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20 mayo, 2018

La fuga de Samira (vidas.zip en @elmundoes)

 

 

Cuentan de Samira que vino de Marruecos y que se instaló en Rubí, en la periferia barcelonesa, donde le tocó vivir, mutatis mutandis, esa segregación sutil (o no) que ya sufrieron antes de ella andaluces o extremeños, arrojados a las cuevas de Montjuïc primero y al atropellado urbanismo de extrarradio después, en tanto que la burguesía barcelonesa enriquecía con sus sudores -de los andaluces y extremeños- su bonita y atildada ciudad. Y no, esto no es una justificación, ni tampoco un reproche que se dirija a otros: es un hecho y un presupuesto de la historia, que cada uno valorará como mejor crea, quiera y entienda.

Cuentan de Samira que tuvo un hijo, que su matrimonio con un compatriota no terminó de salir bien, cosas que pasan a menudo entre gente que vive algo desubicada -y de nuevo no se alega como excusa de nada, sino como antecedente de lo que al fin iba a suceder-. En esa nueva situación, sola, sin muchos recursos y con menos esperanzas, Samira empezó, dicen, a matar el rato navegando por internet, donde acabó conectando con una comunidad más bien siniestra, pero que supo aparecérsele a quien nada esperaba y en nadie confiaba como un espejismo de oportunidad. El mensaje era contundente, y sabían adornarlo además con aires de pujanza y modernidad. Eso que Samira sentía que no tenía su vida de inmigrante pobre y separada en un lugar donde todo le indicaba su condición subalterna.

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Postdata: Puede que a alguno no le guste la cita de Kafka que hay hacia el final del artículo ni la reflexión que a ella se anuda. No la pude evitar: hoy duermo en Praga, en el mismo edificio en el que Kafka trabajó durante años y que hoy es un hotel. Digamos que me he dejado impregnar por su espíritu. El del castillo, que lucía así esta noche:

 

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