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4 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 20

Tommy, el hombre

3 de abril – Tommy

Termino el día viendo The Crown. Ya vamos por el final de la segunda temporada. El episodio de hoy, sobre los tiempos de internado de Felipe de Edimburgo y la elección de colegio para el príncipe Carlos, me parece un muermo y me duermo sin remedio. Sobre todo, echo de menos a mi personaje favorito de la serie. El que la levanta infaliblemente y la hace volar sin motor hasta la estratosfera tan pronto como aparece. Él o cualquiera de sus perros, que a veces lo anuncian: Tommy.

En realidad, era un apodo. Su nombre verdadero era Alan Lascelles y alcanzó el grado de capitán del ejército, con el que combatió en la primera guerra mundial. Después pasó al servicio de la casa real británica, donde fue secretario personal de tres reyes y de la actual reina, aunque de esta última poco tiempo, porque eligió retirarse, de aquella manera. Siempre que hay una crisis que pone en riesgo la corona, el secretario que lo ha sucedido, su antiguo subalterno, lo llama para pedirle su orientación. A veces, directamente, para que apague el fuego. Y Tommy siempre está ahí. No consigue atajar todos los males, pero sí contener la mayoría. Si Tommy no puede arreglarlo, es que la cosa no tiene remedio.

¿Qué hace a Tommy tan brillante, tan resolutivo, tan cautivador? Para empezar, jamás se pone nervioso. Más que flema británica, está dotado de imperturbabilidad absoluta. Para continuar, Tommy siempre sabe lo que hay que saber. Dispone de la información pertinente, iluminadora, devastadora si hace falta, y la aplica sólo ahí donde es necesaria y hasta donde es necesaria, con bisturí de cirujano. Y si hay algo que no sabe y necesita conocer, lo averigua. Para ello, tiene sus recursos, que siempre moviliza en maniobras de discreet reconnaissance, según su propia expresión, seguramente un eco de sus tiempos militares. Otro rasgo que hace de Tommy un pedazo de personaje es su manejo de la lengua inglesa: siempre oblicuo, nunca rutinario, tan malévolo como inasequible a la réplica. Por encima de todo, es un maestro del lenguaje, sabe que decir no es sólo pensar, sino inducir el pensamiento ajeno, y maneja al interlocutor con puño de hierro en guante de seda.

Lo que uno ve en la serie algo debe de tener del personaje real, qué duda cabe. El resto, y lo que directamente fascina al espectador, está hecho a partes iguales del excelente trabajo como guionista y dialoguista del escritor que The Crown tiene detrás, Peter Morgan, y de la soberbia interpretación del actor que lo encarna, Pip Torrens, graduado en Lengua Inglesa en Cambridge y formado como actor en el Drama Studio London. Con intérpretes así, sólo hace falta que el guionista y el realizador no sean unos ineptos. Les puedes dar cualquier escena y la levantan y la sostienen por sí solos. La mirada, la dicción, la contención del cuerpo. La manera en la que Tommy coloca su mano tras la espalda tan pronto como entra en el recinto de palacio, asumiendo gestualmente su posición de lacayo real, pero no cualquier lacayo, sino ese del que se depende cuando todo pende de un hilo, es un rasgo de genialidad por su concepción y su ejecución. Con ese simple gesto, Pip Torrens consigue más, en un segundo, que muchos actores en toda su carrera.

Esta noche, sin embargo, el guionista me lo ha hurtado, y mientras apuraba una trama mil veces vista de internados británicos, sin que la condición principesca de los afectados pudiera impedirme el bostezo —más bien al revés—, he echado de menos a Tommy en la ficción de la misma manera que lo echo de menos en el momento presente de crisis y debacle por el que atraviesan mi país y el mundo.

Está claro que no disponemos de ningún Tommy, de ningún solucionador sereno, preciso y consciente del peligro exacto que corremos, que sepa qué hacer y qué decir y se ponga a ello con solvencia y sin vacilación. En su defecto, nos tenemos que conformar con lo que hay, en los distintos niveles de decisión. Es demasiado desalentador hacer siquiera una lista de nombres, se la voy a ahorrar al lector y me la voy a ahorrar a mí mismo. Vivimos la paradoja de que la solvencia y la confianza aumentan a medida que se desciende en la escala del supuesto liderazgo. Entre nosotros y allende las fronteras, está mejor el promedio de los alcaldes que casi todos los presidentes y mejor el guardia de a pie que gestiona un control en la carretera que aquellos que deberían ser los cerebros de las operaciones. El virus nos ha pillado con unos liderazgos de pacotilla, sin visión, sin temple y lo que es peor, casi sin discurso. Porque un discurso, y sobre todo en tiempos de tribulación, Tommy lo sabe, no se va improvisando y rectificando sobre la marcha: cuando uno abre la boca debe tener un concepto seguro en el cerebro, y no ir más allá de ahí, mientras completa el discreet reconnaissance que le permita ampliarlo.

Uno pone la televisión y una y otra vez ve a gente que habla de más, y luego tiene que comerse sus palabras y hacer un viraje de 180º. A Tommy nunca le pasaría. Verbigracia: ahora resulta que las mascarillas que eran inútiles, y por eso no era tan grave que no las hubiera para el conjunto de la población, alguna barrera oponen a la recepción y la transmisión del virus. La física elemental así lo sugería, pero quienes nos pastorean consideraron necesario predicar la idea opuesta. Ahora rectifican y pasan sin despeinarse a decir que a enmascararnos todos.

Detalles que a uno le alientan: Núria ha descubierto que le gusta limpiar sartenes. Cuanto más grandes y más grasientas, más le gusta, dice. Cuando recojo la cocina, las dejo para el final y para ella. Se sube a una silla, se remanga, agarra el estropajo y las deja impecables. Como Tommy, sabe que las cosas no se hacen a medias. Me encanta ver la determinación de vencer, esto es, de erradicar hasta la última pizca de suciedad, con que afronta la tarea. Ante los problemas, ante la mugre de la vida, se necesita esa actitud, que espero que la ayudará y no poco en el futuro.

Por otra parte, ya es oficial: el virus nos ha destrozado las cifras de empleo. La pregunta es si pasada la coyuntura se reactivará todo lo que ahora está detenido y los despedidos volverán a ser necesarios, y por tanto empleados, o en el viaje de la epidemia y la cuarentena perecerán quienes los empleaban y quedarán en el limbo. El problema es de campeonato, y ya sabemos lo que hay para hacerle frente, en la mayoría que sostiene de aquella manera al gobierno y en la oposición.

Tommy, dondequiera que estés, te necesitamos.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Día triste a la abuela de la amiga de mi hija pequeña, 17 añitos, le han diagnosticado coronavirus después de un primer test negativo.. está muy grave .
    La tristeza invade a mí pequeña que no sabe que hacer, me pide ayuda y no sé qué responder .
    No es un número más, es la abuela de Carla y Andrea , la madre de mi amiga Pepi .

    • Cuánto lo siento… A la abuela de una compañera de mi hija pequeña, sólo 7 años, ya se la ha llevado el virus. Es cruel que este mal se lleve a quienes son nuestra memoria, entre otras cosas. Abrazo y ánimo, también para Pepi.

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