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18 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 3

Kafka, siempre Kafka

17 de marzo – Trabajos manuales

Finalmente el Gobierno ha aprobado un plan de choque para amortiguar el cataclismo económico derivado de la epidemia. No deja de ser un esfuerzo intelectual interesante: preparar un vendaje para una herida de tamaño aún desconocido. Han decidido hacerlo de 200.000 millones de euros. Ya se verá cuál es finalmente el caudal de la hemorragia. Por lo pronto, el colectivo al que pertenezco, los trabajadores autónomos, es el que queda —igual que vive— más desamparado. Alguien esperaba que por lo menos les aliviaran las cuotas un par de meses —se han aliviado cuotas empresariales—, pero al final no hay tal. Si ya hay quien sin epidemia las paga con muchas dificultades, imagínese ahora. No es mi caso, sigo haciendo algunos trabajos a distancia que podré facturar —ya veremos si los cobro—, pero eso no me lleva a olvidarme de mis hermanos autónomos menos afortunados. Normalmente, ya se sabe, los autónomos no nos ponemos malos nunca, somos inmunes a la gripe y podemos trabajar con dolencias que para otros son incapacitantes; pero nuestra inmunidad al coronavirus no está aún acreditada y que la sociedad no lo sea ha dejado a muchos sin poder siquiera trabajar.

Iremos viendo. No somos pocos. El clamor se hará oír.

Hoy he leído que el primer ministro holandés, siguiendo el ejemplo de ese remedo chiripitifláutico de Churchill que camina por los pasillos del 10 de Downing Street, apuesta por contagiar el virus a toda la peña cuanto antes y por dejar que sobrevivan los fuertes. Económicamente es una solución más eficiente que la española: no hay que parar la actividad y al final de la epidemia el estado se ahorra una pasta en las pensiones futuras de los débiles que sucumban. La única pega es que es una estrategia un poco fascista, o directamente nazi, como apunta en una interesante entrevista el virólogo español Luis Enjuanes, máximo experto nacional en coronavirus, que espera que el calor recio que azota buena parte de España en verano le haga mucho daño al bichito. Por lo visto, por encima de 37 grados se va al garete sin remedio, y la radiación ultravioleta le chafa seguro el ARN, que es su código para la reproducción. En La Sagra en junio o julio podemos alcanzar los 43 grados y el sol al menos a mí me deja ciego. Si este hombre tiene razón, el virus lo tiene claro.

En cuanto a los nazis, menos mal que todo esto está quedando registrado. A lo mejor cuando pase esta guerra hay que montar un tribunal internacional para criminales de ídem, y como el virus es inimputable, tendrán que desfilar por él los que hayan sido sus más acreditados cómplices en la mortandad.

Entre tanto, hay que ir pasando las horas. Nuestra peque, Núria, va encontrando alguna dificultad para soportar el encierro. Hay que inventar estrategias nuevas cada día. Hoy hemos empezado a grabar un audiolibro. Se trata de Nuna y la Luna, el libro infantil que escribí para ella, con las primorosas ilustraciones de mi ilustradora preferida, Violeta Monreal. Ha tardado, pero ahora Núria lee como una ametralladora, y con una seguridad que me pasma. Tenía mis reticencias frente al método de lectoescritura que seguía el colegio —yo leía ya con cuatro años, merced al terror y el castigo físico que imperaban en el colegio de monjas al que me llevaron mis padres con esa edad— pero me envaino todas las objeciones. Cuando se ha lanzado a hacerlo lo hace con una rapidez que ya querría más de un adulto. Está visto que uno no debe opinar mucho de lo que no sabe, y dejar que hagan su trabajo quienes se han preparado para hacerlo y se dedican a ello.

Los adolescentes siguen aburriéndose, pero con más mansedumbre. Alguno tiene una clase online, otros se dedican a sus tareas y lecturas. También hacemos alguna que otra videoconferencia con quien no está aquí. A la pequeña le gusta verlos, y viceversa. En estos días de ausencia forzada se cumple por WhatsApp aquella vieja sentencia de la saga nórdica: el hombre encuentra regocijo en el hombre.

Por mi parte, en estos días me he volcado en las tareas domésticas pendientes: he limpiado el jardín, el garaje, la casa de arriba abajo, incluso he ordenado la biblioteca, la parte de ella que vino de Barcelona hace cinco años y que encajé a bulto en las estanterías durante los días de la mudanza. No tiene todavía una ordenación exquisita, pero por lo menos los libros ya no están revueltos, sino clasificados de manera que la mayor parte puede localizarse en pocos minutos.

Haciendo todas estas tareas, y en especial la más antipática, limpiar los excrementos de mirlos y palomas que hay en el enlosado del jardín, con el apoyo entusiasta y meticuloso de Núria —yo los arranco con un cepillo fuerte humedecido en agua caliente con lejía, ella repasa con la fregona—, me he acordado de aquello que le dijo Franz Kafka a Gustav Janouch:

Es gibt nichts Schöneres als ein Handwerk. Intelektuelle Arbeit reißt den Menschen aus der menschlichen Gesellschaft. Das Handwerk dagegen führt ihn zu den Menschen. Schade daß ich nicht mehr in der Werkstatt oder im Garten arbeiten kann.

O lo que es lo mismo (la traducción es mía, sobre la marcha):

No hay nada tan hermoso como el trabajo manual. El trabajo intelectual aparta al hombre de la sociedad humana. El trabajo manual, por el contrario, lo lleva hacia los otros hombres. Lástima que yo ya no pueda trabajar en el taller o en el jardín.

Agradezco pues a los mirlos y las palomas que me hagan limpiar sus excrementos. Y pensemos en estos días, quienes vivimos del trabajo intelectual y podemos seguir haciéndolo confinados, en quienes tienen trabajos manuales, que los conducen hacia otros seres humanos, donde está el riesgo. En la belleza inmensa de su labor.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
Un Comentario
  1. Para que hacer un diario de confinamiento teniendo el suyo…

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