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10 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 26

Libros en su sitio

Día 9 – Biblioteca Resistiré

Hoy tengo algo que celebrar. Al cabo de un mes encerrado, he conseguido sentirme un poco útil. Debo agradecérselo a dos amigos médicos del Samur, David y Yolanda, y a dos amigos guardias civiles, José y Marian. Fue David el que me contó la iniciativa y me dio la idea: en el hospital de campaña de Ifema habían montado una biblioteca improvisada para los enfermos, que han llamado Biblioteca Resistiré, y me pidió hacerles llegar unos libros. El problema era sobre todo logístico: para un confinado no esencial, los cuarenta kilómetros que hay entre donde estoy y el objetivo eran un camino vedado por las normas del decreto de alarma. El escollo lo pude solventar gracias a que Marian tenía una diligencia cerca de mi casa y se  acercó a recoger los libros. José y Yolanda se ocuparon de organizar la recepción en ausencia de David, desplazado a la sazón a Soria con un equipo del Samur para apoyar a los servicios sanitarios de esa provincia, que se ha quedado corta de recursos.

Gracias a todos ellos, en fin, puedo poner la foto que encabeza esta entrada, con una hilera de libros ya en su lugar. Les he llenado una caja entera: novelas de Bevilacqua y alguna otra historia. Cuánto mejor están ahí que en el garaje de mi casa. Cuánto alienta poder hacer algo que sirva para aliviar el pesar y el tedio a quien lo necesita. Cuánto debo agradecer a mis amigos que después de estar todo el día —y en algún caso la noche— dando el callo se ocupen de ayudarme a servirles de algo a mis conciudadanos. Nada podía hacerme más feliz que saber que en cuanto llegaron los libros empezaron a llevárselos. En la primera página de cada uno de ellos estampé la firma y una frase. Después de mucho pensar, fui a lo más sencillo: «No estás solo». Con que alguien lo sienta al leerla me basta.

La historia me hace pensar, de paso, en el impacto de la epidemia en el mundo de la cultura y en el papel que esta juega en la sociedad, en esta situación excepcional y en circunstancias normales. La respuesta de los poderes públicos frente a lo primero ha sido bastante tibia, por no decir indolente. El ministro del ramo ha venido a decir que no es una prioridad. En lo que como profesional de la cultura puedo convenir y convengo: más importante es que David, Yolanda, Marian y José tengan equipos de protección adecuados, que no todos los tienen y en algún momento ninguno los ha tenido. Ahora bien, observo cómo el Gobierno, todos los gobiernos, van tomando medidas para proteger a los sectores que sí consideran importantes, aunque no sean esenciales, y las que vendrán. Ya veremos cómo al automóvil o al fútbol, por poner sólo dos ejemplos, no les faltará el bombeo de recursos públicos, masivo si hace falta, que garantice su pujanza. Lo han recibido antes, y siempre con ese celo y entusiasmo que la cultura no suscita.

Hay quien dice que la cultura no debe subvencionarse, y me apresuro a añadir que yo prefiero que no se me subvencione y celebro haber podido vivir hasta aquí del valor de mi trabajo cultural en el mercado —y de mi trabajo en otras industrias cuando el mercado no me sostenía— porque eso me da la libertad creadora de la que disfruto. Pero el mundo no se acaba en mí, y muchos trabajadores de la cultura se van a ver en aprietos, si no al borde del precipicio, si no en la indigencia. Y quizá no estaría de más, como ya le ha señalado en una carta la valiente y comprometida consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera, al sigiloso y casi invisible ministro del ramo. No milito ni militaría en su partido, ni lo he votado jamás; pero es de justicia reconocerle su trabajo ejemplar, antes en el Congreso como presidenta de su comisión de Cultura, y ahora en la Comunidad, para dar algo de dignidad al trabajo y a la existencia de los creadores. Y no lo hace sólo porque ella lo sea o por solidaridad gremial: la cultura es en nuestro país un 3% del PIB, y en países que la gestionan mejor, bastante más. Una fuente de riqueza que no se deslocaliza ni te disputan los chinos, y menos teniendo como vehículo un idioma que es el segundo del mundo, sólo por detrás del suyo, de mucho más difícil expansión fuera de sus fronteras, mientras que el nuestro no para de viajar.

No voy a insistir mucho más en esta guerra que para mí es tan obvia y que sin embargo parece perdida, dada la indiscutible prioridad de los regates de Messi o del discreto encanto de la automoción; me limito a señalar un detalle para quien corresponda. Si hay alguien en el Gobierno que crea de veras que la cultura sirve de algo a la comunidad y al individuo, esta es una ocasión inmejorable para fomentarla. Por lo que toca a la lectura, sin ir más lejos, en lugar de esas sosas campañas publicitarias en las que se van los pocos fondos destinados a tal fin, ayúdese de alguna manera imaginativa y efectiva, con la complicidad de editores, libreros y bibliotecas —echándoles de paso un cable y dándoles un cariño, como al resto— para que haya más libros a disposición de los millones de españoles confinados. A lo mejor por esa vía alguno descubre que leer es la mejor manera de estar solo y de viajar cuando uno no puede moverse, y ganamos a alguien para la causa. Si quienes nos gobiernan, en su infinita sabiduría, piensan que es nocivo o perjudicial para sus intereses que se lea, entenderé que sigan absteniéndose.

En estos días no paro de pensar en algo que me ha reavivado hoy la lectura de dos artículos. Uno versa sobre el paraíso fiscal nada encubierto que ofrece Holanda dentro de la UE —sí, Holanda, la que luego da lecciones—: un agujero negro que recuerdo bien de mis tiempos de abogado y fiscalista. Ya entonces era el vehículo utilizado por muchas grandes empresas para sortear los tributos de la sociedad en la que nacieron y que las sostiene. Hoy sigue siendo la herramienta para que grandes corporaciones —alguna nuestra también, y cuyos gestores luego hacen alardes de filantropía— abonen cantidades irrisorias a nuestro fisco mientras acumulan beneficios ingentes y fortunas personales de dimensiones inconcebibles. Se calcula que el agujero negro holandés se traga no menos de diez mil millones de euros de impuesto sobre Sociedades que dejan de percibir otros países miembros. Lo que en la jerga coloquial se llama meterte la mano en la cartera. Viva Holanda.

El otro artículo lo firma Francisco de la Torre, inspector de  Hacienda y exdiputado de Ciudadanos —se apartó cuando el anterior líder del partido renunció extrañamente a participar en la gobernación de su país para inmolarse a lo bonzo en pos de la quimera de liderar la derecha española—. Pone el dedo en la misma llaga, pero de otra manera: en lo incomprensible que es que un sistema fiscal como el español descanse sobre los lomos de la clase media y trabajadora, infligiendo a la primera tipos que pueden llevársele más de la mitad de su renta y cargando sobre la segunda, vía impuestos directos e indirectos, una carga que supera su capacidad contributiva, mientras se permite que gigantescos beneficios empresariales, esos que luego dan lugar a fortunas personales fabulosas, apenas tributen. O lo que es lo mismo: la poca y menguante recaudación del Impuesto sobre Sociedades.

Hay quien dice que hay que dejar que las grandes empresas apenas paguen impuestos porque atraen capitales, crean empleo y generan una riqueza que el gravamen podría entorpecer. Bien, ya hemos visto el resultado final de esa filosofía: cuando aflora un riesgo sistémico que desploma el empleo, destruye la riqueza y espanta a los capitales, y ante el que los Estados, después de dejar tanto dinero y tantos beneficios en manos de los que más tienen, carece de recursos para responder y tiene que arruinarse y endeudarse a lo bestia. Quizá sería la hora de poner sobre la mesa el coste, en forma de contingencia, que representan para el sostenimiento de nuestras sociedades en el mundo globalizado los riesgos de esa globalización: desde el cambio climático hasta estas pandemias devastadoras que ya vamos viendo que no son una mera hipótesis. Y de procurar que a cubrir esos costes contribuyan, si no les sabe mal, quienes se benefician de ella.

Es una economía muy deficiente, metodológicamente hablando, la que permite que alguien obtenga y haga suyos unos beneficios irreales cargándole a otro costes que le corresponden: los generados por su propia actividad y los necesarios para sostener la sociedad de la que se nutre, y cuyas leyes y servicios le amparan. Una economía deficiente que parte de la manipulación ventajista y de esa idea que ya señalaba el maestro José Luis Sampedro: entender la ciencia económica como el modo de hacer más ricos a los ricos, y no menos pobres a los pobres.

En fin, tampoco en este punto abrigo mayor esperanza. Ya maniobrarán —ya están maniobrando— para que sus marionetas políticas los mantengan a salvo de la quema y carguen la factura sobre los costillares ya esquilmados de los de siempre. Por la parte que me toca, ya me voy preparando a que me suban los impuestos, directos, indirectos y cuota de autónomos, mientras algunos siguen añadiendo tranquilamente metros —y hasta decámetros— a la eslora de sus yates. Tampoco esta lección la aprenderemos, porque es de las que no interesa que aprendamos

Para ahuyentar la melancolía, me refugio en el recuerdo de la modesta Biblioteca Resistiré y del bibliotecario voluntario que la atiende, Pascual, un enfermo que está ahí, con la vía puesta y arrimando el hombro. Vergüenza eterna para quienes se niegan a poner el suyo, cegados por el ansia de acumular sin freno y llevar una vida ficticia que no los priva de su condición de mortales. Vergüenza eterna también para quienes pudiendo y debiendo impedírselo se lo permiten. En homenaje a Pascual, a mis amigos guardias civiles y médicos, a mis hermanos que forman parte de la ciudadanía sufrida que pagará también estos platos rotos, ignoro una tarde más mis reparos y al caer la tarde vuelvo a bailar con Noemí y Núria Resistiré.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
6 Comentarios
  1. Buenas tardes Lorenzo,he leído que tenías problemas de logística para llevar libros a la biblioteca Resistiré, o alguna nueva que te surja por Madrid o Toledo, si tienes que que hacer otro traslado de ese material tan «peligroso»
    Desde el lunes hasta el viernes de 6:00 a 14::00 cuenta conmigo.
    Por correo electrónico o por mensaje directo en Twitter @ramonrevich.

    • Gracias, Ramón. Me tomo nota del ofrecimiento. Espero que tú y los tuyos estéis bien y si andas por ahí, cuídate y protégete…

  2. Gracias Lorenzo por tus informaciones y análisis.Esperemos que todos vayamos tomando conciencia de la verdad de las grandes crisis y de las dolosas hipocresías que todo lo ensucian. Defendamos lo público y la necesidad de mejorar la sanidad pública y de proteger a los que van a quedar más desamparados.
    Muchas gracias por entretener los ratos de los enfermos con tus libros. Se sentirán más acompañados.

  3. Gracias Lorenzo por sus lúcidas y esclarecedoras reflexiones que contribuyen a abrirnos los ojos y a seguir manteniendo la esperanza de lograr un mundo mejor.

  4. Definitivamente el mundo está ávido de más Lorenzos Silva.
    Consigues que cada día sea diferente leyendo tus reflexiones «blogueras» y has conseguido que algunos pacientes dejen su soledad y dolor por unos instantes y viajen con Vila y los suyos 👏🏼👏🏼

    • Con un Lorenzo Silva yo creo que mi familia ya tiene suficiente, y algún día demasiado. Pero te agradezco la generosidad. Lo que no tiene precio es lo que hacéis los que estáis ahí en la calle o en el hospital, mirándole a la cara al bicho. Creo que puedo hablar en nombre de Vila y Chamorro para decir que es un honor para ellos echaros una mano, así sea sólo distrayendo a vuestros pacientes. Abrazo grande.

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