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27 diciembre, 2023

La fiebre de Lisandro

Hay entre los muchos personajes extraordinarios a cuyas biografías nos acerca Plutarco en sus inagotables e instructivas Vidas paralelas uno que destaca por su carácter, no ya singular, sino excepcional entre los suyos y aun opuesto a la idiosincrasia de la ciudad que lo vio nacer. Se trata del espartano Lisandro, que sin ser rey llegó a marcar su política en la paz y en la guerra más que si lo hubiera sido. Lo hizo gracias al ascendiente que llegó a tener sobre los monarcas bajo los que sirvió y a su firme determinación para llevar adelante las campañas en las que por aquellos años del siglo V antes de Cristo se encontraba inmersa Esparta, más algunas otras a las que el propio Lisandro arrastró a sus conciudadanos movido por su febril ambición.

A él se debe la victoria final en la interminable guerra del Peloponeso contra Atenas, con el descalabro final de su flota en Egospótamos, la conquista de la polis ática y la demolición de los muros que la unían con su puerto del Pireo. Sometida así su gran rival, Lisandro no dejó de embarcarse en otras campañas, contra otros griegos y aun contra los persas, cuyo imperio llegó a pensar que podría menoscabar aprovechando la inercia triunfal que lo impulsaba. Poco a poco fue así llegando al límite de sus fuerzas y de su fortuna, hasta que pereció de la forma más necia tratando de apoderarse de la ciudad griega de Haliarto, trance en el que traspuso sus murallas con tan mal tino que las puertas se cerraron tras él y fue una presa fácil para sus defensores.

Además de sus victorias, hicieron famoso a Lisandro sus sentencias, que Plutarco recoge oportunamente. En especial, las que tienen que ver con su personalísima relación con la verdad, que era mucho más flexible que la típica del carácter espartano, un pueblo que se preciaba de ir siempre de frente. «No creía que la verdad fuese por naturaleza preferible a la mentira» —escribe Plutarco—, sino que por el provecho discernía el aprecio que había de darse a una y a otra». Y a los que le afeaban hacer con engaños la guerra «los mandaba a paseo, diciendo que donde no alcanzaba la piel de león, se había de coser un poco de la de zorra». En cuanto al valor que tenía para él la palabra dada, «era su opinión» —refiere el cronista— «que a los niños se los había de engañar con dados, y a los hombres, con juramentos».

Si atendemos a los resultados, cierto es que la estrategia le funcionó una y otra vez. Cabe dudar, empero, que la fiebre que lo poseía acabara siendo benéfica, para él y para su ciudad.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 19 de diciembre de 2023).

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