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10 octubre, 2021

Los mayores honores

«Amó y ayudó a marineros de todos los puertos y no tuvo ningún prejuicio de color, de raza o de religión». Así comienza su oración fúnebre por Marieta, la prostituta más amada y llorada del puerto de Hamburgo, el marinero y revolucionario ucraniano Bandura, erigido en portavoz de todos los afligidos clientes de la meretriz difunta en su multitudinario entierro en el cementerio de la ciudad. Es una de las estampas más poderosas con que se encuentra el lector de Enciclopedia de los muertos, colección de relatos del escritor serbio Danilo Kiš, con el que deja testimonio de su talento prodigioso. Uno más que nunca se verá reconocido con el Premio Nobel —como los de Kafka o Proust, entre otros— porque el hombre que lo tuvo y lo demostró no llegó a vivir los años suficientes para que se precipitara sobre él el laurel sueco, no porque tenga méritos inferiores a algunos galardonados.

Es esta historia, que en ningún momento cae en la tosca idealización con que otros literatos —y presumibles usuarios— retratan a las ejercientes del no-oficio más antiguo del mundo, buena muestra de la sensibilidad y la inteligencia del narrador serbio. Tras dejar constancia de la injusticia y la podredumbre del cuerpo social que conducen a una mujer a dar su intimidad a cambio de dinero —transacción que muy rara vez tiene que ver con la libertad de elegir, mal que pese a los puteros— se fija Kiš, y convierte al exaltado Bandura en su portavoz, en un rasgo de la mujer prematuramente muerta que la eleva por encima de sus semejantes y la hace acreedora a recibir las honras fúnebres más fastuosas y multitudinarias que jamás se vieron. Hay una razón, una buena razón, para que los marineros cubran su tumba con una montaña de flores, robándolas incluso de los mausoleos y sepulcros adyacentes: Marieta, en su desdicha, sólo dio a sus semejantes comprensión, ternura y felicidad.

Esos son, a la postre, los seres humanos que merecen los mayores honores, y quienes los acaban alcanzando, a pesar del empeño que muchos ponen en elevar a la categoría de héroes a gentuza que sólo persiguió la satisfacción de su vanidad o el desahogo de sus rencores. Pasan así por tales sujetos que nunca hicieron bien a nadie, tan sólo esparcieron dolor a mansalva y malograron, por nada y nada, vidas e ilusiones ajenas. El afán por hacerles homenajes, estatuas y ongi etorris está abocado a desvanecerse como un mal sueño. Es a quien supo dar amor a su prójimo a quien se reserva, dice Kiš, el honor máximo: ese llanto verdadero al que ni el pecho más endurecido se resiste.

(Publicado en diarios del Grupo Vocento el 28 de septiembre de 2021).

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