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16 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 32

Orión camino del cielo

15 de abril – Orión en Pompeya

Encaro el segundo mes de confinamiento con la sensación de que el encierro apenas me da respiro. Entre los trabajos pendientes, los que me caen o me echo encima, las tareas domésticas, los deberes de Núria, la atención que hay que darle para amenizarle la reclusión o las llamadas a quienes no están conmigo, siento que las jornadas se me pasan a toda velocidad y sin tiempo para el asueto. Hoy le araño al día un rato para trastear por la red y me encuentro con alguna que otra noticia que me da que pensar. En un periódico, por ejemplo, hay una entrevista con una joven estrella de la canción, una de esas que salen por docenas cada año de alguna factoría televisiva, para exponerse a la cruda selección natural del mercado que a largo plazo permitirá sobrevivir, como mucho, a una o dos. Dice que se sabe «como poco intensa» y que por eso no se pone muchas tareas para la cuarentena y muchos días no hace nada. No leo la entrevista entera, apenas paso de las primeras preguntas, y no por desinterés —nada humano deja de interesarme en alguna medida—, sino porque me quedo en esa idea inicial, que tanto contrasta con mis días, y en esa nueva acepción que al adjetivo intenso/a le han dado los jóvenes.

Quizá me equivoco, pero viene a ser uno de esos casos en los que un vocablo que parece denotar alguna clase de reparo o autocensura, en realidad es un autoelogio encubierto al que se invita, sin excesiva picardía, a sumarse a quien lo escucha. Es curioso el lenguaje, los pliegues y torsiones que le acabamos dando.

Lo que sí capta por entero mi atención, e incluso me fascina, es el vídeo que encuentro poco después: está grabado con un dron y recorre las dos últimas casas desenterradas en Pompeya, mientras el director del yacimiento arqueológico explica los hallazgos que han deparado. No son demasiado grandes; una tiene un jardín y frescos de estilo tardío; la otra, paredes en estuco de estilo temprano y, sobre todo, un gran mosaico en el suelo de una de las estancias, perfectamente conservado y de veras espectacular. Representa el mito de Orión, el cazador, y según el director de las excavaciones tiene probable influencia egipcia. Llama la atención el color azul oscuro de la parte superior, una tonalidad poco frecuente en los mosaicos romanos y que aquí domina la imagen. Con ese color se representa el cielo nocturno, la bóveda celeste a la que Orión se incorpora, convertido en constelación, después de que un escorpión gigante acabe con su vida. Me gusta tanto que no puedo evitar tomar una fotografía del vídeo, aunque la calidad de la imagen no le haga justicia al trabajo de ese artista de hace dos milenios.

Me quedo pensando en el mito, en Pompeya, y en la oportunidad que el recuerdo de uno y otra tienen en estos momentos. Según la versión más extendida del mito, Orión era un gigante, hijo de Poseidón y nieto del rey Minos —el del laberinto y el Minotauro— que durante una cacería en Creta se jactó de poder matar a todos los animales de la tierra. Alarmada, Gea le mandó un escorpión gigante que acabó con su vida, y después Zeus lo convirtió en la constelación del mismo nombre. La del Escorpión también se llama así en recuerdo de su muerte. En cuanto a Pompeya, su historia es bien conocida. Era una ciudad próspera y de vida alegre en la región de Campania, hasta que una erupción del Vesubio la borró del mapa, junto a Herculano, de un día para otro. Sus habitantes perecieron sepultados por lo que el volcán escupió. Sólo en las dos casas recién desenterradas se ha encontrado una veintena larga de cuerpos.

En cierto modo, tanto Orión como Pompeya recibieron el más severo castigo por la arrogancia con que ignoraron el peligro que corrían: el peligro que siempre representa la naturaleza, enorme y poderosa, frente a los seres insignificantes que somos los hombres, incluso un gigante como Orión. Por eso debemos cuidarnos mucho de desafiarla o de estar desprevenidos frente a su cólera. Algo de todo esto hay en el revolcón que nos ha dado esta epidemia, aunque en esta ocasión Gea, la Madre Tierra, para recordarnos nuestra fragilidad, haya decidido con terrible sutileza enviarnos un organismo microscópico en lugar del gran escorpión que le mandó a Orión o el alud de lava y cenizas que arrojó sobre Pompeya y Herculano. Así nos ha demostrado no sólo que es más fuerte, sino que también es más sabia y maneja resortes que nuestros científicos aún se están afanando por entender.

He estado tres veces en Pompeya y si alguna vez me desconfinan y vuelven a abrirse las fronteras viajaré tan pronto como tenga ocasión para ver el mosaico de Orión, que se me antoja un símbolo rotundo y conmovedor de esta humanidad escarmentada y afligida por su imprevisión y sus excesos. Quien hizo ese mosaico acertó a representar, en la expresión aterrada del cazador y la postura desarbolada de sus brazos, la perplejidad de quien se creía invulnerable y casi omnipotente y se ve reducido de pronto a la condición de presa de un artrópodo. Una buena imagen de todos los que hasta hace un mes nos creíamos en posesión inalienable del derecho a hacer tantas cosas, necesarias o superfluas, y ahora nos vemos presos entre las cuatro paredes de nuestras casas, sin saber hasta cuándo.

El mosaico pompeyano, completo

A todo esto, serán los días sin ver la calle como nos gustaría, el clima se va enrareciendo de manera alarmante. El líder de la oposición, despechado por haberse enterado de la convocatoria por la prensa, se niega a sentarse con el presidente para negociar un gran pacto de reconstrucción nacional. En el parlamento, una diputada embozada con una mascarilla caqui con la bandera de España —mal servicio presta así a la bandera y a quienes visten uniforme de ese color— arroja toda clase de venablos contra el vicepresidente, en unos términos de confrontación civil más propios del siglo pasado, si no decimonónicos. El así interpelado no está libre del pecado de utilizar esa retórica, desde la trinchera opuesta, pero el espectáculo es en todo caso anacrónico y desolador.

Y entre tanto arrecian las acusaciones, de las que la diputada en cuestión se hace portavoz, de que el Gobierno está pretendiendo monopolizar la información que recibe la ciudadanía, comprando diarios y medios audiovisuales con subvenciones, a la vez que se propone censurar a los medios díscolos para que nadie contrarreste su relato de la crisis y queden ocultos sus errores. Por la noche veo en una cadena de televisión de las así señaladas que uno de los presentadores deja de hacer el programa que suele para lanzar un mitin en sentido opuesto. A esas horas de la noche no me gusta que me adoctrinen, igual me da que sea una diputada airada o un simpático comunicador, así que me dispongo a ver con Noemí la película que hemos pactado para esta noche. Se trata de 2001: una odisea en el espacio, que tiene que revisar para la universidad. Aprovechamos que Núria, después de la asamblea que hice ayer con ella y la de hoy con su madre, ambas monográficas sobre trucos para dormir mejor, parece haber aplacado la inquietud que en los últimos días le había provocado algunos problemas para conciliar el sueño. Creo que la clave definitiva es el premio que le ha ofrecido Noemí si logra regularlo, más que mis bienintencionados consejos y orientaciones. Qué se le va a hacer.

Del relato visionario de Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke me da que pensar como nunca —habré visto la película media docena de veces— la primera parte, situada en África y en lo que un cartel llama «El amanecer del hombre». La historia de los homínidos que se hacen cazadores y guerreros cuando uno de ellos, por influjo del monolito oscuro, es decir, de la inteligencia que se abre paso en su cerebro hasta entonces instintivo y animal, aprende a usar un fémur como garrote. Al convertirse en cazadores, pueden matar animales y dejar de comer sólo hierbajos para consumir las ricas proteínas de su carne; con esa energía suplementaria y su nueva herramienta desalojan a otros homínidos del charco de agua que hasta entonces les disputaban sin éxito. De paso, inauguran la historia del homicidio ventajista, tomando como víctima al desarmado líder del clan rival, que para salvar su prestigio trata de oponerse al desalojo.

De ahí al resultado final de la evolución tecnológica, ese ordenador HAL-9000 que en la tercera parte de la película gobierna la nave espacial en su largo viaje rumbo a Júpiter, hay unos cuantos pasos que llevan algún tiempo pero no tienen mayor mérito que el esfuerzo necesario para ir transitando de uno a otro. Lo difícil era dar ese primer paso, el de comprender que el hombre tiene el poder de transformar la naturaleza y servirse de ella para, entre otras cosas, y como pulsión principal en no pocos individuos, dominar a otros hombres e imponerse a ellos.

Por cierto que HAL-9000, la sofisticada creación del hombre que acaba adoptando su mismo carácter y disputándole con arrogancia el poder —con el resultado de provocar, como Orión y tantos hombres soberbios, su propia destrucción—, es también una metáfora perturbadora en estos días. Hay quien piensa que como consecuencia de esta pandemia, en lugar de cuestionarnos el lugar y el peso que hemos dado a la tecnología, el dominio de esta —y de paso, el de quienes la programan y gestionan— se verá acrecentado y se volverá aún más férreo, sobre una humanidad encerrada en casa y temerosa de salir a la calle. Hay quien lleva esta idea mucho más allá y la convierte en engranaje de una teoría conspiratoria. Lo que resulta evidente es que en un contexto de destrozo de casi toda la actividad económica, sólo unos pocos, entre los que están algunas compañías tecnológicas, han salido beneficiados y han visto crecer su negocio con la epidemia.

El tiempo dirá. Por no ser catastrofista, pensemos en Bowman, el astronauta que logra impedir que la máquina se salga con la suya, y emprende luego un viaje que le devuelve a la elementalidad del existir. Los hombres somos monos listos condenados a ambicionar y pelearnos, pero la inteligencia que nos mueve a ello también nos permite reflexionar y buscar otras formas de estar en el mundo.

Actualidad, Diario de la alarma
About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Hola Lorenzo,q tal? Leo tu diario de alarma todos los días y hoy te diré que no me extraña que el planeta nos haya mandado algo así,porque tiene que estar hasta el gorro de nosotros. Hoy ha muerto Luis Sepulveda,escritor chileno que vivía en Gijón hace muchos años.Fué el primer ingresado en Asturias por coronavirus y era asiduo a la señana negra,como tu y como yo.Descanse en paz

    • Sí, Francis, qué inmensa pena, qué cruel está siendo esta enfermedad. Un saludo afectuoso, volverá la Semana Negra y volveremos a vernos, espero.

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