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9 mayo, 2021

La biblioteca del Nautilus

Hay un pasaje de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, que en estos días le viene a uno a la memoria a la vista del espectáculo desolador que del que dan cuenta todos los periódicos, todas las emisoras de radio, todas las televisiones y esa excrecencia gigante que ha brotado en la fronda mediática y que a falta de mejor nombre denominamos redes sociales. Es el momento en el que el capitán Nemo le enseña a su huésped, el profesor Aronnax, la biblioteca del Nautilus. En sus estanterías de palo santo negro se guardan doce mil libros, según desvela el capitán. Ellos son, asegura, los únicos lazos que lo ligan con la sociedad, desde que decidió embarcar en su submarino y así romper con el mundo para vivir en la libertad de los mares. Ese día compró los últimos volúmenes y, según confía a su pasajero, quiere creer que desde entonces la humanidad no ha vuelto a pensar ni escribir. En su biblioteca submarina está todo lo que necesita y dejó ya de interesarle lo que haya fuera de ella.

Son días estos para acogerse a una biblioteca como la del Nautilus, y en ella olvidarse de las urgencias ruidosas y groseras de la actualidad. Sumergirse en los clásicos o en esos libros que no son recientes y por tanto tampoco noticia, ya que se hallan desterrados de la mesa de novedades. Siguiendo el ejemplo y la inspiración del capitán Nemo, en estos días el que suscribe se ha refugiado en las páginas de dos novelas que no están, ni habrían podido estarlo, en esas listas de los más vendidos del reciente Día del Libro. Una se publicó en 1966 y apenas se ha reeditado desde entonces; la otra en fecha mas reciente, en 2020, pero en un sello pequeño, de esos que tienen difícil recibir la atención de los medios. En ambas he encontrado ese goce único que se tiene al paladear una buena historia, bien escrita y bien contada.

La primera se titula Historia del cautivo, su autor es Juan Antonio Gaya Nuño y es una de las pocas que se acercan con brío a ese hecho crucial para los españoles del que en julio se cumplirán cien años, el desastre de Annual, donde se torció lo nuestro para una buena temporada, quizá hasta los berridos de hoy. La otra, El chico del cartón de leche, la firma Irene Rodríguez Aseijas, y es un viaje sutil y estremecedor al dolor y la angustia de las desapariciones, a la culpa y el escalofrío que dejan tras de sí, sin caer jamás en la sordidez ni la frivolidad de otros relatos criminales. Qué bien hace el talento, qué bien se está, en tan buena compañía, en la biblioteca del Nautilus. Pruébenlo.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento, 26-4-21).

La biblioteca del Nautilus
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