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21 marzo, 2020

Diario de la alarma – Día 6

Imagina confinarte aquí

20 de marzo – Confinados y dependientes

En este sexto día de confinamiento empiezan a oírse quejas sobre lo pesado que se hace no salir de casa. Tanto que no pocos burlan el estado de alarma con los trucos más estrafalarios. A un hombre lo han multado por pasear con una bolsa de basura a cinco kilómetros de donde vive. Es verdad que son comportamientos insolidarios, pero también tenemos que pensar, aunque no sea disculpa, que no todo el mundo tiene el mismo espacio en su domicilio.  Sobre todo, los que podemos estar en una vivienda más o menos espaciosa, como es mi caso y el de mi familia. Agradecemos haber aprovechado la ocasión de comprar esta casa en Illescas, donde yo trabajo a diario y vivimos todos los días que no hay cole. Cuando el espacio vital se reduce y hay que compartirlo con otros, la cosa se complica. A una pareja la han sorprendido teniendo sexo en un coche. Los amantes le han alegado al policía que en su casa hay demasiada gente y que no tienen intimidad. Le han dado tanta pena al agente que ha optado por no sancionarlos.

El humor de la gente también se refiere a la dureza del confinamiento. Vi en Twitter un mensaje muy gráfico al respecto: una fotografía de una vieja fortificación romana en mitad del desierto de Jordania, en la frontera oriental del Imperio. Al pie se invitaba a pensar en los legionarios romanos que estaban ahí encerrados, y sin wifi. Me recordó otro lugar en el límite de la nada, el fuerte de San Lorenzo, en Panamá, donde con la selva a la espalda y el océano enfrente, bajo una humedad y un calor asfixiantes, un puñado de españoles esperaba a que llegara el enemigo inglés, que por cierto acabó llegando, y ante el que resistieron como leones. Cuando estuve allí, además de hacer la foto que abre esta entrada, no pude dejar de imaginar de qué pasta estaba hecha aquella gente, cómo lo hacían para vivir enclaustrados ahí y no volverse locos. Eran nuestros antepasados, y si algo queda en nosotros de sus genes, resistiremos.

Trato de contarles estas historias a mis hijos adolescentes, que dentro de todo, aunque se aburran y me digan que se sienten en el día de la marmota, lo comprenden y lo están llevando más o menos bien. En ningún momento, como me cuentan otros padres de sus hijos, se han planteado romper el encierro.

El virus y el confinamiento nos han devuelto, no todo va a ser malo, una idea hermosa que tendemos a olvidar: todos dependemos de todos. Lo expresa de manera maravillosa el poeta José Carlos Rodríguez en el poema Declaración de dependencia, que he podido leer gracias a un tuit de mi buen amigo Lorenzo Rodríguez. Es un poema de hace dos años que parece escrito hoy y para hoy:

Yo lo sé bien, no se me olvida, sé que dependo

de todos y de todo, dependo del azar

o de la suerte, no respiro otro aire,

respiro lo mismo que respira cualquiera,

no sé, me gustaría seguir como hasta ahora,

vivir con todo el mundo, no renegar de nadie.

Ojalá lo tuviéramos claro, ojalá quienes aún no lo han entendido lo entiendan, para hoy y para siempre.

Mi amigo médico Rafael me pide que difunda un tuit donde sale con su EPI (equipo de protección individual) y le pide a todo el mundo que se quede en casa. De tal modo dependemos todos de todos que sólo aceptando con disciplina el encierro y todo lo que tengamos que aceptar podemos ayudarle, a él y a todos los que están en las trincheras, a no caer bajo la oleada de casos que se les viene encima. Mi amigo José me dice que su mujer, Yolanda, médico del SAMUR en Madrid, se ha pasado todo el día trasladando a los hospitales enfermos del coronavirus. Estamos ante el tsunami, y ha llegado el momento de apretar los dientes.

También llega la hora, en el lado de la esperanza, de ver cómo en medio de la adversidad algunos superan reticencias a las que vivíamos penosamente acostumbrados. Mi amigo Alberto, desde Amorebieta, me envía las imágenes de los ertzainas que se acercan a rendir homenaje a sus compañeros guardias civiles y darles sus condolencias por los dos agentes que ya ha perdido la Benemérita en esta epidemia. Es emocionante, somos mucho mejores cuando borramos las diferencias. En la UCI está otro guardia civil al que conozco. Soy agnóstico, o eso creo, pero en estos días he recuperado la costumbre de rezar. Por él y por el resto.

Pienso mucho en mi hermano Manuel y mi cuñada, Joana. Él es realizador de televisión y ella trabaja en la radio, en Palma. Prestan un servicio público y tienen que salir a diario. Al menos, ahora tienen mascarillas, al principio no contaban con ellas. Para que muchas cosas funcionen y sigamos teniéndolas, los que estamos confinados dependemos de quienes no pueden, como quizá querrían, quedarse en casa. Podemos pensar que ellos tienen más suerte, y en cierto modo así es, porque ven el aire y la luz y no están entre cuatro paredes masticando su impotencia; pero también corren un riesgo por todos los demás. No los olvidemos, y aprendamos a llevar con más mansedumbre y conciencia nuestra obligación de no salir.

Actualidad, Diario de la alarma
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Un Comentario
  1. Dices bien, todos dependemos de todos y no se de vería olvidar por nadie, ante la situación que vivimos quizá los que se crean autosuficientes se den cuenta de esto y cambien su egoísta forma de actuar. Todos a una! Animo y fuerza!!

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