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18 abril, 2020

Diario de la alarma – Día 34

Al ataque

17 de abril – Es la guerra

Los gobiernos autonómicos de Madrid y Cataluña, uno en manos del primer partido de la oposición a escala nacional, el otro en manos de los independentistas, han disparado dos obuses simultáneos contra el gobierno de la nación. El explosivo elegido para cebar estos proyectiles artilleros ha sido un recálculo de la cifra de muertos por la pandemia, por la vía de añadir a los de los hospitales los caídos en residencias de ancianos y domicilios. El resultado se traduce en que se doblan las cifras: en números redondos, Cataluña pasa de tres mil y pico a siete mil y Madrid de siete mil a cerca de trece mil. Entre los dos, sumarían ya los fatídicos 20.000.

A los que habría que añadir, convenientemente corregidas y aumentadas por el mismo procedimiento, las cifras del resto de España. Alguien en Moncloa debe de haber hecho el número y haber sufrido al instante una lipotimia.

No deja de ser curioso que quienes gestionan el sistema sanitario en ambas comunidades se esmeren en aumentar la cifra mortuoria: parecería que son los últimos interesados en que las bajas por una enfermedad suban. Pero tanto uno como otro tienen un plan, para el que el ejercicio resulta útil: el independentista Torra ya está en vender a su cofradía y al mundo la moto de que Cataluña se ha visto golpeada por la epidemia de forma tan trágica por hallarse sometida a un estado disfuncional como es España; la maniobra de distracción le ha funcionado en el pasado, para tapar vergüenzas varias del partido del que procede y de su propio movimiento. Por qué no ahora. Y el gobierno madrileño suministra así a la dirección nacional de su partido munición rompedora contra la coalición gobernante, mientras desplaza el centro de gravedad de la mortandad de las posibles carencias del sistema de salud madrileño a la negligencia y lentitud del gobierno en decretar medidas, lo que favoreció la réplica exponencial del virus.

Es la guerra, está claro. Y más vale que en el Gobierno se enteren, porque no va a aflojar. Y si su única defensa consiste en tratar de aumentar la opacidad y negar algunas evidencias clamorosas, no digamos ya tratar de aprovechar alguno el brete para favorecer su propia agenda partidista, demostrarán no conocer al enemigo, no conocerse a sí mismos y no conocer al pueblo que los juzgará algún día en las urnas. Lo que, según la vieja sabiduría expuesta por el general chino Sun-Tzu —o Sunzi— hace dos mil quinientos años, los aboca de manera inexorable a la derrota.

Hablando de generales chinos, también parece haberse desatado la guerra a escala planetaria. Las cifras de muertos en China ya no se las cree nadie, y empieza a haber indicios sólidos de que antes de que acabara 2019 el virus ya corría a mansalva por China y se empezaba a exportar a los muchos países que tienen vuelos diarios con ese país. Parece muy improbable la hipótesis de un virus fabricado en el laboratorio de virología que hay curiosamente en Wuhan —los que saben de eso, que son los virólogos, dicen que algo así dejaría huellas que el Covid-19 no presenta—. Es algo más probable, pero no está probado, que algún experimento con coronavirus existentes —de los muchos que se hacen en ese laboratorio, al parecer— saliera mal y algún operario se infectara y lo pasara a sus vecinos. Lo que cada vez plantea menos dudas es que primero la provincia de Hubei y luego China dejaron de ser todo lo transparentes que habría sido deseable sobre la proporción y la mortalidad de la epidemia, y eso no habría mejorado la respuesta del resto de países ante la enfermedad.

Estados Unidos, Francia y Reino Unido, los tres en plena fase de encajar lo peor del golpe —y de tener por tanto que justificar sus letales dimensiones ante sus respectivas opiniones públicas— han empezado a levantar el índice acusador. Trump, en su estilo habitual, quita fondos a la OMS y la acusa de chinocéntrica, esto es, de avalar a todo trance a Pekín.

Era lo que nos faltaba. En medio de una pandemia que tiene postrada y confinada a la humanidad, una nueva fase del sordo conflicto entre la superpotencia vigente y la superpotencia emergente. Tras la guerra comercial, la sanitaria, con todas las derivas que se atisban en el horizonte. Más de una vez este conflicto me ha hecho pensar, la analogía está servida, en aquella guerra del Peloponeso que nos contó alguien que ya ha salido alguna vez en este diario, el griego Tucídides. Aquel fue un conflicto entre Atenas y Esparta por la hegemonía de Grecia. Este va sobre la hegemonía mundial, y es de entrada —y por fortuna— bastante menos cruento, pero las similitudes son tantas que a veces resultan escalofriantes.

Estados Unidos sería Atenas. Una potencia democrática, pero a la vez imperialista, provista de una formidable flota repartida por todos los mares —Atenas, los que rodean Grecia, Estados Unidos, los del mundo— y que no duda en intervenir militarmente en otras polis ni tampoco en apoyar regímenes antidemocráticos, si conviene a sus intereses. Esparta sería China. Una potencia cuyo régimen político es una oligarquía autoritaria, pero que se dedica a sus asuntos, nunca invade a nadie y no tiene afán de ampliar su control del territorio. A quienes se asocian libremente con ella, la liga del Peloponeso y sus aliados, los apoya y respeta, incluso si son regímenes democráticos como el que Esparta ni tiene ni quiere.

Hace veinticinco siglos Esparta acabó atacando a Atenas, pero con muchas resistencias dentro de sus propias filas y después de múltiples provocaciones y desplantes atenienses. La guerra parecía ganada para Atenas, por su control de los mares y su pujanza económica. Lo cierto es que ganó Esparta, invadió Atenas, donde estableció una oligarquía, y obligó a los atenienses a derribar los muros largos que protegían la comunicación entre Atenas y su puerto, el Pireo.

No es un vaticinio, ni soy quién ni la Historia se repite nunca de manera servil o milimétrica. Sólo es un recordatorio de algo que sucedió. Y este siglo ha visto unos cuantos errores gruesos de Estados Unidos: véase el dispendio enorme para adueñarse de dos países hoy arrasados y arruinados, Afganistán e Irak. La situación en el segundo es catastrófica: fracturado y a merced de milicias chiíes proiraníes, enfrentando una pandemia casi sin recursos sanitarios —y en muchos lugares sin electricidad ni agua potable— y con su primera fuente de ingresos, el petróleo, hundida por la caída del precio del crudo. A los precios actuales, y con la demanda desplomada, Irak no puede pagar ni la mitad de la factura de su sector público. Si los funcionarios no cobran, ¿qué puede pasar en un país donde el sector privado, sobre todo informal, ha sido aniquilado por los efectos del coronavirus? Esa es la situación del tercer productor mundial de crudo. En eso ha parado para ellos la pax americana. De la situación en Afganistán, es más piadoso no hablar.

Hoy leía una entrevista a un experto en geopolítica que dice que el desplazamiento del centro de gravedad del mundo en el siglo XXI de América a Asia, de Estados Unidos a China, es imparable. Y que Europa, aturdida aún por su pérdida de ese centro en el siglo XX, tendrá que espabilar si no quiere quedarse fuera de juego por completo. El detonante de la guerra del Peloponeso fueron los conflictos de Corcira y Potidea, según nos cuenta Tucídides, aunque, razona, las causas eran anteriores y más profundas. Me pregunto si algún día recordaremos esta epidemia como el detonante final de la reedición global de la guerra del Peloponeso.

La lección de la Historia debería ayudar a evitarlo. Esparta ganó, pero Grecia se desangró y poco después entró en una fase de turbulencia que llevó la guerra y la destrucción a las mismas puertas de los espartanos. Alguien debería estar buscando una forma de propiciar que cada cual asuma las responsabilidades por sus errores y aporte los esfuerzos que pueda a una solución común, evitando una reyerta destructiva. Vale para el mundo y vale para este pequeño país del sur de Europa al que cabe el dudoso honor de encabezar las cifras de mortalidad por millón de habitantes, atrayendo, por primera vez en mucho tiempo, la atención de medios como The New Yorker, que, cosa rara, nos dedica un amplio reportaje.

Tras pensar en estas cuestiones, me ayuda bajar a lo más cercano con la ayuda de Núria, que a esos efectos es infalible. En la asamblea de hoy repasamos las películas que ha visto, sus personajes favoritos de cada una de ellas y los que menos le gustan. Entre los favoritos, parten con ventaja imbatible todos y cada uno de los perros: desde Beethoven, en la película del mismo nombre, hasta Slinky, el perro de muelles de Toy Story. Entre los repudiados, todos los que quieren hacer algún mal a los perros, encabezados por Cruella de Vil. Me llama la atención que dice no tener ningún personaje favorito ni en Blancanieves ni en Los Increíbles. Y le reconozco el olfato: no diré que sean malas, pero fallan a la hora de ofrecer un héroe o heroína con el que la empatía y la sintonía sean completos.

Antes de dormir, leemos un trozo de Corazón. Hoy toca como cuento El pequeño patriota paduano, que nos lo habíamos saltado. La historia de un niño pobre, que en el barco que lo lleva de Barcelona —ciudad natal de Núria, le ha gustado eso— a Génova arroja las monedas que acaban de darle a unos hombres que hablan mal de su patria, me recuerda lo fácil que es enfrentar a unos hombres con otros poniendo por medio una bandera que envuelva los intereses que esas telas siempre cobijan.

Si en esta no somos capaces de reaccionar como especie, como seres humanos que se necesitan unos a otros, nos acabaremos mereciendo cuanto nos pase.

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About Lorenzo Silva
2 Comentarios
  1. Eres mi nuevo profesor de historia , tanta cultura me provoca envidia de la buena , que existe .
    20.000 personas la cifra sobrecoge …no hay palabras, la tristeza se mezcla con la indignación, con el miedo , la impotencia …

    • Sólo sé lo que he leído. Aquí el profesor es un tal Tucídides, ateniense. Y sí: veinte mil, que en realidad son más, sobrecoge y aturde.

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