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5 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 21

Con quien tanto quisimos

4 de abril – Albanta

Encuentro a Noemí con Núria en el jardín, celebrando una asamblea. Son reuniones que organiza con sus muñecos y en las que puede estar hablándoles durante una hora o más. Desde que era muy pequeña, y a medida que pasan los años, se impone aceptar que hemos tenido una oradora. Para bien o para mal. Las interrumpo con cuidado: tengo una noticia, y no es buena. Trato de buscar las mejores palabras, pero al final opto por las más simples: «Noemí, se ha muerto Aute».

Es un momento de duelo verdadero para los dos. Sucede siempre que se muere alguien a quien admiraste, pero a Aute es que además lo quisimos. Incluso nos quisimos a través de él, en momentos en los que no estábamos ni podíamos estar juntos. Media hora después, mientras trabajo en la buhardilla, Noemí me manda un wasap: «Me da pena no haber podido conocerlo». Entonces caigo en la cuenta de mi privilegio: no sólo lo conocí, sino que lo vi nada menos que tres veces. Una vez en Zahara de los Atunes, en casa de nuestro común amigo Manu Horrillo, hará casi veinte años. Otra vez compartimos caseta en la Feria del Libro de Madrid. Y la tercera, y última, una cena en Cáceres, también con motivo de su Feria del Libro.

Por la experiencia que de él tuve, puedo decir que era un hombre cordial, próximo, y verdaderamente modesto. Su compañía era grata y suave, no hacía ostentación de nada, pudiendo, ni trataba de impartir ninguna lección, pudiendo también. Compartía lo que le inquietaba, lo que le seducía, lo que no terminaba de entender, como hace cualquier ser humano cabal que no se ha perdido por el camino.

Por la noche, después de cenar, ponemos tres de sus canciones. La primera la escoge Noemí, A por el mar. Nos trae muchos recuerdos. Por el mar y el significado que esa letra le atribuye, y que también tuvo y tiene para nosotros. Por esos dos versos que siguen representando tan bien, tan intensa y exactamente, algo que nos fue dado sentir: «Vayamos, pues, a abrazarlo / como un amante que vuelve / de un tiempo que nos robaron, / ese que nos pertenece.» La segunda la escojo yo, Slowly. También nos devuelve a un tiempo y una circunstancia cuya memoria nos enseña a apreciar el valor de lo que tenemos, y que a veces, si uno se descuida, puede olvidar. Y la tercera la ponemos de común acuerdo: La belleza. Ese himno a lo único que puede salvarnos, frente a la asechanza de los tasadores y calculadores que merodean para despojarnos a bajo precio de lo único que de veras tenemos e importa: «Reivindico el espejismo / de intentar ser uno mismo, / ese viaje hacia la nada /  que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada / la belleza.»

Esta misma noche ponen en TVE un reportaje de veinte minutos sobre su vida y su obra. Desde sus primeras canciones, ya tan buenas, y que él llegó a considerar malas, hasta las últimas. También salen sus cuadros, su cine, su vida. Ponen unas fotos del malecón de Manila, donde nació y vivió su primera infancia. Reavivan mis propios recuerdos personales de esa ciudad, de la excursión que hice a su casco viejo, la centenaria y española Intramuros, donde vivió mi bisabuelo, y quién sabe qué hizo y qué dejó: lo que sé es que fue allí como mano derecha de un político a quien le dieron un cargo gubernativo, que estaba allí cuando fusilaron a José Rizal, el mártir de la independencia del archipiélago —aunque él sólo pedía autonomía— y que cuando volvió, poco antes del desastre y la pérdida, engendró a mi abuelo, a quien desde entonces se le conocería en el pueblo como el Punto Filipino.

Dice en el reportaje Aute muchas cosas bellas, y una cargada de sentido, que cito más o menos de memoria: «A veces me pasa con mis canciones que las dejo de entender, y entonces es cuando más me gustan». Lo sabe cualquiera que crea algo y lo pone a disposición de los demás. Sólo sientes que tiene valor cuando percibes que deja de ser tuyo, que los otros a quienes lo entregaste lo han convertido en algo que te excede, y que en cierto modo no comprendes, ni debes comprender.

Mientras escribo estas líneas escucho otra canción de Aute: Albanta. Da título a uno de sus discos, en el que está, por cierto, la celebérrima Al alba. Ese disco se lo compró Noemí con sus ahorros de adolescente, y me lo envió después por correo desde Barcelona a Madrid como regalo. Es posiblemente el más hermoso regalo que me han hecho jamás. Quizá el más inmerecido, y esos son los mejores.

No puedo escuchar sus versos sin emocionarme. Voy a decir algo más, y aprovecho para ponerlo por escrito: no me da la gana dejar de emocionarme con ellos.

Yo sé que allí, / allí donde tú dices, / las nubes callan palabras / y el cielo no dice nada / y el sol es un sol / transparente como tu corazón / en Albanta.

Yo sé que allí, / allí donde tú dices, / las ciencias no son exactas / porque es eterna la infancia / y el fin no es el fin / porque no acaba / lo que no empezó / en Albanta.

Yo sé que allí, / allí donde tu dices, / no existen hombres que mandan, / porque no existen fantasmas / y amar es la flor / más perfecta que crece en tu jardín / en Albanta.

Se ha ido en medio de tanta muerte uno de esos pocos hombres grandes: uno de esos pocos que saben hacer que a los demás nos merezca más la pena estar vivos, compartir y recordar la vida, pensar en la manera de hacer que continúe. En estos días de cadáveres apilados y sepelios urgentes, no podemos dejar de hacerle un hueco a su elegía, que es la celebración de su existencia, porque el fin no es el fin cuando antes de irte has acertado a dejar tras de ti tanta belleza y tanta humanidad.

En el presente, se abre paso la esperanza: por fin han empezado a bajar las muertes, se reducen los colapsos en las urgencias, la curva inicia la pendiente que todos estábamos esperando. No se pueden echar las campanas al vuelo: la vuelta a la normalidad, lo dicen todos los expertos, será lenta y tendrá que ser cautelosa, además de gradual. Y no sólo por las mascarillas que ya sabemos que vamos a tener que llevar pero no sabemos cómo vamos a adquirir: yo sigo atesorando mi mínimo stock de mascarillas de papel de los chinos, que son poco más que nada. El presidente del Gobierno se marca otra comparecencia excesiva de una hora y pico para advertirnos de esta y otras cosas, al tiempo que anuncia que va a pedir al Parlamento que prorrogue el estado de alarma. En mi humilde opinión, sobran guiños a JFK —que tampoco era para tanto, en términos intelectuales y morales, léase Un adúltero americano, de Jed Mercurio— y apelaciones sentimentales; y faltan otras referencias —pruébese con Cervantes o Quevedo, que son nuestros y decían cosas de más sustancia que el presidente del flequillo— y ceñirse más a los mensajes que de veras se necesitan. En medio del flujo torrencial de palabras desvaídas, Sánchez desliza una frase que vale por todo el discurso y bien podría haberlo sustituido sin merma: «Separados somos más débiles».

Lo que me vuelve a arrojar a la perplejidad en la que vivo desde hace unos días. Leo que con todas las UCI saturadas, y sin coordinación por parte de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, los médicos de los hospitales madrileños se comunican por grupos de WhatsApp para llevar el control de dónde se libera una cama de UCI y trasladar a ella a uno de los muchos enfermos críticos que no pueden recibir cuidados intensivos. No sé si es verdad, la noticia la recoge un diario, pero estos son días confusos e inseguros. Si resulta cierta, es para salir a la calle a gritar. Porque sigue habiendo en nuestro país comunidades autónomas con capacidad sanitaria infrautilizada, incluso de UCI. No es una sospecha, lo dicen sus propios responsables. No me puedo creer que haya enfermos muriendo sólo por ser madrileños, porque sus autoridades sanitarias no solicitan y organizan su traslado inmediato a esas camas vacías de otras comunidades, en los helicópteros de que disponemos para efectuarlo. La presidenta Ayuso, que comenzó dando una imagen de relativa diligencia, no parece hacer otra cosa desde hace días que tuitear contra el Gobierno central. Si mientras se da a eso se está dejando de explorar una vía que habría permitido salvar vidas de madrileños, la conclusión es terrible.

Y es que ya lo decía Aute: «Que aquí, tú ya lo ves, / es Albanta al revés.» Cuántas cosas va a haber que examinar, y cambiar, y hasta demoler, cuando esto pase.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
4 Comentarios
  1. Excelente. Te escribo desde Venezuela. Sigo tu literatura. Y también me gusta la música de Aute. Un abrazo desde la frontera de Venezuela con Colombia.

  2. Lorenzo, llevaba días queriendo leerte, pero no pude.
    Demasiada emoción. Y no me fiaba de cómo podría afectarme.
    Necesitaba estar fuerte para hacerlo, también para escribir un texto que empecé el sábado al saber la noticia que no he podido terminar hasta hoy.
    Ha sido parte necesaria en las letras de nuestra música, poesía e historia.
    Gracias por tu homenaje.
    Un abrazo.
    Laura.

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