Es, como la mayoría de las víctimas, una persona mayor, muy mayor. Pero en esta ocasión no estaba sola. Convivía con su pareja, también mayor, muy mayor. Para decirlo todo, no sólo convivía, sino que la cuidaba. Y es que de esas dos personas que vivían juntas una conservaba la cabeza y la aptitud para llevar adelante una casa y una vida autónoma pero la otra ya no; y he aquí que la enfermedad ha elegido atacar a la capaz y cuidadora y respetar a la incapaz y necesitada de cuidado.

Y ahora imagine el lector la desorientación, el miedo, la soledad infinita de esa persona que se ha quedado sin el sostén, la cobertura, el amparo de la otra. Imagine otro tiempo, en el que esas dos personas fueron jóvenes, y se enamoraron, y se sedujeron recíprocamente; en toda una vida juntos que concluye así, con un anciano o una anciana que balbucea ante un médico de urgencias que una vez certificada la muerte no sabe qué hacer, cómo consolar lo inconsolable.

Convendría que por debajo de las cifras, quienes hoy deciden, quienes hoy comentan, quienes hoy utilizan esto en la reyerta partidista, pensaran que con cada uno de esos números se ha apagado, con dolor insoportable, un mundo. Quizá así, bajo la apelación elemental e la humanidad, renunciarían a alguna de las maniobras, alguna de las diatribas, alguna de las especulaciones a las que dedican sus energías, y a las que nos invitan una y otra vez a sumarnos.

No importa el futuro político de nadie. Sólo importa impedir que se apaguen, con tan inconmensurable tristeza, en tan inabarcable soledad, muchos más mundos.

Y ahora, los poemas. Iba a decir que forman parte de un libro que no puede encontrarse con facilidad en las librerías, y a pedir disculpas por invitar a leerlo. Pero resulta que las librerías están cerradas, y también las imprentas, y también los almacenes que surten a las librerías online, por lo que pronto ningún libro podrá encontrarse, salvo en su versión digital. Es un libro que me toca cerca, por muchas razones, y que lleva por título, justamente, Un mundo. Hace días que lo leí y releí —algunos de sus poemas hace ya años— y también hace días que quería dar aquí las gracias a su autora, Noemí Trujillo: por escribirlo, por sentirlo antes, por regalármelo a tiempo para que me acompañe en estos días de confinamiento y bajada a lo hondo de cada uno.

En estos días, muchos han compuesto, con loable voluntad y dispar fortuna, poemas para acompañar a los demás en el trance de la epidemia. Poemas sobre el confinamiento, sobre los que no pueden confinarse y han de salir a la calle y mantenerse en primera línea frente a la amenaza; versos de pesar y lamento, de loa y gratitud, de espera y esperanza. He leído muchos, e invariablemente me inclino una y otra vez hacia los más sencillos. Los más despojados de pretensiones, adjetivos y metáforas. Los que vuelan más cerca de la zozobra y evitan alardes de Ícaro aspirando a las alturas y el resplandor del sol. También he encontrado en versos de esa sencillez, escritos antes de todo esto, las palabras más precisas para nombrar el hoy.

Permítaseme recomendar, ya que estamos, todos los del último disco de Leonard Cohen, Thanks For The Dance, grabado póstumamente sobre el registro de su voz grave, cálida e inolvidable. Vale, sin ir más lejos, la canción que le da título, pero también cualquier otra. Por ejemplo la que se titula It’s torn:

It’s torn where there’s beauty, it’s torn where there’s death

It’s torn where there’s mercy but torn somewhat less

It’s torn in the highest from kingdom to crown

The messages fly but the network is down

Traducir poesía es imposible, lo que puedo es perpetrar esta adulteración:

Desgarro en la belleza, desgarro en la muerte,

desgarro en la misericordia pero algo menor,

desgarro en las alturas, desde el reino a la corona,

vuelan los mensajes, pero se ha caído la red.

Y aquí van los poemas de Un mundo. No tienen título, sólo un número. Este es el V.

«No sé si esto es / una forma normal / de escribir poesía», / me dices. ⁄  Y yo callo / porque en poesía  ⁄  nada es normal  ⁄  ni debe serlo.  ⁄  En poesía el poema  ⁄ es una fiera hambrienta,  ⁄ encarnizada / sitiada eternamente. / En poesía sólo hay dolor / y un largo testamento. / Quiero otro tiempo, / un tiempo sin guerras / enamorado, / habitar un lugar / donde nadie / le ponga / bombas / a / Dios.

Y este el XXV:

Iglesias entre rascacielos / cantan por las calles de Wall Street, / iglesias entre rascacielos. / No sé si me queda fe / para buscar a Dios / pero siempre que tropiezo / con una iglesia / yo entro y rezo / y pido perdón.

La fe es siempre un camino personal, y probablemente no es una opción para el que la tiene ni para el que carece de ella. Pero en estos días tiene más sentido rezar y pedir perdón que buscar qué es lo que unos a otros podemos acertar a echarnos en cara. Incluso para quien sea ateo.

Gracias a las y los poetas que nos lo recuerdan.

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