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3 diciembre, 2022

Franco no estaba allí

Allá por 1954, un joven novelista llamado Ignacio Aldecoa quedaba finalista del Premio Planeta con una novela titulada El fulgor y la sangre. Hablaba en ella de la España de su tiempo, la de Franco, a través de unos guardias civiles destinados en un pueblo de la Meseta y sus familias, a los que un día de verano alcanza la tragedia: de los cuatro agentes que están en el campo, uno ha muerto en un enfrentamiento con un malhechor y ni los dos que guardan el cuartel ni las mujeres saben quién ha caído. En la tensa espera para averiguar quién se ha quedado viuda, uno de los guardias razona que el deber es una carga que han depositado en sus hombros gentes con más autoridad que ellos, más importantes, pero que no han sufrido tanto como ellos.

Es la novela de Aldecoa una de las pocas en la literatura española que se acerca a los guardias y a los suyos como seres humanos, y alcanza en ese ejercicio cotas difíciles de superar. Junto a esos hombres y sus mujeres, todos ellos sacudidos en mayor o menor medida por su duro presente y por la guerra de la que apenas ha pasado una década, el lector hace suya la frase que Dumas pone en labios del cardenal Mazarino en una de sus novelas de mosqueteros: «Tras haber saboreado el polvo junto a los soldados, sólo podía mirar con desdén a los generales».

Un ejercicio semejante al de Aldecoa, también con guardias civiles a las órdenes de Franco —en esta ocasión, destinados en el País Vasco a principios de los 70—, afronta el autor granadino Arturo Muñoz en una extraordinaria narración recientemente publicada, Por un túnel de silencio. A partir de los recuerdos de juventud del padre de un amigo, que sirvió como guardia civil del servicio de Información en Guernica, indaga Muñoz en una bisagra siniestra de la historia del terrorismo de ETA: cuando entre el final de la dictadura y el principio de lo que vino luego, aquel pueblo en el que hasta entonces los guardias habían vivido sin sobresaltos se convirtió en territorio hostil, tras el asesinato de uno de ellos por ETA y la desaforada represión posterior.

Muñoz investiga y escucha a todos: víctimas y verdugos, torturados y torturadores. Atisba que la verdad no la tiene nadie y cada uno guarda un pedazo, de un puzle insoluble que ofrece honradamente al lector. Por medio del testimonio del padre de su amigo, le restituye, como Aldecoa, la humanidad a esa gente rodeada y aborrecida: «Estábamos solos. Allí no estaba Franco. Estábamos nosotros, cinco hombres para todo». Para poner los muertos. Para tragar el polvo que nunca mascó el general.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 22 de noviembre de 2022).

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