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7 septiembre, 2021

El estigma de Teodora

Para explicar la decadencia política del imperio bizantino encontró Montesquieu una socorrida explicación. A su juicio, muy influido por el relato que ofrece Procopio de Cesarea en su Anékdota, más conocida como Historia secreta, la culpa de todo la tuvo la nefasta influencia de la emperatriz Teodora, la esposa de Justiniano, «una mujer que se había prostituido en el teatro» y que, «dirigiéndose sin cesar en el manejo de los negocios por las pasiones y los caprichos de su sexo, corrompió las victorias y los sucesos más felices». Lo primero no era una calumnia: en su juventud, Teodora trabajó como bailarina y actriz en el entorno del Hipódromo de Constantinopla, lo que solía traer aparejado el ejercicio del sexo mercenario. La segunda parte de la afirmación de Montesquieu, que si continuara vivo le valdría a buen seguro su cancelación fulminante, resulta mucho más discutible.

Como refiere Miguel Cortés Arrese en su libro recientemente publicado, Las mil caras de Teodora de Bizancio, la emperatriz tuvo alguna intervención decisiva para que su marido no se viera apeado del trono imperial. Por ejemplo, cuando tras estallar la revolución Nika, en el año 532, le exhortó a no huir y quedarse en Bizancio para hacer frente a los rebeldes. «El imperio es una hermosa mortaja», dicen que le dijo. Encorajinado por el valor de su mujer, Justiniano reconsideró sus planes de fuga, aplastó la rebelión y pudo así seguir engrandeciendo el imperio que había recibido, a costa de persas, vándalos y godos. Amén de legar a la posteridad esa joya que es la soberbia iglesia de Santa Sofía.

Sin embargo, la visión de Teodora como una mujer fatídica para la acción política del hombre con el que compartía lecho, y que según nos recuerda Cortés alcanza a otras féminas ilustres de la Antigüedad, como Cleopatra o Aspasia, atraviesa los siglos y la convierte en ejemplo de perdición y en advertencia frente a intervención de las mujeres en los asuntos públicos. Es esta misma mirada la que mueve a esos talibanes que en estos días han enviado a su casa a todas las juezas, todas las funcionarias y en general toda persona de sexo femenino que no se limitara a estar callada y a las órdenes del varón. Lo que no saben es que despachando el estigma sobre la mitad de la población afgana precipitan la desgracia sobre el país al que privan de la mitad de su energía y de su talento, como a lo largo de la Historia lo han estado tantísimas otras sociedades. El fracaso mayor de las dos décadas de intervención occidental será no acertar a evitarlo.

(Publicado el diarios del Grupo Vocento el 31 de agosto de 2021).

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