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8 agosto, 2022

El más grande viaje

Por estas mismas fechas, hace ahora cinco siglos justos, un grupo de españoles a bordo de una desvencijada nao cubría las últimas semanas de un viaje de tres años. No llegaban a veinte, cuando habían salido más de doscientos, y en su ruta hacia el norte, siguiendo la costa del continente africano, debían alejarse lo más posible de las que seguían los portugueses para no correr el riesgo de ser capturados. Los del país vecino ya habían reducido a prisión a un grupo de españoles durante una escala en Cabo Verde y también acabarían prendiendo a los que habían quedado en Tidor, una de las lejanas Islas Molucas, para reparar su maltrecha nao e intentar cruzar el Pacífico hacia Panamá.

Al mando de aquella nao, la Victoria, única superviviente de la escuadra que había salido de Sevilla en 1519, con el objetivo de abrir una nueva ruta por el oeste hacia la Especiería, como se conocía entonces a las Molucas, iba un marino guipuzcoano, Juan Sebastián Elcano, que se las arregló para sacar del puñado de hombres que le quedaban las fuerzas que no tenían para acabar arribando a Sanlúcar de Barrameda en septiembre de 1522.

Con ello completaban la primera vuelta al mundo y traían a la corte de Castilla, donde entonces reinaba Carlos I, la noticia de que sus barcos no sólo habían probado de la manera más contundente posible la esfericidad de la Tierra, sino que también demostraban con su viaje que el planeta tenía un tamaño mayor del que se creía y que las islas de las Especias, codiciadas por sus riquezas, que hasta entonces explotaba Portugal, caían en el hemisferio asignado en su día por el Tratado de Tordesillas a los castellanos.

Fue una hazaña náutica, por la dificultad del viaje; científica, por el conocimiento que comportó, y económica, por esa nueva posesión que el monarca no dejaría de rentabilizar.

La grandeza de la historia, levantada a pulso por aquellos marineros que navegaban bajo el pabellón de Castilla, aunque la idea la tuviera un marino portugués, Fernando de Magallanes, sobrecoge y nos hace tomar conciencia de lo lejos que estamos hoy de la capacidad de sacrificio de aquellas gentes. Da para pensar lo poco que la hemos contado, en sus detalles, cuando a su lado palidecen historias de otros que conocemos al dedillo. La gran película que daría, y que en cualquier otro sitio se habría intentado ya unas cuantas veces, sigue sin rodarse. Ahora bien, hay al menos una novela que le hace justicia, La ruta infinita, de José Calvo Poyato. Qué sería de nosotros sin los libros.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 2 de agosto de 2022).

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