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21 septiembre, 2022

El fin del procés

Diez años, día por día, ha durado la función. La Diada de 2012 fue el pistoletazo de salida del procés y la de 2022 ha sido su canto de cisne. Lo que empezaba una década atrás pretendía ser la expresión del clamor del pueblo de Cataluña frente a una España que le negaba su esencia y su futuro. Lo que agoniza ahora es la triste verdad que se ocultaba bajo esa máscara épica: un ejercicio de división de la sociedad catalana entre buenos y malos ciudadanos, que ha llegado al absurdo de sostener, en la última curva de la galopada hacia ninguna parte, que los malos son muchos más que los buenos.

Antes «sólo» se abucheaba a los que se decantaban por alguna de las opciones políticas que aceptaban la permanencia de Cataluña en España. Llegados al borde del precipicio, también son susceptibles de abucheo los que siguen los postulados del primer partido independentista.

Tan esperpéntico desenlace es perfectamente congruente con el personaje que desde 2017 hasta hoy, esto es, durante el segundo lustro catastrófico, ha ejercido desde Waterloo, con la protección de la disfuncional justicia belga —a la que todo indica que corregirá con severidad la europea—, el liderazgo espiritual del movimiento, ya irreversiblemente degradado a la condición de pensamiento mágico. Y es que hace falta creer en la magia, blanca y negra, para tragarse que un nuevo Estado va a surgir en el seno de la Unión Europea, a costa de uno de sus cuatro principales socios, porque así se les ponga en las narices a unos exaltados que ignoran los derechos de sus conciudadanos.

La cosa pudo ser trágica, si el 1 de octubre de 2017, en el que coincidieron en las calles miles de policías y cientos de miles de independentistas, alguien se hubiera pasado de frenada. Por fortuna, y aunque el espectáculo distó de ser edificante, no hubo que lamentar ninguna desgracia personal. Queda así la vía libre para contar el procés en clave cómica, como el disparate que fue.

Nadie lo ha hecho mejor que Albert Soler, en su catártico libro Barretinas y estrellas. Gerundense, como el president exiliado, Soler posee el bisturí óptimo para dejar en pelota picada a la troupe que se aplicó a desbaratar una de las comunidades más prósperas de España. A Puigdemont lo llama el Vivales. Tiene una interpretación desopilante para el hecho de que un adalid del asunto se comparara con los negros de Alabama. Y explica cómo un independentista de L’Escala prefiere a los militares a los suyos: porque es gente decente y que tiene palabra, le dice. Ahí les duele. No se llega lejos haciendo trampa todo el rato.

(Publicado en diarios del grupo Vocento el 13 de septiembre de 2022).

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