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26 abril, 2020

Diario de la alarma- Día 42

Se abre la puerta

25 de abril – Prohibido pasear

No tengo perro. Eso quiere decir que durante cuarenta y dos días, ahora me doy cuenta, he tenido prohibido pasear. Sólo los propietarios de canes se han visto exceptuados de esa limitación de los derechos fundamentales, mortal para la figura del flâneur que tanto y tan brillantemente glosara Walter Benjamin. Quien tiene un perro, por ejemplo, ha podido enviar a TVE, para que las pongan en la información meteorológica, fotografías tomadas en espacios abiertos, mientras el chucho meaba un árbol u olisqueaba unos hierbajos. Los demás sólo han podido mandar las que tomaban desde la ventana o el balcón. Tampoco yo, aunque nunca me he planteado enviarlas a TVE, he podido hacer otro tipo de fotografías.

A partir de mañana, se me devuelve el derecho a pasear. Gracias a la presencia en mi domicilio de una niña de siete años, puedo ascender seis semanas después a la categoría superior, con arreglo a las reglas del estado asocial y asustado de confinamiento, de los poseedores de perros. Me he leído con cuidado la orden ministerial que regula mi nueva y codiciable prerrogativa. Me asiste porque soy uno de sus adultos responsables, y aunque está supeditado al acompañamiento vigilante del juego y la expansión infantil —lo que me lleva a dudar de que se me autorice ir en bicicleta junto a ella, iré a pie por si acaso— me va a permitir después de mes y medio caminar por la calle sin poner cara y actitud de estar haciendo un recado perentorio. También me permitiré hacer alguna fotografía. Me doy cuenta de que en los desplazamientos que he hecho hasta ahora —al Mercadona y a llevar la basura— ni me he fijado siquiera en si sigue ahí la explosión de flores amarillas que había por la zona de La Sagra antes de que nos confinaran. Lo que confirma que el encierro empieza como una privación y acaba siendo una renuncia.

La lectura de la orden ministerial me saca del malentendido al que me arrojaron el otro día las palabras de alguno de nuestros presuntos responsables, o de algún periodista que a su vez lo malinterpretó: consume uno en estos días tanta información que ya ni recuerdo la fuente. Había creído entender que los mayores de catorce años podían acompañar a sus hermanos menores con autorización paterna, provisión que me parecía entre asombrosa y temeraria, porque equivalía  a dejar en manos de alguien legalmente irresponsable el cuidado de un menor en circunstancias cuando menos comprometidas. Leyendo la orden veo que no hay al final ninguna referencia a esa posibilidad. Tampoco me parecía sensato utilizarla, pero esto confirma que la adolescente de 17 años de nuestra casa, Judith, va a seguir teniendo prohibido pasear y es una prisionera salvo a efectos de realizar diligencias que tampoco vamos a ponerla en situación de asumir.

Se confirma así en negro sobre blanco y en el BOE que los españoles con hijos menores de catorce y perros pueden pasear, pero se mantiene la prohibición para todos los demás: es decir, los adolescentes de 14 a 18, sus padres sin hijos menores ni canes y quienes no han procreado ni consumado adopción perruna o se les han emancipado los hijos o las mascotas. Quizá porque es consciente de lo que eso significa, el presidente del Gobierno comparece por la tarde para anunciar que si todo va bien el 2 de mayo se permitirá pasear y salir a hacer deporte a toda la población. Alguien en Moncloa empieza a tomar conciencia de que la reclusión le está agriando el carácter a la gente, y la elección de la fecha del 2 de mayo no puede ser más simbólica. Con la cantidad de madrileños que pasan la cuarentena en pisos demasiado pequeños, con poca luz o sin balcones, se corría el riesgo de celebrar un 212 aniversario de la gesta contra Napoleón con los vecinos acuchillando municipales en lugar de mamelucos. Y sin Goya para pintarlo.

Es una exageración, claro, pero que no deja de tener alguna conexión con lo que sucede: veo por la tarde en redes el vídeo de una ruidosísima cacerolada contra el Gobierno en Madrid. Bien es verdad que la imagen está grabada en la zona de Arturo Soria, donde los partidos que sostienen el actual gabinete no suelen ganar las elecciones. En mi barrio illarcuriense —gentilicio de Illescas, para quien lo desconozca— o en Getafe, según me dicen mis padres, no se oye absolutamente nada.

Hay momentos en que me sorprende la relativa mansedumbre con que el conjunto de la población ha aceptado restricciones tan severas. Tiene su origen, claro está, en el miedo, que hay quien dice que ha sido inoculado hábil y arteramente por las autoridades con su recurso, por ejemplo, a esa retórica bélica que tantas críticas ha suscitado, en sectores diversos e incluso opuestos del espectro ideológico. A mí me parece más bien que el miedo viene del exceso de información que tenemos, y que no controla el Gobierno, me temo, o no tanto como se quiere hacer creer. Más que el fraseo belicista del presidente, diría que inquieta acceder a los testimonios de los médicos intensivistas que refieren cómo personas en apariencia sanas ven declinar su salud hasta ponerse al borde de la muerte en cuestión de días. Es esa angustia, derivada de los hechos y de nuestra incomprensión, y sobre todo del estupor de la propia ciencia, la que nos ha encerrado a todos en casa sin rechistar.

Es ese mismo fenómeno el que ha metido en vereda a un par de bullies tan acreditados como Trump o Johnson, dos tipos habituados a comerse el mundo con patatas cada mañana y que después de reírse del virus ahora boquean atónitos, desde el mutismo el británico —no sólo es que esté malo, es que es más listo— y desde su logorrea dadaísta el americano. Hay miedo porque esto da miedo.

Sobre esa premisa, cada vez me parece más equivocada la estrategia que está siguiendo la oposición política en España para tratar de derribar al Gobierno con ocasión de la epidemia. Que por parte del Gobierno ha habido decisiones —e indecisiones— que han resultado funestas es a estas alturas innegable. Que al frente de la crisis ha estado un ministro voluntarioso, pero sin formación para el puesto, y demasiado sometido a un experto cuyo estilo y cuyas idas y venidas no le han ayudado a ganarse el favor de buena parte de la población, no cabe ignorarlo. Tampoco admite discusión que nuestras cifras son desastrosas, aun si tomamos las oficiales, y no digamos ya si nos atenemos a las oficiosas y más que verosímiles.

Lo que no está tan claro es que Sánchez vaya a acabar cargando con el madero camino del Gólgota, como parecía estar condenado a hacer, porque puede despejar balones hacia dentro y hacia fuera —las comunidades autónomas que no pusieron el esfuerzo debido en proveer a su sistema sanitario, China que desinformó al mundo sobre la epidemia— y porque el encarnizamiento con que la derecha más airada le imputa genocidio y negligencia criminal, ante la aquiescencia inerte del primer partido opositor, está obrando el efecto de cohesionar un Gobierno que estaba prendido con alfileres, y le está haciendo el regalo de permitir que sus miembros más sujetos a sospecha adquieran el perfil de estadistas que no tenían.

Lo advierto escuchando por la noche al vicepresidente Iglesias, del que por cierto no soy nada sospechoso de ser admirador o partidario: en una entrevista televisiva, que atiende con la inteligencia de sus mejores momentos, se anota el tanto de ponderar y ensalzar la actuación de las Fuerzas Armadas —lejos del burdo tic antimilitarista de no pocos de sus afines—, sin perder la oportunidad de llamar la atención sobre la necesidad de remediar el desamparo en el que quedan los militares profesionales de tropa al cumplir 45 años. Reivindicación del Estado y de la patria y de sus servidores, así como de los derechos sociales de estos, en el mismo paquete. Y enuncia la promesa a la que su Gobierno fía la estrategia política post-covid-19: de esta crisis no se va a salir como de la 2008, laminando a los débiles en provecho de los fuertes; vamos a salvar a los más golpeados gracias al ingreso mínimo vital, que no cuesta tanto y pondrá dinero en el sistema para ayudar a que salgan adelante los autónomos y empresarios cuyos bienes y servicios comprarán los que reciban el subsidio, en lugar de tener que mendigar.

Todo eso hay que pagarlo, con una deuda pública que ya equivalía al PIB antes de la pandemia y con la imperiosa necesidad de un apoyo financiero de la Unión Europea que todavía está en el aire y al albur de la voluntad de los cicateros gestores del paraíso fiscal holandés. Pero ahí está Merkel, que no sólo es una estadista, sino la única con mimbres para ser algún día la primera presidenta europea de verdad —y no esos monigotes que ahora se ponen—, y que ya les ha dejado bien claro a los alemanes en la tribuna del Bundestag que socorrer a los europeos aplastados por la pandemia es preservar la renta y el futuro de su país.

Como la jugada le salga a la izquierda gobernante, cabe augurar largos y amargos años en la oposición a los conservadores españoles. Con el baldón añadido de haber tratado de sacar partido del dolor y las consecuencias de una catástrofe mundial de la que, por cierto, no han salido nada bien parados algunos de sus referentes internacionales —con la excepción de Merkel, si es que lo es, que a menudo cabe dudarlo—.  Aunque están a tiempo de rectificar, y alguno de ellos ya parece haberse dado cuenta de por dónde van los tiros. El viraje de Ciudadanos, liderado por una Inés Arrimadas a la que todos veían echándose al monte, y que está en cambio corrigiendo a toda prisa el empeñoso rumbo al iceberg marcado por su predecesor, resulta bien elocuente.

Pero en fin, todo esto no pasan de ser especulaciones. Lo que ahora me toca es hinchar las ruedas de la bici de Núria, que mañana nos dejan pasear. Hoy me ha dicho que ya está harta de estar encerrada, que quiere volver al colegio. La forma en que me lo dice me hace pensar que en la liberación del encierro tiene quien puede darla la mejor baza para recuperar el favor perdido. Ahora que el daño ya está hecho —treinta mil conciudadanos menos— manda el anhelo de futuro. La criatura humana: esa máquina programada para seguir siempre adelante.

Y siempre impenitente. Ya lo anotó Procopio de Cesarea, tras la peste de Bizancio.

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4 Comentarios
  1. Amigo mío, ¿chucho? No, por favor. Son perros, animales de compañía que hay que dar de comer, lavar, vacunar y sacar a la calle. No te puedes imaginar la compañía que «el cucho» hace a mi madre. En esta crisis, la tenemos que sacar, utilizar un ascensor, abrir la puerta de la calle, volver a utilizar el ascensor (vivo en un séptimo piso). Vamos, un placer no ha sido. También me tocó sacarla cuando la tormenta «Gloria». Mi hija pequeña de 17 años no ha utilizado a la perrita propiedad de mi madre para dar un paseo y yo tampoco. No me ha gustado la palabra, está bien discrepar contigo.

    Estoy contenta de que en esta crisis haya un mando único, no me imagino lo hubiera hecho el «pobre hombre», aunque si he de ser sincera no lo he escuchado ni un día.
    El tiempo y la justicia juzgará al gobierno actual, pero a mí el presidente me ha dado seguridad, igual comparándolo con lo que tengo en esta comunidad.
    Un saludo y que disfrutes del paseo con Núria.

    • Para mí, chucho es un apelativo cariñoso, Ana. Yo tuve un perro, medio chucho. Y su personalidad y su astucia y su gracia, que eran notables, le venían de la fracción chuchil de su ADN, sin ninguna duda.

  2. Quiero volver a agradecerte los comentarios
    de la pandemia fundados y apoyados en tus vastos conocimientos. Me disgusté cuando adjudicabas a un interés de partido la consecución del ingreso mínimo de supervivencia para las personas más vulnerables, que además mayoritariamente son mujeres. El hambre y la necesidad tienen sobre todo rostro femenino. Pienso que debe ser un objetivo de Estado, de absolutamente todos, y no de partido.
    Muchísimas gracias.

    • En todo lo que hace un político, en mayor o menor medida, hay un interés de partido. Lo deseable es que lo sepan hacer coincidir con el general. Yo no veo en esto esa «paguita» que algunos la consideran para ridiculizarla, pero es una medida delicada, que hay que ajustar bien para que funcione, y habrá que esperar a lo que resulte para juzgarla. Gracias por tu lectura.

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