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3 abril, 2022

Esas chicas despiertas

Son las esperanzas los sueños de los que están despiertos, afirma San Basilio, padre de la iglesia griega. La frase la cita la humanista española Luisa Sigea al comienzo de una carta que le escribió allá por 1560 al obispo de Limoges, en la que también desliza otras razones de su propia cosecha: «Es nuestra alma, cuando nuestros deseos por la injusticia de la fortuna no se cumplen jamás, la que nos acaricia con la esperanza para que no perezcamos miserablemente a causa de la destrucción de nuestros anhelos». Viene el recuerdo de esta mujer excepcional —reconocida en su tiempo como insuperable latinista, y que se desenvolvía además en griego, hebreo, caldeo y árabe— a cuento de la espantosa sentencia que los talibanes han dictado sobre la mitad de los afganos, al condenar a la ignorancia a las niñas y a las jóvenes. Ingentes dosis de esperanza van a necesitar esas chicas que desean aprender pero padecen la desgracia de vivir a merced de unos zopencos que les prohíben ir a la escuela.

Sobre todo, porque el espejismo en el que durante casi dos décadas las invitamos a creer, que al otro lado del mundo había unas sociedades comprometidas con su dignidad, hasta el punto de combatir con las armas en la mano a quienes les deniegan el futuro, estalló en mil pedazos el pasado agosto en el aeropuerto de Kabul. Luego vino la «guerra de Putin», y ahora Occidente, además de escaldado por veinte años de esfuerzo infructuoso en Afganistán, tiene en Ucrania un asunto más cercano y acuciante del que ocuparse y en el que volcar su atención y su compasión. Por otra parte, al drama de los ucranianos, más próximo y más novedoso, todavía creemos posible encontrarle algún remedio, mientras que a ellas, a las afganas, hace tiempo que resolvimos darlas por perdidas, junto al resto de sus compatriotas.

Y sin embargo, la tragedia es tan inmensa que no podemos mirar a otro lado. Piénsese en cuántas mujeres de talento no van a tener la opción de cultivarlo y ofrecerlo a sus semejantes. En la calamidad que su anulación representa para el porvenir de su país. La «destrucción de sus anhelos» será, si no acertamos a impedirla, uno de nuestros más sonoros fracasos. Infamia sería dejarlas solas, olvidar a esas chicas que están despiertas y que sueñan, como les gritan en la calle a sus opresores. Luisa Sigea, una mujer que gracias al magisterio de su padre escapó a la condena a la ignorancia de las españolas de su época, escribió también: «Los meses y los años voy pasando / en vano, y paso yo tras lo que espero». No cabe resignarse a que ellas pasen así.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 29 de marzo de 2022).

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