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28 octubre, 2018

El ilusionista contrito ( vidas.zip en @elmundoes )

 

 

No sólo fue un ilusionista; fue, por llamarlo de algún modo, el Ilusionista Supremo. Llegó alto, tan alto como se lo reclamaba su ambición: ministro, presidente de banco, director de organismo internacional con rango de jefe de Estado. En todos esos puestos de máximo relieve y exposición acreditó sus dotes para la prestidigitación y la fascinación del auditorio. Probó que nadie había como él para generar en el público la ilusión de que por su mano acontecían enormes portentos. La ilusión en el más amplio sentido de la palabra, porque lo que de veras había era algo muy diferente, incluso lo contrario de lo que su labia, su aplomo y su desparpajo infalible hacían creer que estaba sucediendo.

Le faltaron, sin embargo, unas cuantas cosas. En primer lugar, la humildad que distingue a los ilusionistas de raza, esos que de veras han tomado conciencia de la naturaleza y el valor de su oficio. Esa humildad que personifica como nadie el mago que hace desaparecer jirafas en las termas de Caracalla, en esa escena memorable de ‘La grande bellezza’, la inolvidable película del italiano Paolo Sorrentino. Asoma en la réplica que le da a Jep Gambardella, el protagonista, cuando ante su asombro por el prodigio que acaba de presenciar, le dice sin más: «Es sólo un truco». Es decir: una astucia, una manipulación, nada.

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